Traductora: Raquel G. Rojas
Páginas: 168
Publicación: 1896 (2015)
Editorial: Dos Bigotes
Sinopsis: El verano acaba de empezar y a la localidad costera de Dunnet Landing llega una escritora en busca de un lugar tranquilo donde refugiarse del ajetreo de la ciudad y poner punto final a su libro. Allí alquila una habitación en casa de la señora Todd, una experta botánica que vende remedios caseros preparados con las plantas de su jardín y con la que entablará una profunda amistad. Ella será la encargada de introducirla en la vida social de una comunidad que parece discurrir aislada bajo la imponente presencia de los abetos a los que alude el título.
Cuando uno conoce un pueblo como este y su entorno, es como si conociera a una persona. El amor a primera vista es tan repentino como rotundo, pero construir una verdadera amistad puede ser labor de toda una vida.
Amor a primera vista, por lo repentino y rotundo, fue lo que tuve con este libro cuando supe de él y lo tuve por primera vez en mis manos; y amor eterno le tendré el resto de mi vida después de finalizar (despacito, no quería que se terminara) su lectura. Demoré las últimas páginas, me instalé en un ritmo lector sosegado que me permitiera seguir durante un tiempo más prolongado en un libro balsámico que me trataba con delicada amabilidad, que me suministraba ese calorcito que necesitaba y que se siente con algunos abrazos protectores, cuidadores, francos. Abrazos como el mecer de las olas.
Este pequeño y hermoso libro es de esas joyitas imperecederas que desde una prosa sencilla (que no simple) aborda temas complejos. Es un libro pausado, tranquilo, que no necesita de tensión narrativa, ni de más trama que el transcurrir de los días.
Desde allí, y por encima de la legión de abetos puntiagudos que nos rodeaba, se veía toda la isla, el océano que la circundaba con otros cientos de diminutas islitas, la costa del continente y el lejano horizonte. Me invadió una repentina sensación de amplitud: nada obstaculizaba la vista y parecía no haber límites ni fronteras; podía sentir la libertad, en el espacio y en el tiempo, que otorgan siempre las grandes perspectivas.
A Sarah Orne Jewett le basta poco para contar mucho y ubicar al lector en los personajes y el paisaje. El argumento es poco pretencioso, sobrio incluso: Una escritora llega a una aldea pesquera, Dunnet Landing, en la costa de Maine con intención de pasar el verano. Allí se alojará en la pequeña casa de la señora Todd.
No hay más. De ese verano, de los habitantes de la zona, de las luces, los paisajes, las bahías, los abetos, las hierbas, la amistad entre la narradora y la señora Todd… es de lo que hablará Jewett. Pero no os confundáis, porque hay más, muchísimo más, detrás de esta aparente inercia, de esa calma chicha del transcurrir de los días sin que pase nada extraordinario. Y ese es el mayor y mejor regalo de este libro: lo ordinario vivido como algo excepcional, único.
Es posible que, alguna vez, hasta un náufrago en una solitaria isla desierta tenga miedo de ser rescatado.
El aislamiento o, lo que viene a ser lo mismo, la soledad, es uno de los hilos con los que Jewett entreteje estas aparentemente dispersas historias que pueblan este libro. Porque somos seres solos y aun viviendo en comunidad la esencia de nuestra individualidad es la soledad. Imagínense si además viviéramos en una pequeña aldea pesquera rodeada de abetos, un océano inmenso, y donde no siempre la mirada alcanza a ver otra casa. Pero quien quiera ver sufrimiento en esta soledad, en este aislamiento, estará equivocado.
Parte del poderío de este libro está en mostrarnos cómo enfrentarse a esa soledad: apreciando cada minuto, cada detalle, cada transcurrir del tiempo, cada acontecimiento aparentemente nimio, cada encuentro, cada instante, como lo que es: algo único (no he encontrado forma de evitar dos puntos seguidos en un mismo enunciado, que la RAE me disculpe) ¿Quién quiere ser rescatado de algunos lugares?
