"Nada está escrito en ningún lugar, sólo la vida acribillada por imprevistos de última hora, esas insignificancias decisivas que desafían a presagios y previsiones y se ríen de nuestras expectativas"
Se dice que humanizar a nuestras mascotas es perjudicial para ellas. A mí me pasa lo mismo con los libros: los humanizo, les designo intenciones, emociones, deseos... Y, como si de una persona se tratara, los amo, los cobijo, los observo, los escucho. También, a veces, me enfadan.
"El librero Vollard" me ha enfadado y mucho. Aunque supongo que quien me ha enfadado es Pierre Péju. Este libro lo tenía todo para que me encantara: una buena historia (de inicio), un protagonista fascinante (Vollard) con el que me podía identificar a rabiar en su amor por los libros, personajes muy atractivos que podrían seducirme (Eva y su madre Teresa), un entorno (el Parque Natural de Chartreuse) que imbrica perfectamente en la historia... Caray, ya estaba rendida a este libro desde hace mucho tiempo, antes de empezar a leerlo.
La presentación de los personajes (Vollard, Eva, Teresa, la señora Pélagie) es brutal, demoledora, muy atractiva. Están todos los mimbres ahí, está el desencadenante: Vollard atropella a la pequeña Eva. Eva, abandonada. Teresa, ausente, inconsistente y escurridiza. Vollard, voluminoso, con una soledad fruto de una conciencia malherida y que lee con vértigo y sin sosiego. Esta fue mi primera alarma, no entendía que un lector como Vollard no encuentre, en algún momento, sosiego en los libros.
Cuando comencé a leer me preguntaba cómo es que hay tanto silencio en torno a algunos libros, como si hubiera un virus que produce ceguera a los lectores, invisibilizando libros que son la repanocha. Me pasa con muchas otras cosas, que no entiendo que la gente no lo vea con la claridad con que a mí se me presentan (ya comprendí qué es lo que sucede, lo cual ha sido un alivio). Son como telarañas que sólo percibes cuando la luz incide en ella y el rocío de la mañana mejora notablemente su visibilidad y su belleza.
Pensaba, durante muchas páginas, que "El librero Vollard" era una de esas telarañas literarias: resistente en su aparente fragilidad, suave en su solidez, modesta en su imponente belleza, pegándose a tus dedos y sintiendo que no quieres liberarte de esa constelación de hilos. Peju escribe con sensibilidad, eso es innegable y un atractivo más, pero no resuelve bien (siempre en mi modesta opinión) ese choque de soledades que plantea y me queda la sensación que los personajes tan poderosos que propone Péju terminan siendo marionetas en sus manos. La belleza inicial, esas piruetas elegantes y sensibles desembocan en una caída artificiosa que no consigue arañar pasión o conmoción.
El problema al que me enfrenté es que todo gravita en torno a Vollard y los otros personajes no alzan vuelo, no cogen consistencia (no empatizas con Teresa, Eva queda difuminada y anulada, Pélagie desaprovechada...) y esa presencia gelatinosa de sus "acompañantes" contamina a Vollard y a toda la historia que empieza a un nivel muy alto, va perdiendo fluidez y luego avanza a trompicones, entre destellos luminosos y fragmentos que parecen piezas sueltas que no encajan como deberían y producen un chirrido molesto que me saca de la historia, dejo de vivirla.
El leitmotiv de "El librero Vollard" es evidente: la literatura alivia pero no cura. Que no desdeño la premisa, pero pienso lo mismo que cuando se dice que el dinero no da la felicidad. No la da, pero ayuda tanto. Con la literatura pasa lo mismo: no sana, no salva… pero ayuda tantísimo. Que me den dinero y libros, que del resto ya me encargo yo.
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