“Aunque eso haya sucedido, aunque haya ocurrido algo que se le parezca, aunque los hechos estén demostrados, siempre nos contamos una historia. Nos la contamos […] En el fondo lo que nos interesa, lo que nos fascina, puede que no sea tanto la realidad como en qué la transforman quienes intentan mostrárnosla o contárnosla”
Recuerdo “Nada se opone a la noche” como una lectura que me convulsionó y en la que admiré la capacidad de Delphine de Vigan para reconstruirse y repararse a través de la escritura. Leí tiempo después las secuelas que para la propia Delphine tuvo la publicación del libro, un éxito en cuanto a ventas y reconocimiento, una astilla entre la uña y la piel en cuanto a cómo recibieron algunas personas de su entorno y su familia la publicación del libro. Y una consecuencia contundente: Delphine sufrió durante años un bloqueo creativo.
¿Estaba basado “Nada se opone en la noche” en hechos reales? ¿Era realidad o ficción? A Delphine la abrumaron con esta cuestión. Escribes sobre tu propia vida, te desangras para cauterizar una profunda fisura a través de la escritura y la gente te apabulla preguntándote si aquello era real.
No tengo dudas al respecto, la ficción no deja de ser una respuesta a la realidad. Puede ser un calco de la misma, una versión, una deconstrucción, una transformación, un invento… pero siempre hay un poso de realidad en la ficción, al igual que siempre hay un poso de ficción en la realidad. En literatura es casi una cuestión de porcentajes: cuánto hay de realidad y cuánto de ficción. Pero ¿cómo cuantificarlo? ¿Y por qué vamos a cuantificarlo?¿Qué le interesa al lector: la realidad, la ficción? ¿Qué es más verdad: lo real o la ficción? En cualquier caso, existe el pacto ficcional, ese gracias al cual el lector acepta que sea ficción aquello que se nos narre siempre que se mantenga una coherencia en la narración.
“Nada se opone a la noche” era autoficción. Como ya he dicho, Delphine se basaba en su propia vida para escribir una novela a través de la cual pretendía reconstruirse. Así que preguntarle reiteradamente sobre si era una novela basada en hechos reales parecería más bien una pregunta retórica lanzada con el afán de destacar o de mostrar una incredulidad ante una realidad que para algunas personas parece inexistente o lejana cuanto menos.
Delphine de Vigan coge el toro por los cuernos y sale de su bloqueo creativo planteando precisamente esta cuestión de los límites entre realidad y ficción. Y plantea un juego al lector a partir de la delgada línea de ¿separación? ambas. El tema me interesa, acepto su propuesta, ese juego de la narración y el contarse historias, de cómo ficcionamos la realidad o cómo convertimos en realidad una ficción.
Pero habemus problema. Y tal vez el problema tenga que ver precisamente con las expectativas que como lectora tengo ante un libro en el que me recluyo buscando una intimidad compartida. Una comunión entre el libro y yo. Y no, mis expectativas en este caso no se han visto satisfechas. Así que intento ahondar en esa insatisfacción. Argumentarla. Porque en este caso el pacto ficcional se ha ido al carajo.
Los libros pueden tocarte (o al menos rozarte) de muchas maneras, en varios ámbitos: el emocional, el afectivo, el mental, el intelectual, el memorístico, el creativo… Y en ninguno de ellos me he sentido satisfecha con “Basada en hechos reales”. Salvo la curiosidad inicial, esa aceptación de los elementos con los que juega Delphine: una amalgama de hechos reales y constructos imaginarios, claramente ficticios, en los que el lector se va a ver implicado y tal vez confuso si intenta delimitar qué parte es real y cuál ficción. El problema es que en “Basada en hechos reales” esa línea es clara, y que, oh cielos, la parte ficcional me cojea por todos los lados, hace aguas, lo siento forzado, deliberado. Hay una descompensación entre lo real y lo ficticio, los dos elementos que son la base de este libro.
Quizás, lo que hay de intencionado en el planteamiento de Delphine me obstaculice claramente, tanto a nivel emocional como intelectual, porque se me hace demasiado explícito. Hay mucho control en la narración pero a la vez cierta ligereza en la resolución del dilema, cargada de artificio. No me convence el relleno, la falta de sangre. No me refiero a sangre derramada, la sangre roja que salpica y que se vierte fruto de una laceración. No, me refiero a la sangre que brinca, la que galopa por las venas, la que circula a raudales por las venas, la que es bombeada por el corazón y se expande por todo el cuerpo. No, no circuló esa sangre. Se espesó y me produjo mucha fatiga.
Para mí, como lectora, la vida no debe desvanecerse en la literatura, no debe anularse. Al menos no es el tipo de literatura que busco, esa en la que la vida desaparece y no está presente. Entre que la literatura sea un testimonio de realidad o una ficción premeditada, hay una opción que pasa porque sea una creación a partir de una realidad en la que no necesariamente se imponga la propia experiencia, aunque no deje de estar (creo que inevitablemente) presente. Es un juego, sí, y me gusta que sea así. Un juego que la realidad nos permite porque es tan escurridiza, tan inasible, tan poliédrica y sorprendente que cualquier propuesta ficcional que nos planteemos seguramente tenga un correlato en la realidad, una conexión insólita pero verdadera. Y porque evidencia los grises, los matices de la realidad, de los hechos, de la vida misma.
En “Basada en hechos reales” me interesan las cuestiones más metaliterarias, aquellas en las que intenta ahondar sobre las obligaciones de la literatura, la relación autor-lector, el proceso creativo, la necesidad del Otro, la resonancia de lo silencios, las fisuras que nos hacen vulnerables… Todo ello me atrae, pero un ritmo lento, a veces frívolo, me lleva a desconectar muchas veces en la lectura y a que me quede un poso de insatisfacción. Los ingredientes están ahí pero no terminan de cuajar y solidificarse porque los temas profundos que me atraen del planteamiento de Delphine se me desmoronan por un exceso de control de los elementos que plantea, un algo deliberado y premeditado que me estrecha el margen como lectora.
Tal vez no me he explicado bien, pero yo me he entendido. Es lo que me ha pasado a mí y lo que siento que le ha pasado a Delphine.
Gracias, no obstante, Delphine.
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