“Vivimos bajo una ocupación […] Y la situación es esta desde hace mucho, mucho tiempo; tanto que quedan pocas personas con vida que puedan recordar los pequeños detalles relativos al modo de vivir anterior”
Un libro extraño. Desde el principio tuve la sensación de que Shibli me estaba echando: no quería que entrara, se empeñaba en mantenerme a distancia. No se deja querer, pero no por frialdad, sino porque exige otra actitud: más resistencia que entrega, más desconcierto que inmersión. No sabía entonces que iba a quedarme ahí, atrapada en una narración seca, implacable, impecable en su construcción.
Está dividido en dos partes separadas (pero entrelazadas), como si una respirara bajo la piel de la otra. La primera, basada en un hecho real, es seca hasta el límite de lo soportable. Sin personaje con el que aliarse ni voz que guíe, solo una descripción obsesiva del calor, el polvo, los gestos repetidos de un oficial israelí en 1949 y de soldados que se mueven con la misma rutina animal. Se registran los hechos y la violencia sin explicaciones. No sabía bien qué hacer con eso.
Me preguntaba por qué estaba ahí, siguiéndole el paso a ese militar que no pensaba, no sentía, solo caminaba, ordenaba, se aseaba. Me costó avanzar pero resistí en ese exceso de detalle, en la descripción sin tregua en a que todo se ve, pero nada se explica. Esa es la voz dominante de la historia militar: fría, total, sin interrupciones. Y ahí empieza el verdadero tema del libro: no en el crimen, sino en su desaparición y su conversión en un “detalle menor”.
En la segunda parte entramos en la mirada de una mujer palestina actual, frágil, temerosa, dubitativa, que tartamudea en su narrativa, que busca sin saber bien qué, empujada por un dato menor: aquel crimen ocurrió exactamente veinticinco años antes de su nacimiento. Se produce un eco, o más bien un reflejo torcido: el relato opaco del principio adquiere sentido no por lo que decía, sino por lo que silenciaba. La impersonalidad del primer bloque refleja lo que ahora esta mujer vive: obstáculos, desplazamientos imposibles, archivos vedados, controles militares, lugares que ya no existen, mapas inservibles.
En la primera parte todo es nítido, pero monstruoso. En la segunda, todo es borroso, pero lleno de deseo de comprender. Shibli juega con ese contraste: el mundo del poder es limpio, eficiente, observable; el de quien lo sufre, enmarañado, fragmentario y lleno de trabas. Lo que le interesa es llevarnos a una experiencia: la de vivir en un territorio ocupado no solo por fuerzas militares, sino por una historia reescrita por otros. Todo está ocupado y distorsionado: la geografía, el tiempo, las palabras, los nombres, los recuerdos y nada puede decirse con certeza porque todo ha sido desplazado y neutralizado.
Shibli no escribe desde la denuncia directa, sino desde la escritura misma como campo minado. Más que narrar un crimen narra la imposibilidad de escapar de él cuando es estructural y ha modelado las vidas hasta la asfixia. No muestra solo la violencia, sino el borrado posterior, porque lo que se intenta conocer ha sido archivado como irrelevante, desplazado como anecdótico, tachado como inexistente. Así es cuando la historia la escriben los vencedores: los crímenes se relegan a notas a pie de página, a registros marginales, a informes que nadie lee, a cuerpos sin nombre.
Lo que parecía un libro árido, casi hostil, se convierte en una muestra de lo que implica vivir en un espacio ocupado donde nada se puede saber con certeza, el tiempo no avanza, los lugares buscados ya no existen o han sido reemplazados por una ficción ordenada que convierte la violencia en estadística, el crimen en cifra, la muerte en detalle menor. La máquina colonial y su caparazón ideológico impide el conocimiento.
Shibli no teme ni protege al lector porque no escribe contra un crimen concreto, sino contra ese gesto de indiferencia que decide qué merece ser recordado y qué puede relegarse a la invisibilidad. Por eso el enfoque está en quien ejerce el poder y no en la víctima. Lo que hace es dar la vuelta al desprecio: afirmar que lo menor importa porque es lo que nos nombra y lo que nos duele. Y ahí, en esos detalles menores, está toda la historia que otros no quieren contar.
Gracias, Adania Shibli. Gracias, Salvador Peña Martín (traductor)

No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este blog NO se hacen críticas literarias ni mucho menos reseñas. Cuento y me cuento a partir de lo que leo. Soy una lectora subjetiva. Mi opinión no convierte un libro en buen o mal libro, únicamente en un libro que me ha gustado o no. Gracias por comentar o, simplemente, leer