“Ah, la felicidad busca la luz, por eso juzgamos que el mundo es alegre; pero el dolor se esconde en la soledad, por eso juzgamos que el dolor no existe”
Si no has leído este libro, te rogaría que lo leyeras. Si ya lo has leído, te pediría que vuelvas a leerlo. Pero preferiría no hacerlo.
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¿Cómo reconocer una obra de arte, una obra literaria magistral? Cada cual tendrá sus sensaciones, las mías pasan por saber que estoy ante algo inolvidable. Cuando conocí a Bartebly sabía que nunca lo olvidaría, que siempre me seguiría pareciendo una obra perfecta en su compleja simplicidad y que me estremecería una y otra vez por la inevitabilidad de lo verdadero.
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Sabemos que es una lectura que deja un poso de tristeza, de esa que cala como la niebla, con la humedad irremediable de reconocerse, de fundirte con Bartleby. ¿De qué territorio viene Bartleby? De la sima de la soledad, de la del hombre que se interroga, de aceptar la imposibilidad del Otro. Y resistir.
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La resistencia pasiva de Bartleby deriva de una lucha genérica, universal y humana, una lucha que reconoce toda persona que se haya visto inmersa en la batalla del desgarro. Todos los vacíos son iguales, lo que diferencia unos de otros es la mirada de quien se enfrenta a ellos: como lo hace Bartleby o como lo hace su jefe (que no puede eludir la clamorosa llamada de Bartleby y su digna lucha contra la soledad y la desesperación). La conducta de Bartleby no puede negarse ni trivializarse, supone en sí misma un enigma irresistible.
Un libro hermoso. Triste, sí, pero terriblemente humano y luminoso. Con una prosa limpia, clara, perfectamente medida; con un ritmo adecuado a la tensión que genera el lenguaje natural y equilibrado de Melville, que transforma el misterio de Bartleby en realidad y la realidad en misterio. Todo en este libro está impregnado de emoción y ética, moviéndose al compás de la vida interior del lector, que no puede evitar conmoverse hasta la reverencia.
El despliegue de posibilidades casi infinitas que ofrece este libro es una de las razones de su grandeza. Pese a su trama sencilla, el significado e implicaciones de esta historia es tan poliédrica que inevitablemente te interpela.
Este relato breve me ha producido la misma extrañeza que al narrador la actitud de Bartleby. No sé qué lectura tengo que hacer de él, me ha gustado leerlo (está muy bien escrito), pero al mismo tiempo me ha descolocado. He seguido como lectora la extrañeza del narrador ante la actitud del escribiente y al final acabo el relato sin saber qué le pasaba al pobre Bartleby: ¿una dolencia del alma o del cerebro? Pero lo más desasosegante quizás es la incapacidad de conectar y comunicarse con él, en empatía con el narrador, pero que no afecta a Bartleby.
ResponderEliminarGracias por descubrirmelo.