“Es tiempo y tacto, pensó. Es esas dos cosas. Es porque somos conscientes de ellas […] Me pregunto si es por eso que actuamos con tal desesperación en todo. Es como si estuviéramos tocando algo que nunca deberíamos haber sentido.”
Las primeras páginas de “La tejonera” son tan violentas que dan ganas de dejar caer el libro de las manos y casi que de darle luego un puntapié. Pero con la misma facilidad que esas primeras páginas te agreden, a continuación el libro se te queda pegado a los dedos, como buscando cobijo en las manos. Toda una declaración de intenciones: entre la violencia y la ternura, entre lo brutal y lo conmovedor, es en lo que nos vamos a mover al leer “La tejonera”.
Tenía ganas de leer a Cynan Jones. No recuerdo porqué, la verdad. En cualquier caso no se ha hecho esperar. Y anticipo que las ganas se han visto recompensadas con una escritura que te apresa al igual que lo hace una voz radiofónica de esas que son hipnóticas para los oídos. Sí, esas voces tan atractivas, dulces, acogedoras, que con el mismo tono te dicen algo que sientes como muy tierno y dulce que va y te suelta un monólogo agresivo y repelente, pero siempre manteniendo esa voz aterciopelada y seductora que te arrulla como a un bebé. Pues así es la escritura de Cynan, suave y profunda, moviéndose entre la delicadeza y lo feroz sin alterarse y sin solución de continuidad.
“La tejonera” tiene dos protagonistas, dos voces, la de Daniel y la de un individuo del cual desconocemos el nombre. Son dos caras de una misma moneda. Sería fácil decir que uno es la bondad y el otro la maldad, que uno da vida (un granjero que ayuda a sus ovejas a parir) y el otro la quita (un cazador de tejones que luego vende para que otros los torturen), pero lo fácil no siempre representa la realidad, no al menos TODA la realidad.
Ambos comparten un mismo paisaje, una naturaleza, una vida en el campo. Muy MacCarthy y Denis Johnson: hombres empapados en sudor a cuya piel húmeda se les adhiere la tierra, el polvo, la sangre, el esfuerzo, la lucha de cada día. La única mujer que aparece está muerta. Los recuerdos de ambos, el hombre tierno y el hombre rudo, se nos van presentando mientras transcurre la “maquinabilidad” de la vida, recuerdos que se entremezclan con detalladas y punzantes (pero imprescindibles) descripciones de las tareas de ambos. Y, mientras, el tiempo transcurre de esa forma única que tiene el tiempo de suceder: imparable, inmutable, casi arrollador. Y veloz, aunque quizás la sensación de celeridad del paso del tiempo nos la provoca el que nunca hay vuelta atrás. El tiempo siempre avanza. Y en cierta medida eso hace que tú también tengas que avanzar, quieras o no.
No nos dejemos engañar: Daniel y el hombre rudo y corpulento, insisto, son dos caras de la misma moneda. Hay una violencia que se transmite de padres a hijos. Pero hay, también, otra violencia que te transmite la sociedad y que cada vez nos aleja más de la posibilidad de una vida en el campo en la que la agricultura pueda ser un medio de vida. Y no, la naturaleza no es idílica, ni el campo (y menos aún trabajar y vivir en él) es bucólico. Quien conoce bien la naturaleza lo sabe y nunca intenta conquistarla. Nunca estás a salvo en ella. Pero tampoco estamos a salvo de la humanidad que, al igual que la naturaleza, puede infligir daño además de recibirlo.
Así, las dualidades que nos presentan Cynan están destinadas, como casi todas las dualidades, a colisionar, a impactar entre sí para fusionarse en (y por) aquello que en realidad unía a las dualidades, como polos opuestos que cumplen a rajatabla lo que creo que se llama Ley de Ampere. Porque hay una conexión ancestral con la tierra, con los animales, con la naturaleza que concilia las dualidades. La vida y la muerte no es una dualidad, no son entidades opuestas, separadas.
“La tejonera” es un libro sutil, que admite varias lecturas si te decides a rascar la superficie. Cynan nos muestra una violencia en la que no se recrea, pero cuyas descripciones tienen la suficiente contundencia como para que algo se (re)mueva dentro de ti. Lo hace sin estridencias pero con la firmeza y la suficiente persuasión como para saber que te está mostrando una realidad atemporal.
Gracias, Cynan.