Traductor: Miguel Martínez-Lage
Páginas: 180
Publicación: 1992 (2013)
Editorial: La Uña Rota
Sinopsis: En octubre de 1990 Anatole Broyard, director del New York Times Book Review, muere a causa de un cáncer de próstata que le fue diagnosticado 14 meses antes. Durante este tiempo, escribió una serie de ensayos y un diario que, junto con el relato autobiográfico «Lo que dijo la cistoscopia» (que Philip Roth calificó de «espléndido»), publicamos por primera vez en castellano.
Mi experiencia inicial de la enfermedad fue la de una serie de sacudidas sin relación unas con otras, e instintivamente pensé que lo primero que debía hacer era tratar de controlarla dándole la forma de una narración.
Ebrio de enfermedad es de esos libros ineludibles dentro de la literatura de la enfermedad. Y como ineludible que es, me puse con él. Compuesto por cuatro ensayos, notas de un diario y un relato autobiográfico sobre la enfermedad y el fallecimiento de su padre, será este último relato (Lo que dijo la cistoscopia) la joya que contiene Ebrio de enfermedad.
Como lector, escritor y crítico literario, cuando recibe el diagnóstico de cáncer de próstata Broyard sabe que tiene que narrar su proceso, su enfermedad. Tiene que narrarse a sí mismo. Hay tantas formas de enfrentarse a la enfermedad como enfermos, y Broyard tiene clara la suya.
En cierto modo, la enfermedad es una droga, y en parte depende del paciente determinar si lo suyo va a ser un bajón o un subidón.
Con el diagnóstico, la existencia de Broyard adquiere una dimensión insospechada para él, una conciencia brutal de lo efímero de la vida, de su sentido, y será ahí, en esos instantes de vida y no en la muerte, donde pondrá toda su atención. No es una cuestión de valentía, es una cuestión de deseo, del deseo de vivir.
Todos sabemos que el fin último de la vida es la muerte. No hay otra puerta de salida. Pero en cierta forma lo sabemos con la misma inconsciencia que sabemos que la Antártida se deshiela, una información de la que tomamos nota como algo ajeno y que no nos afectará a nosotros. Real pero ajeno (una paradoja imposible). La muerte no deja de ser una intrusa a la que hacemos desaparecer ignorándola.
Estoy lleno a rebosar del deseo de vivir, de escribir, de hacer muchísimas cosas. El deseo es por sí mismo una especie de inmortalidad.
Tomar conciencia, conciencia plena, de la propia muerte es una experiencia tan brutal como reveladora. Cada persona se enfrenta a (u opta por ignorar) esa situación a su manera, con sus herramientas, con otras nuevas, con introspección o sin ella. Es la libertad que te da la enfermedad. No tienes porqué elegir un camino trillado, ni siquiera salvador, no tienes porqué ser un superhéroe. Eliges. Aunque incluso no elijas.
Broyard opta por emborracharse de su propia enfermedad, embriagarse de ella, vivirla como un delirio. No me gusta la ebriedad etílica, esa nebulosa, salvo en su brevedad, ese efímero instante que te aleja de la realidad. Normalmente el regreso a la realidad suele tener sus efectos secundarios. Y en ese sentido leí Ebrio de enfermedad: con la incomodidad de una borrachera no buscada o una resaca no deseada. Me contrariaban algunas ideas, el tono viril, exacerbado, hasta el punto de discutir imaginariamente con Broyard en muchos puntos.
Como escritor, encuentra en la tragedia una fuente de inspiración. Por eso su propia tragedia le provoca una especie de subidón de adrenalina, de embriagadora borrachera que le lleva en un momento dado a describir cómo ha de ser su médico ideal: alguien que establezca una relación compleja, profunda e incluso poética con el paciente. Ay, qué poco pensamos a veces en los médicos, si bien todos podamos esgrimir una larga lista mental de quejas… pero también otra no menos larga de agradecimientos.
