viernes, 20 de marzo de 2015

Reloj no marques las horas


En casa de mi madre, al lado de una falsa chimenea, hay un reloj de péndulo. Y es curioso, porque a nadie de mi familia nos gustan los relojes ni los despertadores, pero en nuestras casas siempre hay varios, silenciosos y tímidos pero efectivos.

Este reloj de péndulo es especial. Era EL RELOJ, el único válido, el que nos daba la hora y marcaba nuestros tiempos. Mi padre se encargaba cada noche de darle cuerda y revisarlo con pulcritud. Recuerdo con nitidez inmisericorde el sonido al marcar las horas, sonaba como una campana, de ahí vendrá mi fijación por ellas (las campanas). Ecos auditivos de otros tiempos y lugares.

Este reloj era nuestra referencia, si se retrasaba todos llegábamos tarde a nuestras citas. Si se adelantaba, éramos los primeros en llegar. Siempre nos sobraba el tiempo cuando se adelantaba el reloj de péndulo. Y siempre sabíamos qué hacer con el tiempo que nos sobraba. Y buenas excusas cuando nos faltaba.


Pero un día el reloj se paró. Ya nadie le dio cuerda. Hace muchos años, demasiados, que marca siempre la misma hora, las 5:52 h. Al principio parecía que el tiempo había dejado de existir, que en nuestro mundo sólo había las cinco horas cincuenta y dos minutos de la mañana o de la noche. Una especie de tiempo sin tiempo, un segundo durando una eternidad o una eternidad condensada en un segundo, dependiendo del cuerpo de cada cual. Pero siempre esa hora bruja: 5:52. Dos veces al día el reloj marcaba con acierto la hora. Y así un día y otro, un año y otro, una vida y otra.

A veces, cuando mis emociones se arriman a los extremos, desde la distancia que dan los kilómetros y el tiempo, soy capaz de visualizar el reloj con todos los detalles, veo en mi mente la esfera de cristal, el péndulo, las agujas del reloj marcando una y otra vez la misma hora, oigo las campanas a las horas en punto, el sonido al darle cuerda. Y entonces la magia hace lo suyo y el tiempo se detiene.

Un tiempo sin tiempo, mi vida por ese reloj. Si decidiera cambiar los relojes por pájaros de cristal quizás volaría por la vida en intensos e infinitos círculos o en ágiles zig-zag fuera del tiempo y el espacio.

Deshacer la trama del tiempo es una buena apuesta: no luchar contra él, sino confundirlo, ignorarlo, como innoble que es.

La libertad puede tener muchas caras, pero estoy segura de que no tiene la cara de un reloj, ni siquiera la cara de un reloj de péndulo, ni su voz es el inapelable tic-tac que tanto me fatiga y fatiga mi memoria.

Si el tiempo es un invento, inventemos ahora el destiempo, el a-tiempo, el tiempo sin tiempo. Un tiempo vacío, para el que se va, para el que vuelve, para el que se queda, para el que olvida y para el que recuerda. Un tiempo con amnesia para que la sangre desemboque en el océano, entre el abandono y el encuentro, un mordisco a la memoria.

Un tiempo sin tiempo para remontar la vida y, desnuda, llegar a la cumbre y abrazar la luz mansa al encontrar unas raíces en el cielo abierto. Y desplegar las alas y volar, privada de experiencias y recuerdos.

Acaso la vida tenga a bien hacer que mis alas tracen un vuelo hasta el manantial de un tiempo sin tiempo mientras la esperanza me alcanza. O tal vez la vida era esto, el transcurrir del tiempo, una tregua sin descanso entre un tic y un tac.


Si alguien me regala un tiempo sin tiempo le querré todo el tiempo. Lo que viene siendo… un siempre.

Acaso la vida.

(©AnaBlasfuemia)


lunes, 16 de marzo de 2015

El Powerbook (Jeanette Winterson)


Título original: The Powerbook
Traductora: Ángels Gimeno-Balonwu
Páginas: 288
Publicación: 2000 (2004)
Editorial: Edhasa
ISBN: 9788435008907
Sinopsis: El powerbook de Jeanette Winterson combina la gran tradición narrativa universal con las posibilidades abiertas por la informática, y particularmente por internet. Y no sólo por el hecho de que el argumento gire en torno a un cruce de mensajes entre dos personajes que ocultan su verdadera personalidad, sino sobre todo porque la sensación de fugacidad, de inmediatez y de distancia está muy bien logrado mediante el empleo de diálogos rápidos, esquemáticos y contundentes, tan ambiguos y espontáneos como los que pueden leerse en un foro de internautas.


