lunes, 27 de mayo de 2019

Cárdeno adorno (Katharina Winkler)


A veces camino descalza y me tumbo junto a las ciruelas reventadas. Luciendo mi cárdeno adorno, yazgo entre frutos cárdenos

Cuidar a quienes nos cuidan, cuidarnos de quienes no. Pero cuidas a los corderos y vives con el enemigo. Si el honor no tiene nombre de mujer ¿quién nos cuidará si lo humano es tan escaso? Tantas mujeres cárdenas y sin palabras donde solo hay el sonido primitivo de la violencia escrita y tallada por las manos de los hombres.

Golpe, a golpe, golpe, a golpe… Y la luz al otro lado de las montañas, la posibilidad de bañarse en el rio, las letras, los números, todo está al otro lado. Lejos. Aquí, las puertas son paredes que no puedes atravesar y el miedo una piel imposible de mudar. Las fiestas son siempre ajenas y el dolor cercano No te rías, no te rías, hasta la risa le pertenece. No supliques, no anheles más golpes, no anheles caricias. Todo se arreglará. Todo se arreglará. Ponte unos vaqueros y busca la casa que te salve, tú eres la casa.

Cuánto y qué fuerte he querido que lo que leía fuera ficción, ciencia ficción, o novela histórica. Pero no. Y leo y lloro, y grito, lloro, leo. Una aldea turca donde la violencia no se cuestiona, es tan habitual como los silencios. Normalizar la cosificación y deshumanización de la mujer, la mujer como un objeto que pertenece al hombre, la mujer como esclava del hombre. La intensidad de la violencia se me hace insoportable, me obligo a no soltar, a no mirar a otro lado. Sucede. Sucede.

Golpe, a golpe, golpe, a golpe. Quiero detenerlos con una fuerza inusitada y una rabia ciclónica, detenerlos, absorberlos todos y vomitarlos en un océano. Cada golpe. Hacerlo pasado, pasado lejano, historia añeja y anticuada.

Es tan difícil lo que has hecho, Winkler, poetizar el dolor. Terminé la lectura agotada, perturbada, sacudida. Aterrada. La violencia nunca, jamás, ha de ser normal ni las mujeres ni los niños propiedad privada de nadie.

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