“A corazón abierto” no es solo el testimonio de una vida: es un latido de gratitud que no cesa, una pregunta que no tiene respuesta pero que debe seguir formulándose. Es también un acto de amor, una plegaria cargada de dudas, un llamado urgente a no permanecer indiferentes. Wiesel escribió estas páginas después de una cirugía cardíaca de urgencia, a los 82 años, con el cuerpo frágil y el corazón literalmente abierto, pero con la voz y la memoria intactas, encendidas. Y lo que deja en estas pocas páginas es un mensaje que conmueve hasta las lágrimas: una defensa radical de la vida, de la bondad, del otro, incluso en la oscuridad más absoluta.
“No negué la existencia de Dios, pero dudé de su justicia absoluta”
La relación de Wiesel con Dios es uno de los ejes más profundos y conmovedores del libro. No es la fe de quien repite dogmas ni es una fe pasiva, es una fe herida, marcada por el horror y la pérdida, llena de preguntas y gritos, llena de reproches, y sin embargo, presente. Una fe que no se entrega al consuelo, sino que asume la responsabilidad. Wiesel no niega a Dios, pero lo confronta. Su fe es una batalla: no es una certeza, es una lucha. Duda, pregunta, acusa. Y esa lucha no lo aleja de Dios, sino que lo mantiene en un diálogo abierto, doloroso, profundamente humano.
Wiesel no se refugia en su dolor sino que elige abrir el corazón. Elige el amor y la gratitud. Hay un momento que me desarma, cuando su nieto de cinco años le dice: “Abu, tú sabes que te quiero; y yo sé que te duele mucho. Dime: si te quisiera más, ¿te dolería menos?" Esta frase, tan inocente, es toda la ternura del mundo condensada en una pregunta. Wiesel no responde, pero en su libro está la respuesta: sí, el amor no borra el dolor, pero lo acompaña, lo abraza, lo hace más humano.
Optar por la gratitud no significa olvidar el mal ni negar el sufrimiento. Wiesel no es ingenuo: ha vivido el Holocausto, ha perdido a su familia, ha sufrido en su propia carne el horror. Y aun así (o precisamente por eso) opta por agradecer. Agradecer por estar vivo, por tener a su mujer, a su hijo, a su nieto. Agradecer por la palabra, por la memoria, por la posibilidad de seguir contando.
“Creo en el hombre a pesar de los hombres. Creo en el lenguaje, aunque haya sido maltratado, deformado y pervertido por los enemigos de la humanidad. Y sigo aferrándome a las palabras, porque nos corresponde a nosotros transformarlas en instrumentos de comprensión más que de desprecio. Tenemos que escoger si deseamos servirnos de ellas para maldecir o curar, para herir o consolar”
Leer esto hoy, cuando predomina el grito, el insulto, el desprecio, la manipulación y el engaño, es un recordatorio urgente: las palabras importan. El amor importa. La bondad importa. La bondad no es instinto: es decisión ética y por eso Wiesel cree en el hombre a pesar de los hombres y cree en las palabras a pesar de su corrupción. Y elige no callar, no resignarse, porque hay urgencia por no permanecer indiferentes.
Hoy, más que nunca, debemos gritar. No podemos entregarnos a la comodidad de la indiferencia. No podemos callar ante la injusticia, la violencia, el odio. Porque callar es traicionar, resignarse es rendirse y cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de no cerrar los ojos. Wiesel eligió y yo también quiero hacerlo: no callar, no resignarme, no ceder terreno al horror.
Este libro es una llamada a vivir despiertos, a mirar de frente, a aferrarse a la compasión y la memoria, incluso cuando duela. Nos emplaza a una responsabilidad: importa cómo usamos nuestras palabras. Las palabras pueden ser cuchillos o ser abrazos. Podemos elegir.
“Un instante antes de morir, el hombre todavía es inmortal”
Mientras hay aliento, hay posibilidad. Incluso al borde de la muerte, somos más que cuerpos: somos memoria, somos palabras, somos amor. Este libro me ha emocionado, no solo por lo que dice, sino por cómo lo dice: con una bondad que desarma, con una fe que no es ciega, con una ternura que es un bálsamo.
Y sobre todo, me quedo con esto: la gratitud como resistencia. La bondad como un acto revolucionario. La palabra como un instrumento de consuelo. La memoria como un deber. La vida, a pesar de todo, como una ofrenda.
Gracias, Elie Wiesel. Gracias, Mercedes Huarte Luxán (traductora)
No conocía esta obra. Por esas casualidades que te llevan a conocer tanto a las personas como a los libros leí El olvidado y luego La trilogía de la noche.
ResponderEliminarExcelente descripción de tu experiencia con la lectura de este libro (no son eso tus reseñas?). Lo busco, yo también necesito experimentar algo parecido. Gracias, Ana