A veces un árbol sano puede crecer sobre la roca desnuda, solo con una pequeña grieta que sujete sus raíces, en la pendiente de una colina pedregosa donde no se ve ni un solo rodal de tierra decente, pero el árbol seguirá teniendo una copa verde y frondosa incluso en el verano más seco. Si pegas la oreja a la tierra, se puede oír el fluir de un pequeño manantial. Todos estos árboles tienen el suyo, y hay personas a las que les pasa lo mismo.
Otro de los hilos poderosos que maneja Jewett es su capacidad para describir el paisaje, la naturaleza, engarzándolo con la propia naturaleza humana. Te describe una hierbas que crecen más fuertes al ser pisoteadas y ¿cómo no relacionarlo con las personas que dan lo mejor de sí mismos antes de morir o las que se crecen ante las adversidades? O esa descripción anterior de los árboles que crecen en terrenos imposibles sin perder ni un ápice de vitalidad ni verdor, porque cada árbol tiene su propio manantial interior. A mí me recuerda a algunas personas que conozco, residentes en vidas inhóspitas y salvajemente desapacibles y que, sin embargo, tienen un esplendor, una fibra, un vigor que admiro por encima de todo. Personas que amo por su manantial interior, pequeño y constante, nítido y saludable.
Una nunca deja de ser niña mientras tenga una madre a la que acudir.
La tierra de los abetos puntiagudos es una historia con muchas historias y es también una historia coral, con la narradora (de la que no recuerdo el nombre porque en realidad no se dice en ningún momento) y la señora Todd como hilos conductores. Es, sobre todo, una historia de mujeres enérgicas, vitales, fuertes, independientes.
Y desde esa independencia se plantean también algunas relaciones familiares, como la de la propia señora Todd y su madre, una relación bella y cálida de dos personas individualistas pero cercanas, autosuficientes pero conectadas. La madre de la señora Todd es de esos personajes entrañables (este libro está plagado de ellos) que provoca que a todo el mundo le crezca una sonrisa en la cara al igual que una flor estalla en primavera. Me ha quedado cursi pero eso inspira esta madre: una implosión de luz, color, ternura y calidez.
En la vida de cada uno de nosotros, pensé, hay un lugar remoto y aislado, entregado a un eterno pesar o a una felicidad secreta. Todos somos ermitaños voluntarios o cautivos en algún momento de nuestra vida, y entonces comprendemos a nuestros hermanos de celda, sin importar la época a la que pertenezcan.
Seres solos, pero no huraños, no ajenos a los demás. Se cuidan unos a otros. Así son los habitantes de Dunnet Landing. En un entorno que les mantiene aislados, incluso del resto de habitantes, convirtiéndoles en ermitaños (unos más voluntarios que otros), celebran cada encuentro como si fuera una fiesta, un regalo inesperado que agradecer y saborear intensamente. De nuevo como algo único. Quién sabe cuándo y si se volverán a ver.
Cada encuentro, cada reencuentro, cada conversación, es un instante presente que intentan alargar y retener como polvo de oro: algo valioso y que se escurre irremediablemente. No lo viven con pesar, sino con una intensidad leve y bella. Todo es afable: matrimonios cordiales, amistades imperecederas, mujeres y hombres fuertes y trabajadores. Todos se apoyan mutuamente con la naturalidad que dan los corazones puros y el saberse vivos.
Yo no quería perderla y ella no quería irse, pero así tenía que ser. Hay cosas que no decidimos nosotros. No podemos elegir si sí o si no.
La muerte se asume como lo que es: algo natural, irremediable. Los recuerdos no serán un boomerang que te rebana el cuello, sino una posibilidad más de volver a revivir a quien has querido, respetado o amado.
Aceptar lo irremediable, la vida, la muerte, las ausencias, las presencias, lo que no puedes elegir. Pero mientras, eliges, eliges vivir y deleitarte cada día como si ya no hubiera a haber nada más, disfrutar de los arrecifes, del té, los alimentos, del arte de la paciencia, de los pájaros o el murmullo de las olas, de las hierbas, la compañía, la soledad, las vistas a través de una ventana o por encima de los abetos. Como si fuera la primera vez. O como si fuera la última.
