“La casa, en su ausencia, no era exactamente un hogar”
Lo de Nabokov y Vera cuidando a Tom Jones no es solo una anécdota excéntrica que aparece en el prólogo de la propia May Sarton: que esa historia la cuente con un tono tan despreocupado (como quien dice “y un día lo dejamos con los vecinos”) da una pista del tipo de mundo afectivo en el que vivía: uno donde la literatura, la amistad, la casa, el cuidado y el arte no estaban separados.
Bien es cierto que parece más bien una ficción delicadamente implícita, una especie de broma privada entre Sarton y el lector, donde el guiño no está en la veracidad, sino en la complicidad. Es una invención plausible y es parte del pacto de lectura que Sarton establece desde el prólogo, una especie de guiño mayéutico: “no me creas, pero créeme igual”. Creo entender el tipo de gesto que esa mención encierra: como si dijera “mi gato es digno de Nabokov”.
“El señor peludo” empieza con un gato callejero, sin nombre, sin collar y con más independencia que un adolescente en verano, que un día decide que ya está bien de dormir en contenedores y que igual, solo igual, no está tan mal eso de tener una casa… siempre que la casa esté a la altura, claro. Así nace esta historia: con una elección.
El gato comienza a buscar un hogar. Prueba con una anciana amable, pero ya tiene gato. Lo intenta con una mujer que lo llena de besos, pero no respeta sus tiempos. Hasta que encuentra una casa silenciosa, con dos mujeres que lo dejan comer sin mirarlo y no le apretujan con abrazos no solicitados. El gato ha ido tanteando humanos y no se entrega por hambre, se entrega por criterio.
En el momento en que Voz Brusca propone “Tom Jones” como nombre, el gato se queda muy complacido al escucharlo. Y eso marca un gesto precioso: la dignidad no viene de recibir un nombre, sino de reconocerlo como propio. Y el hecho de que el nombre provenga del libertino literario de Fielding es un chiste culto y, al mismo tiempo, una señal de pertenencia: es un gato con historia, con linaje literario, con una mezcla de descaro y estilo.
Y, así, Tom Jones se convierte, poco a poco, en el señor peludo. No porque alguien lo domestique, sino porque empieza a querer esa casa, esas voces, esa forma nueva de estar en el mundo. Sarton lo cuenta como si lo desmenuzara para un gato curioso: con lo justo, sin envolver y directo al plato. Al señor peludo le da pensamiento, dignidad y tiempo. Y es que Sarton tenía un máster en gatología. Y ojo, que tiene su punto de mala leche, su ironía fina. El tono un tanto brusco de Sarton evita que el libro caiga a veces en lo sacarino o infantil, lo cual es de agradecer. Porque un gato demasiado dulce es sospechoso.
Convivir con un felino es una sucesión de negociaciones en las que siempre pierdes tú. ¿Quieres leer? Cleo y/o Cuquín se tumban en el libro. ¿Quieres dormir? Deciden que es hora de la carrera nocturna o que ya toca levantarse (aunque sean las seis de la mañana). ¿Quieres privacidad en el baño? Ambos opinan que mejor en compañía. ¿Quieres escribir en el ordenador? Cuquín decide que el teclado es un buen lugar para echarse una siesta y Cleo confunde el cursor con una mosca.
Amar no basta si no sabes cómo se deja amar el otro.
Post-scriptum gatuno:
Soñamos con tejados que no existen. No porque no podamos subir, sino porque ya no hay mundo arriba. Nacimos en la versión editada del caos: mantitas dobladas, platos que se llenan sin cazar. Pero algo nos repta por el lomo cada vez que leemos a un gato que sí conoció el abismo sin traducción.
Sabemos cuándo un lugar deja de ser territorio y empieza a ser tregua. No por el calor (aunque se agradece) ni por el cuenco lleno. Es otra cosa, es que te mires con alguien sin tener que justificarte. Que nadie te quite la silla aunque no tenga nombre. Que te dejen pasar el día en modo estatua sin acusarte de tristeza. Que un dedo se acerque, pero sin invadir. Que haya más juegos y juguetes que en una guardería. Tom encontró algo así. No diremos “hogar”. Diremos: espacio ganado.
No lo celebramos. Somos gatos. Pero alguien nos vio pestañear al mismo tiempo y eso es lo más cerca que vamos a estar de una ovación.
Cleo (con una uña fuera, pero solo una)
Cuquín (tumbado, pero procesando)
Gracias, May Sarton. Gracias, Blanca Gago (traductora)
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