“¿No existe un instante atrapado entre dos estados de ánimo, ese espacio interior, al margen de la vida, al igual que de la muerte, en que el sol se encara sin parpadear, en que la eternidad yace dentro de uno mismo, sin divisiones de ningún tipo, solo una serie de motivaciones circulares?”
Este libro es como un reloj: una frase es un tic, otra un tac. Tictac. Un párrafo, tic; el siguiente, tac. Tictac. Una descripción, tic; otra descripción, tac. Tictac. Como esos relojes tan diminutos que casi son invisibles pero absorben toda la acústica y no puedes evadirte de ese tictac.
Te taladra, tictac, los nervios en la punta de los dedos, tictac, pero a la vez te atrapa como una melodía cautivadora e hipnótica. Tictac. Da igual que quieras silenciarlo, tictac, aunque te inquiete, tictac. También posee la atracción de lo que se repite. Tictac. Y lo que se repite termina por ser circular, termina donde empieza, empieza donde termina. Tictactactic.
Si el pasado hace el futuro o el futuro es un pasado inevitable y condenado a repetirse: TIC. Si nuestra vida se retuerce, obstinada en volar una y otra vez en la misma dirección: TAC. Si las expectativas propias o las ajenas resultan ser cuerdas tensadas entre la culpa y el miedo: TIC. Si hay un fetichismo perverso en cada uno de nosotros: TAC.
Berg no resuelve sus conflictos. No hay tragedia griega que no se escenifique hasta el agotamiento, somos personajes dispuestos a subir al escenario y representar una y otra vez el drama de convertirnos en aquello que repudiamos y adoramos simultáneamente.
Con un estilo narrativo que experimenta con la ortografía y la sintaxis y que es un eco personal de otros (Kavan, Woolf, Beckett) pero que se mantiene como propio, con la habilidad de una experta ventrílocua que da voz a diversos personajes sin apenas mover sus labios, con un protagonista indeciso y con una prosa que oscila entre el acero y la pluma pero tan poderosa que forma parte indeleble de la trama… se me hace un misterio cómo es que esta autora estaba sin traducir hasta ahora. Quiero más Ann Quin, lo quiero todo.
Por cierto, el mejor resumen de “Berg” está en su interior: “¿Cuándo el principio, dónde el final?”
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