Winterson. ¡Pues claro! La autora que me trajo La niña del faro. Que me gusta a mí hacerme esperar. Y no iba a ser La pasión, La mujer púrpura, El guardián del tiempo, Escrito en el cuerpo, Fruta prohibida… no iba a ser cualquiera de sus libros más conocidos y recomendados (y que adquirí de forma compulsiva después de La niña del faro). No. Que a una no le gustan las líneas rectas, así que… El Powerbook. Venga, Ana, dale. Comienzo a leer:

Para evitar que me descubran, sigo huyendo. Para ser yo quien descubre, sigo incansable.

Me detengo durante un laaaargo tiempo en esta primera frase. Sonrío. La releo varias veces. Vuelvo a sonreír. Una y otra vez. Vaya manera de comenzar un libro. Sé que no estoy ante La niña del faro, pero tengo claro que Winterson es una autora especial para mí, que fluyo entre sus palabras como pez en el agua, como agua en el arroyo, como arroyo en el cauce, como cauce en el valle. Sé que esta extraña escritora me resulta transparente (o quizás soy yo transparente para ella), que me empapo de todas y cada una de sus historias, que su personal, diferente y peculiar forma de contar es un espejo en el que veo con nitidez cada detalle, cada línea, cada puntada, cada imagen. Tengo la sensación de que Jeanette Winterson escribe para mí. Como si le encargara historias a medida. Qué bien, qué bien.

Historias y verdades. O no. O historias y mentiras. Las dos cosas (porque una cosa y su contraria no se excluyen: malviven pero conviven). Lo comentaba hace poco: estamos hechos de historias. Así que crearlas, contarlas y que me las cuenten, es pura vida para mí. Convertir momentos en historias. Historias sin fin ni final. Winterson es una ingeniosa y hábil narradora de historias, en las que me siento como dentro de un traje que se adapta a mi cuerpo a la perfección, quizás como si fuera la piel de mi propia alma.

Las historias son mapas

Las. Historias. Son. Mapas.

Cuatro palabras combinadas adecuadamente son suficientes para que dentro de mí broten historias y mapas, cartografías imposibles y geografías probables, afluentes en dirección contraria, bifurcaciones, caminos sin peaje, atajos quiméricos… Cuatro palabras y miles de posibilidades. Cuántas cosas ha inspirado y movido dentro de mí esta frase: Las historias son mapas. Pues aplaudo, ¡qué le voy a hacer si no llevo sombrero y no me lo puedo quitar!

- Esto no es más que una historia.
- Yo a esto lo llamo una historia verdadera.
- ¿Cómo lo sabes?
- Lo sé porque yo estoy en ella.

Quieta. Os preguntaréis qué nos cuenta Winterson en este libro. Que nos gusta saber qué tenemos entre manos. Habla del amor. De disfraces. De verdades y mentiras. De lo real y lo virtual. De historias (¿de qué otra cosa iba a hablar Winterson?). La protagonista (o el protagonista, deliberadamente ambiguo, marca de la casa de la autora), Alix, es una escritora, una e-escritora, que desde su ordenador, vía e-mail, ofrece “libertad por una noche”; es decir, te escribirá una historia hecha a medida. ¿El problema? Que las historias son seres vivos que pueden atraparte, engullirte, y cuando quieres darte cuenta ¡zas! formas parte de la historia que estás contando y entonces la delgada línea entre realidad y ficción, lo real y lo virtual, se vuelve estremecedora e impresionantemente fina. O directamente salta en mil pedazos. Un riesgo que todo creador de historias y momentos tiene que correr. Y asumir. Patapúm. Jugar con fuego y quemarte. O no. ¿Quema lo vivido aunque lo vivido no sea verdad? Fuego con fuego no se queman, pero se apagan. Pero hasta entonces... arden.

Vivo en un mundo material, aparentemente sólido, y el peso de éste ya es suficiente. Los otros mundos que puedo alcanzar necesitan mantener su ligereza y su velocidad de la luz. Lo que yo traigo desde esos mundos a mi propio mundo es otra oportunidad.

Al igual que en La niña del faro la estructura narrativa habitual o esperable por lectores en zona de confort es inexistente. No hay línea argumental, pero Winterson es tan valiente como reconocible, libre en su forma de contar. El esquema es muy similar: una historia (más o menos) central y fábulas, leyendas, personajes históricos, reflexiones, que se mezclan constantemente, todas ellas reencarnando una y otra vez la historia de amor entre la narradora y la mujer que le solicita “libertad por una noche”...

Soy alguien que desea lo mejor de los dos mundos.
Una historia es una cuerda floja entre dos mundos.