El mar estaba lleno de vida, las crestas de las olas se curvaban como si tuvieran alas, como las mismas gaviotas y, como estas, eran libres como el viento.
El mar, el mar, el mar... (Llegaré, algún día llegaré. Seré libre en el mar. Seré.)
A mí me recordó mucho, tanto el estilo como la sensación de calma y bienestar que proporcionaba su lectura, a "El rumor del oleaje", de Mishima. Tiene una temática parecida, el aislamiento de los habitantes de un pequeño pueblecito pesquero en Japón, el sucederse de sus días, sus rutinas y fiestas, sus sencillas aspiraciones... y todo enmarcado por un paisaje maravilloso que te hace sentir en paz, y con el que casi escuchas de verdad cada ola del mar. Una joyita que te recomiendo :)
ResponderEliminarAh, pues "El rumor del oleaje" de Mishima no lo he leído (lo tengo), y eso que es un autor que leí mucho en su momento. Lo pongo a mano entonces, aunque ya de por sí el autor y el tema ya me atraen e intuía joyita.
EliminarUn abrazo
No conocía a esta autora que, por lo que veo, nació, vivió y ambientó sus historias en Nueva Inglaterra. Con lo que me gusta la literatura estadounidense y sobre todo, Nueva Inglaterra, no sé cómo he podido ignorarla tanto tiempo.
ResponderEliminarMuchas gracias por la información y por la reseña.
Un beso.
Bueno, ya sabes, hay muchas autoras que están más invisibilizadas y además a veces las novedades camuflan clásicos de gran calidad que son editados o reeditados.
EliminarUn abrazo
Ayy, qué bien, cuánto me ha recordado, con los bellos pasajes que has seleccionado, y por las sutilezas que tú siempre destacas tan bien, a “La Primavera silenciosa” de Rachel Carson… si hasta comparten el mismo escenario, ¡la costa de Maine!
ResponderEliminarCon esa mirada que se recrea con la naturaleza del entorno y sirve como metáfora de nosotros mismos. Creo que la naturaleza es inmejorable escuela para “aceptar lo irremediable” (usando tus palabras), la vida, la muerte, las ausencias… nos lo muestra continuamente.
El mar…
Un abrazo, Ana.
Qué te voy a decir sobre la naturaleza, sabes que compartimos ese amor... Y cierto que la naturaleza es una metáfora de nosotros mismos, a la que no siempre escuchamos ni respetamos, he de decir. Por eso me encantan estas narraciones donde la naturaleza es un personaje más y la vida transcurre engarzada con ella, con otra pausa y otro ritmo y otras prioridades.
EliminarEl mar...
Abrazo grande
Pues nada, no se hable más, me ha gustado mucho así que me la llevo 🙄 empezamos el mes y la vuelta de vacaciones llenando la lista 😅
ResponderEliminarBesitos 💋💋💋
Ay, la lista... Te va a gustar, es una lectura amable y de muchísima calidad.
EliminarUn abrazo
Quiero ir ahí. Solo de leer la reseña ya me ha entrado una paz... Y para que un libro de este tipo te llegue de esa manera ya tiene que ser bueno, estar bien contado y tener ese algo más entre líneas o detrás. Y estar solo no es malo, es más, deberíamos todos saber estar solos también, me parece muy necesario sin desmerecer la compañía, por supuesto.
ResponderEliminarUn abrazo
Te va a gustar, no solo porque esté bien contado, es que es de esos libros entrañables que te reconcilian con la vida y hasta con la gente. No es lo mismo soledad que solitario ;)
EliminarUn abrazo
Qué sensación tan maravillosa esa de no querer terminar un libro, de aferrarnos a él con nostalgia anticipada. Y qué difícil es conseguir lo que parece tan sencillo: contarlo todo sin contar aparentemente nada, contar la vida, que en este caso, además, parece reparadora.
ResponderEliminarNo conocía libro ni autora, así que gracias por la información.
Un abrazo
Pues si, hay veces que da rabia terminar una lectura porque te gusta estar ahí, con esa historia, con esos personajes, en ese paisaje... El libro te va a gustar y lo contarás ;)
EliminarUn abrazo.
