domingo, 24 de agosto de 2025

La sociedad del cansancio (Byung-Chul Han)


El mundo ha perdido la voz y el habla; es más, ha perdido el sonido. El ruido de la comunicación ha sofocado el silencio


Lo sé, Byung-Chul Han es un filósofo muy reconocido, premiado, reseñado y convertido en autor de cabecera del malestar moderno. Pero a mí me rechinaba. Sospeché que mi intuición (extraña y anárquica) podía estar haciendo de las suyas, así que leí este libro para darle una oportunidad razonable a mis prejuicios.


En mis lecturas suelo buscar una especie de mapa que me oriente en medio de la confusión y las dudas. Por eso elegí “La sociedad del cansancio”, porque a veces me siento cansada. La propuesta de Han parece cristalina y seductora: la enfermedad de nuestro tiempo es neuronal. No sufrimos por exceso de negatividad, sino por un exceso de positividad que nos termina por derrumbar. 


Bien, hasta aquí compro: la fatiga de ser una misma, la dispersión de la atención, la muerte del aburrimiento fértil, la incapacidad de escuchar, la hipertrofia de discursos, la gratificación inmediata, la pérdida del otro y, con ella, del pensamiento profundo. Todo eso lo reconocemos, lo padecemos y hasta lo hemos dicho en voz alta alguna vez. Lo compro, pero como quien compra pan: porque es lo que hay. No por sorpresa ni por iluminación. Lo compro por solidaridad, no por descubrimiento


Ahí empieza mi problema (lectora subjetiva donde las haya). Han es clarísimo, pero más que pensar parece estar dando una lección magistral. Creo que le falta voz propia. Tengo la sensación de estar en una clase en la que se encadenan citas ilustres, como si temiera mancharse de experiencia. Sus páginas me suenan a lo ya oído, a diagnóstico ya formulado, a teoría sin riesgo. Byung-Chul Han es, en el fondo, un ventrílocuo de citas: lo que dice, ya lo dijeron otros.


Y no es que yo le exija una escritura confesional, faltaría más. Pero hay pensamientos que, de tan desinfectados, ni se desangran. Me basta comparar con Mark Fisher. Ambos critican la maquinaria neoliberal que nos convierte en empresas de nosotros mismos, ambos diagnostican un malestar contemporáneo. Pero Fisher escribe desde dentro de la herida. Su lenguaje no es neutro ni aséptico. Teoriza la depresión desde la depresión, el colapso desde el colapso. No se refugia en la teoría: la sacude, la rompe y la arriesga. Por eso, aunque Han suene más pulido, Fisher va más hondo. Fisher te tambalea; Han te informa.


Tampoco es menor que, en su brevedad, Han renuncie a los matices que más incomodan. La positividad no es solo violencia, a veces es refugio. El rendimiento no es siempre autoexplotación, a veces también es supervivencia. El aburrimiento no desaparece igual en todas las clases sociales. El pensamiento de Han se parece a lo que denuncia: es una forma brillante de agotamiento.


Lo que causa la depresión es más bien una relación excesivamente tensa, sobreexcitada y narcisista consigo mismo que acaba asumiendo rasgos destructivos


Y aquí una de esas perlas que ilustran lo que intento decir. O sea, que la depresión es una relación narcisista con una misma. Como si fuera una elección estética, un exceso de rendimiento mal gestionado. Vaya. Esto hasta me ofende. Como me ofendió cuando se refiere a que un ordenador posee un “egocentrismo autista”, obviamente no me ofendí por el ordenador. Cuando Han utiliza la expresión “egocentrismo autista” para describir el repliegue extremo del sujeto contemporáneo, lo hace desde una retórica que me resulta cuestionable, por su uso impreciso y potencialmente estigmatizante.


Concluyo con la sensación de que sobran filósofos “diagnosticadores” y que faltan más pensadores que sean menos teóricos del diagnóstico y más practicantes de lo vivible. Y que en lugar de decirnos cómo vivimos, se atrevan a preguntarse si todavía es posible hacerlo.


Gracias, Byung-Chul Han. Gracias, Arantzazu Saratxaga Arregi y Alberto Ciria (traductores)


©AnaBlasfuemia





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