Alix bien podría ser Silver, nuestra niña del faro, que ya adulta hará aquello que heredó y aprendió de Pew: contar historias. Pero como los tiempos corren que es una barbaridad ya no será a la manera tradicional, de boca en boca, sino acorde a los tiempos modernos: en el ciberespacio.

No hay amor que no perfore las manos y los pies.

Sólo he leído dos libros de Winterson, aunque me parece haber estado buscándola toda la vida, pero la sensación es que la columna vertebral de sus historias es el amor. Amor, nostalgia, soledad. Pasión. Límites. Mitología. Mundos privados. Identidad. Emociones. Historias. Vida. Oportunidades. Contado a su manera. Y su manera no es lineal, ni mucho menos una línea recta. Está llena de meandros y recovecos varios. No esperéis entonces un final cerrado, ni siquiera un final. Los finales no existen. Es cierto que sus reflexiones tienden a ser aforismos, cerrados y ligeramente adoctrinantes, pero en cualquier caso comulgo con su forma de sentir, aunque no siempre con su forma de pensar. Sentir y no pensar.

No puedo dar mi posición con exactitud. Las coordenadas cambian. No puedo decir “dónde”, sólo puedo decir “aquí”, y tener la esperanza de trazarlas para ti, átomo y sueño.

Las múltiples perspectivas y alternativas de Winterson, su mirada poliédrica (y poética), me resulta tremendamente atractiva, potente, sugerente, cercana e inspiradora. Mil veces me cuente la misma historia de mil formas distintas, mil veces terminaré un libro de Winterson con la certeza de que me reconozco entre sus páginas y me toca el alma como pocos autores. Me (con)mueve y motiva. Creo que he subrayado en este libro hasta el índice (que no tiene).

Cuéntame una historia, Winterson. Y ella va y me la cuenta. ¡ A mí! La historia. No una, sino varias. O no varias, sino una. Así da gusto. Y como ya no confío en los hechos ni en las palabras, sino en el tiempo, le agradezco profundamente el que ha dedicado a contarme (sí, a mí) El Powerbook. Y a vosotros os agradezco el tiempo que dedicáis a leerme. Gracias. Tiempo es lo que tenemos.
Me sentí como si hubiese entrado atolondradamente en la vida de alguien por azar, hubiese descubierto que quería quedarme y entonces, dando tumbos, sin una pista, ni un indicio, ni una manera de terminar la historia, hubiese vuelto a la mía.

Gracias, Winterson. 

Si os gustó La niña del faro, os gustará este libro. Si no os gustó, seguir de largo. O darle una (otra) oportunidad. Si no sabéis si sí o si no, pues quién sabe. Lo que el corazón os diga. Siempre. El corazón (y no el algodón) no engaña. ¿O sí?

Nota: No me agrada, pero debo de decirlo. La edición y la traducción dejan bastante que desear. Una lástima, siempre me parece una falta de consideración al lector las ediciones atropelladas y descuidadas. 

lunes, 9 de marzo de 2015

Mis amigos (Emmanuel Bove)



Título original: Mes amis
Traductor: Manuel Arranz Lázaro
Páginas: 152
Publicación: 1924 (2003)
Editorial: Pre-Textos
ISBN: 9788481915501
Sinopsis: Con unas pocas pinceladas de genialidad, Emmanuel Bove nos presenta a Batôn, herido de guerra que recorre el París de principios del s. XX, y a "sus amigos", aquellos que su imaginación ansía y proyecta en todo aquel que se cruza en su camino, pero cuya felicidad constituye, a la vez, la mayor de las ofensas. La búsqueda del alienado Batôn, abocada al fracaso, resulta sin embargo cercana y reconocible. Una novela por descubrir que será particularmente apreciada por los solitarios y los perplejos.

Me resulta curioso mirar atrás y ver mi recorrido lector durante los últimos años. Es como si viera una senda por la que he caminado y veo imágenes no sólo de lo leído, también de lo vivido. Nadie como yo misma sabe bien cuántas historias hay detrás de los libros que aquí he comentado y de las blasfuemiadas deslizadas entre libro y libro. ¿Cómo iba a abandonar este blog que es… mi cuarto propio? Una campana bajo la cual me muestro a la vez que me escondo. Una cosa y la contraria. O sea, yo.

En este momento elegir lecturas no era tarea fácil para mí. El por qué escogí Mis amigos es un misterio. Estaba ahí y eso ya cuenta. Necesitaba coger ritmo lector, no abandonar una actividad que me acompaña desde siempre y que me ha dado tanto. He tenido momentos de bajón lector, pero nunca me había pasado como hasta ahora, que mis vivencias inhabilitaran de esta manera mi capacidad de leer. Sabía que si conseguía seguir leyendo recuperaría algo absolutamente valioso en mi vida, pero también que sería un paso necesario para rescatarme a mí misma.

