“Desde la primera infancia hasta la tumba, existe en el corazón de todo ser humano algo que […] espera invencible que le haga el bien y no el mal. Eso es, antes que ninguna otra cosa, lo que es sagrado en todo ser humano”
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A Simone Weil nadie puede negarle su absoluto compromiso social y su extraordinaria inteligencia. Más allá de su vida fascinante, su pensamiento y su activismo compasivo me hacen pensar (de nuevo) en la inmensa necesidad que tenemos actualmente de intelectuales y pensadores humanistas de su calibre.
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En este breve pero compacto ensayo, Simone pone sobre el tapete dos cuestiones: una será la contundente crítica sobre el concepto de persona (separando de forma tajante la persona de lo sagrado) y otra la búsqueda de unos principios que estén por encima de las instituciones democráticas y que, a la vez, las orienten y limiten.
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Para Weil la persona no es sagrada por sí misma, ni siquiera el bien lo es, sino más bien la expectativa de que nos hagan el bien. Lo sagrado en la persona… es impersonal. El bien es el centro y para ello es necesario varias cosas: educación, libertad de expresión e instituciones capaces y deseosas de escuchar los gritos del bien.
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Brillante e ingeniosa, Weil se plantea el difícil y precario equilibrio existente entre el individuo y las instituciones. Hay que proteger lo que hay de sagrado en el ser humano, ese es el mensaje: proteger lo más ingenuo y casi infantil del ser humano, escuchar esa parte del alma humana.
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No es una lectura fácil, es densa pero asequible, exige la inteligencia y el compromiso del lector, si bien el prefacio de Giorgio Agamben es muy esclarecedor. Subrayé este libro casi en línea continua, leía y volvía hacía atrás, me crujía la neurona. Y eso me encanta porque tengo una neurona pero es muy linda ella: le encanta que la expriman.
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“En toda alma humana crece continuamente la demanda de que no se le haga mal”
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Es tan difícil articular el lenguaje del dolor, del daño, del mal. Es tanta la incapacidad de escuchar, somos tan reacios a entrar en contacto con la desgracia ajena. ¿Cómo solucionarlo? La respuesta, cree Weil, está en la justicia, la verdad y la belleza.
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Vamos a ello.
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