Cualquier persona seriamente enferma ha de desarrollar un estilo propio de cara a su enfermedad. Creo que sólo si insiste uno en su estilo podrá salvarse del momento en que se desenamore de sí mismo cuando la enfermedad pretenda disminuirlo o desfigurarlo
No todo eran discrepancias. Broyard repite varios conceptos (e incluso alguna cita) de manera insistente, entre ellas que cada enfermo debe de encontrar su estilo propio para enfrentarse a su enfermedad. En ese punto no puedo estar más de acuerdo, aunque me irrite el entusiasmo de Broyard por su propio estilo. No. Miento. No es que me irrite su estilo, es su afán porque lo adoptemos los demás, por contagiarnos de su ebriedad. Algo que parece contradictorio con promulgar el estilo individual y propio de cada enfermo. Pero quizás el suyo, tan excesivo, tan entusiasta, tan delirante en ocasiones provoque en mí una invasión en mi propio estilo que me incomoda. Hay una especie de colapso entre lo que Broyard propone y lo que hace, como si al final no terminara de encontrar su propio estilo, sino que lo provocara de una forma tan desbordante como poco identificable.
En la búsqueda de su propio estilo, Broyard glorifica una experiencia que, nos pongamos como nos pongamos, no deja de ser una experiencia traumática.
La ausencia de un estilo literario en el que como lectora pudiera encajar también impedía el acercamiento. Todo lo que exponía Broyard lo había encontrado como un guante se ajusta a la mano en El desconcierto de Begoña Huertas, para mí una lectura superior a la de Broyard. Hasta llegar al último relato, Lo que dijo la cistoscopia. Sí, ahí sí me reconcilio con Broyard. Me quedo rendida. Será en ese último relato donde reconozco un estilo, un estilo literario, una confidencia, una cercanía, que echaba en falta hasta entonces.
Lo que un enfermo crítico necesita, sobre todo, es que le entiendan. Morir es un malentendido que es preciso aclarar antes del fin.
Gracias por tu reseña. Profunda invitación para leer a Broyard, sobre todo en su último relato. La convivencia con un enfermo se torna ,en ocasiones, oscilante.
ResponderEliminarLa enfermedad, bien desde el lado que la sufre o bien desde el lado de quienes conviven con la persona enferma, es un tema literario no muy abordado, así que por mi parte cuando encuentro libros con esta temática no dudo en leerlo.
EliminarUn abrazo
Al final se recuperó. Si has discutido con él es que te ha importado y eso ya es bastante. Porque lo peor es la indiferencia. No me gustaría tampoco el afán por imponer su visión pero le perdonaría la virilidad porque como se ha dicho cada uno se enfrenta como puede a lo más difícil .
ResponderEliminarBuena reflexión sobre los médicos.
Aun así no me llama ponerme ahora con el tema, prefiero seguir ignorando.
Un abrazo
Sí, está claro que los libros que menos me interesan (al menos a mí) son los que me provocan indiferencia. Y este indiferente no te deja, aunque haya algunas cosas que no estaba de acuerdo sí ha habido otras que me han parecido muy interesantes. Y el último relato de verdad que merece la pena.
EliminarMe consta que no es un tema fácil para leer y que hay que tener el momento.
Un abrazo
Bien pareciera que Broyard hiciera apología de la enfermedad. Parece que este libro te ha interesado y medio mosqueado a partes iguales. Parece también que con su último relato te has rendido completamente ante el autor. Me resulta una propuesta interesante y un planteamiento curioso el del autor respecto al tema. Tal vez no le dijera que no si mi lo cruzo, de todas formas, ya que lo citas, pienso que antes leería 'El desconcierto' de Begoña Huertas, pues lleva tiempo haciéndome ojitos.
ResponderEliminarUn abrazo
Sí, a veces esa embriaguez por la enfermedad era extraña, aunque está claro que cada cual la vive de la forma que mejor le haga sentir. Tenía este libro en casa desde hace tiempo y cuando leí El desconcierto de Begoña Huertas (a mí me encantó ese libro, cómo aborda la enfermedad y escribe sobre ella) me encontré que lo mencionaba. Aun así he tardado en ponerme con él. Ya sabes, los libros llegan cuando ellos deciden.
EliminarUn abrazo