Y sin embargo, escogí un libro que en principio no parecía sanador (no lo es). Pero que en la sinopsis pusiera que es una novela que será apreciada por solitarios y perplejos me dio el empujón. Porque si algo estoy en estos momentos es perpleja. También solitaria, pero más como una elección puntual en este proceso de curarme que como una realidad. Así que fue por el lado de la perplejidad que quise saber qué me iba a contar Emmanuel Bove, concretamente el personaje protagonista, Batôn.

A cambio de un poco de afecto, compartiría todo lo que poseo: el dinero de mi pensión, mi cama. Sería muy cariñoso con la persona que me ofreciera su amistad. No la contradiría nunca. Sus deseos serían los míos. Como un perro la seguiría a todas partes. No tendría más que decir una gracia, y yo me reiría; cuando estuviera triste yo lloraría con ella.

Lo cierto es que al empezar a leer Batôn no me caía bien. No me inspiraba lástima, sino rechazo (el mismo que termina provocando en los que intenta que sean sus amigos). Pocas cosas hay más patéticas, dramáticas y turbadoras que mendigar afecto. Creía haberme equivocado de libro, no iba a ser este el que me metiera en vereda otra vez. Pero de repente… clic.

Todos sabemos que no son sólo los libros, sino cómo los leemos. Yo empecé a leer Mis amigos malamente, desde un plano inadecuado. Y era como que no. Pero de repente lo vi: tenía que ver a Batôn no como un personaje real, con el que me pudiera identificar, sino como una especie de compendio, de caricatura, de esperpento, de pantomima, una representación. Alguien que contiene todos los matices, absolutamente todos, de la paradójica sociedad en la que vivimos: ¿por qué hay tanta gente sola?. Sí, claro, nos juntamos. Unos al lado de los otros. Pero nuestra campana, bajo la que nos cobijamos, permanece intacta. De soledad, del deseo de no ser solos (digo ser, no estar), de incomunicación, de matices, de errores, de interpretaciones, de gestos, de necesidades… De todo eso va este libro. Pero de una forma peculiar.

Para ello, Bove no trata de contarnos una historia, sino de mostrarnos algo a través del cómo. Es decir, no hay un hilo conductor, una trama con inicio, nudo y desenlace. Es un tapiz, nos muestra varias imágenes, un espejo, traza un esperpento sarcástico para dar cabida a todas las tonalidades (grises) en un personaje grotesco, en momentos, en anécdotas y situaciones aparentemente fragmentadas… Y ¡alehop!, el débil y patético Batôn termina por mostrarnos nuestras propias miserias. Me encanta, qué le voy a hacer. En el cómo Bove también pone en marcha el juego sensorial, todos los sentidos en alerta gracias a la capacidad del autor para describir la realidad exterior con mínima pero contundente precisión, mientras parodia la interior. Percepciones en funcionamiento, que solemos ignorar pero que forman parte del paisaje, matizan y complementan la forma en que miramos y vivimos.

Una lectura atípica, como lo es la soledad y todo lo que la rodea. Sí, sí, la soledad es atípica. Cuántas cosas se hacen buscando no estar ni ser solos. La búsqueda de Batôn es patética, enternecedora, muy turbadora, contradictoria, pero es lo que todos buscamos: amigos, amor. Compañía. Sobre todo… encontrarnos. Y sin embargo en esa búsqueda hay tantos gestos equivocados, tantas interpretaciones erróneas, tantos malos entendidos, tanta desesperanza que me pregunto, una y mil veces ¿por qué lo hacemos tan difícil? Porque no somos fáciles. Bove nos da algunas respuestas, cada cual que encuentre la suya. Yo tengo varias.

Algunos hombres fuertes no están solos en la soledad, pero yo, que soy débil, estoy solo cuando no tengo amigos.

Un libro que me ha hecho reflexionar mucho y que, sin ser un libro en el que me haya encontrado, sí que he detectado alguna que otra clave. He aprendido y eso me lleva de nuevo a lo que aprecio y valoro: seguir leyendo. Además este libro tiene otra cualidad: es diferente, sorprende, esconde más de lo que muestra y sin embargo lo que esconde termina por pasar a un primer plano de forma tan imperceptible como contundente.

No es un libro para cualquier momento ni siquiera para cualquier lector. Pero cada cual sabe qué libro, cuándo y qué busca en las lecturas. Yo lo que leo, lo cuento. Y he leído, y contado, Mis amigos, de Emmanuel Bove. Y sigo leyendo ¿qué más puedo decir?