"Ahí está, un tesoro en forma de secreto. Una pequeña convulsión del alma [...] Una verdad como una fruta podrida"
Los bombos publicitarios me ponen a la defensiva. Desconfío. La mochila de lecturas con la que cargo (tan gustosamente) me dice que mis gustos muchas veces no coinciden con la masa lectora que ensalza un libro y lo encumbra a alturas a las que no tantos libros ni autores llegan. La mayoría de las veces son globos que estallan apenas les roza el viento. Libros tan grandilocuentes como efímeros. Por eso decidí esperar un tiempo para darle oportunidad a Irene Solà y su "Canto yo y la montaña baila".
No siempre esa desconfianza se ve confirmada o lo hace sólo a medias: en este caso me ha sorprendido para bien, aunque es cierto que necesito una confirmación, ver a Solà en nuevos libros y justo ahora Anagrama acaba de publicar "Te di ojos y miraste las tinieblas", lo cual de entrada ya me dice algo: Solà apuesta por unos títulos muy "marca de la casa". Le daré su oportunidad (quién sabe cuándo) porque necesito ratificar mis sensaciones y tengo cierta esperanza en la evolución de esta autora que, intuyo, nos va a ofrecer un universo propio y personal que me parece lo suficientemente atractivo como para no perderla de vista aunque tenga reticencias. Pero voy a centrarme en la lectura de "Canto yo y la montaña baila".
Hay un despliegue de recursos literarios de manual pero lo interesante está en la capacidad de Irene Solà para utilizarlos con eficacia: ahí están los símiles, las metáforas, las imágenes, las sinestesias, las perífrasis y, especialmente, la prosopopeya, sin duda alguna el recurso más destacado, la columna vertebral de este libro. Todos estos recursos son muy visibles, quizá demasiado evidentes, pero están engarzados con coherencia y con una frescura que se agradece muchísimo, pese a la (sospecho) extremada elaboración que hay detrás (es aquí donde necesito confirmación con un nuevo libro sobre si esa elaboración es metódica, trabajada o si tiene un fuerte poso de instinto natural para la escritura).
No sólo hay un amplio conocimiento y manejo de los recursos literarios, hay también un vasto conocimiento de la naturaleza y sus detalles (y esto sí parece más personal e instintivo en Solà). Y cuando hablo de conocimientos, hablo también de empatía (no hay conocimiento real sin esa empatía), de esa epistemología y entendimiento afectivo de realidades ajenas (tanto humanas como no humanas pero que son de este mundo). Reconocerse en el otro, siendo el otro tanto una persona como un animal, una nube, una montaña o una seta.
Todo está conectado en este juego de voces polifónicas para conseguir una musicalidad armoniosa y ese es un mérito de Solà, que maneja con éxito esa simultaneidad de voces para llevar al lector a percibir el todo que se escondía detrás de aquello que inicialmente percibimos como notas sueltas, cada una con su matiz que nos aleja de lo monolítico para enriquecer el mundo con sus variadas interrelaciones.
La función de las voces metafóricas aportan una visión del mundo humano en el que la naturaleza es partícipe pero sin implicación moral (mucho menos con las causas de las injusticias y brutalidad del ser humano). La tierra que pisamos, el aire que respiramos, las nubes y el cielo que nos cubren, han sido vividos por otras vidas, es un escenario que nos trasciende y a la vez nos recuerda la necesidad de ser más amables, compasivos, menos soberbios. Con un lirismo desvergonzado, imaginativo y conmovedor Solà ha escrito un libro bello y sorprendente que alza vuelo en sus últimas páginas y que espero ratificar con "Te di los ojos y miraste las tinieblas".
©AnaBlasfuemia
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