Te agradezco desde lo hondo tu contarte en este libro. Lo leí cuando salió y lo disfruté con una serenidad que me suele ser ajena. Lo recomendé vehementemente, pero apenas conseguí venderlo. Tu lectura me ha despertado las ganas de releerlo y me ha insuflado valor para volver a recomendarlo. La alusión sencilla y certera que haces de la madre de la señora Todos me ha hecho brotar la sonrisa que el personaje me despertó.
ResponderEliminarGracias por tu lectura, Ana. Gracias por contar.
Es verdad que es un libro apacible, cercano, acogedor. Fíjate que yo no soy muy de recomendar libros, porque mis lecturas son muy personales y pienso que cada libro tiene tantas lecturas como con lectores, pero este libro es tan balsámico y está tan bien escrito y contado que puedes recomendarlo a mucho tipo de lectores.
EliminarGracias a ti por comentar.
Un abrazo.
Me encantó esta novela por todo lo que señalas pero sobre todo por la conexión con el paisaje, con esa paz, esa reconciliación con la vida a través del paisaje. Y los personajes, y los ancianos y ancianas con sus historias... Aish, qué nostalgia, me han entrado ganas de volver a leerla. Un abrazo.
ResponderEliminarEs que es un libro que no solo te apetece quedarte en él cuando lo esta´s leyendo, sino que también quieres volver a él una vez que lo has terminado. Es una joyita, una bella forma de contar.
EliminarUn abrazo.
Me apetece mucho leer este libro, tu reseña me ha emocionado y me encantaría vivir en ese pueblo en el que la vida sólo tiene el afán de transcurrir sin más... Creo que lo paso por delante de otros (muchos) que tengo pendientes.
ResponderEliminarAbrazo.
Pues ya contarás, pero ya digo que es de esos libros que son de una calidad casi incasificable, bien contado, inteligente, cercano, real, entrañable. A mí me vino como anillo al dedo en el momento que lo leí.
EliminarUn abrazo.
Tengo apuntado este libro desde hace mucho tiempo y todavía no me he hecho con el. A ver si lo recuerdo en la próxima visita a la librería que me estoy perdiendo una gran historia. Besos
ResponderEliminarTe la estás perdiendo! Si no lo tienen en la librería, pídelo, que en la editorial estarán encantados de que este libro siga llegando a más lectores.
EliminarUn abrazo.
Coincidencia plena también. Jeje, ¡vaya racha!
ResponderEliminarSe ve que somos de extremos :D Supongo que es inevitable que de vez en cuando nos encontremos en algunos libros, pese al universo tan amplio que hay de libros ;)
EliminarUn abrazo
No conocía esta editorial... voy a echarle un ojo =)
ResponderEliminarBesotes
Le acabarás echando dos (ojos) :D
EliminarUn abrazo
Después de leerte es para salir corriendo a compra esta novela. No lo haré porque la tengo y la leí el año pasado por recomendación de una gran amiga. Lo que haré será releerlo y escribir la reseña, ahora que intento retomar el blog, que la tengo pendiente. Esta novela transmite mucha paz y felicidad, que sea una historia pausada es un plus para no querer soltar el libro y terminar el viaje. En su momento me sentí muy identificada porque antes los isleños éramos muy peculiares y reservados.
ResponderEliminarBesotes
Merece la pena. Es de esas lecturas agradables pero de calidad. Merece una relectura, incluso varias, como un oasis al que llegar de cuando en cuando.
EliminarUn abrazo.
Lo tengo apuntado desde hace algún tiempo, Ana, pero no ha llegado por aquí, lo que me apena mucho.
ResponderEliminarEs difícil encontrar un libro que nos transmita Paz, así, simplemente, y éste parece ser uno de ellos.
Gracias por recordármelo, aunque deberé seguir esperando.
Un gran abrazo.
Me da tanta rabia cuando comentas que un libro no ha llegado allá :( Hay libros universales que tendrían que estar en cada rincón del planeta y este es uno de ellos.
EliminarUn abrazo.