viernes, 11 de abril de 2025

La Tejonera (Cynan Jones)

 

Es tiempo y tacto, pensó. Es esas dos cosas. Es porque somos conscientes de ellas […] Me pregunto si es por eso que actuamos con tal desesperación en todo. Es como si estuviéramos tocando algo que nunca deberíamos haber sentido.


Las primeras páginas de “La tejonera” son tan violentas que dan ganas de dejar caer el libro de las manos y casi que de darle luego un puntapié. Pero con la misma facilidad que esas primeras páginas te agreden, a continuación el libro se te queda pegado a los dedos, como buscando cobijo en las manos. Toda una declaración de intenciones: entre la violencia y la ternura, entre lo brutal y lo conmovedor, es en lo que nos vamos a mover al leer “La tejonera”.


Tenía ganas de leer a Cynan Jones. No recuerdo porqué, la verdad. En cualquier caso no se ha hecho esperar. Y anticipo que las ganas se han visto recompensadas con una escritura que te apresa al igual que lo hace una voz radiofónica de esas que son hipnóticas para los oídos. Sí, esas voces tan atractivas, dulces, acogedoras, que con el mismo tono te dicen algo que sientes como muy tierno y dulce que va y te suelta un monólogo agresivo y repelente, pero siempre manteniendo esa voz aterciopelada y seductora que te arrulla como a un bebé. Pues así es la escritura de Cynan, suave y profunda, moviéndose entre la delicadeza y lo feroz sin alterarse y sin solución de continuidad.


La tejonera” tiene dos protagonistas, dos voces, la de Daniel y la de un individuo del cual desconocemos el nombre. Son dos caras de una misma moneda. Sería fácil decir que uno es la bondad y el otro la maldad, que uno da vida (un granjero que ayuda a sus ovejas a parir) y el otro la quita (un cazador de tejones que luego vende para que otros los torturen), pero lo fácil no siempre representa la realidad, no al menos TODA la realidad. 


Ambos comparten un mismo paisaje, una naturaleza, una vida en el campo. Muy MacCarthy y Denis Johnson: hombres empapados en sudor a cuya piel húmeda se les adhiere la tierra, el polvo, la sangre, el esfuerzo, la lucha de cada día. La única mujer que aparece está muerta. Los recuerdos de ambos, el hombre tierno y el hombre rudo, se nos van presentando mientras transcurre la “maquinabilidad” de la vida, recuerdos que se entremezclan con detalladas y punzantes (pero imprescindibles) descripciones de las tareas de ambos. Y, mientras, el tiempo transcurre de esa forma única que tiene el tiempo de suceder: imparable, inmutable, casi arrollador. Y veloz, aunque quizás la sensación de celeridad del paso del tiempo nos la provoca el que nunca hay vuelta atrás. El tiempo siempre avanza. Y en cierta medida eso hace que tú también tengas que avanzar, quieras o no.


No nos dejemos engañar: Daniel y el hombre rudo y corpulento, insisto, son dos caras de la misma moneda. Hay una violencia que se transmite de padres a hijos. Pero hay, también, otra violencia que te transmite la sociedad y que cada vez nos aleja más de la posibilidad de una vida en el campo en la que la agricultura pueda ser un medio de vida. Y no, la naturaleza no es idílica, ni el campo (y menos aún trabajar y vivir en él) es bucólico. Quien conoce bien la naturaleza lo sabe y nunca intenta conquistarla. Nunca estás a salvo en ella. Pero tampoco estamos a salvo de la humanidad que, al igual que la naturaleza, puede infligir daño además de recibirlo.


Así, las dualidades que nos presentan Cynan están destinadas, como casi todas las dualidades, a colisionar, a impactar entre sí para fusionarse en (y por) aquello que en realidad unía a las dualidades, como polos opuestos que cumplen a rajatabla lo que creo que se llama Ley de Ampere. Porque hay una conexión ancestral con la tierra, con los animales, con la naturaleza que concilia las dualidades. La vida y la muerte no es una dualidad, no son entidades opuestas, separadas.


La tejonera” es un libro sutil, que admite varias lecturas si te decides a rascar la superficie. Cynan nos muestra una violencia en la que no se recrea, pero cuyas descripciones tienen la suficiente contundencia como para que algo se (re)mueva dentro de ti. Lo hace sin estridencias pero con la firmeza y la suficiente persuasión como para saber que te está mostrando una realidad atemporal.


Gracias, Cynan.


©AnaBlasfuemia

martes, 8 de abril de 2025

Luz (Elisabet Riera)

 

El amor también es eso: conocer los límites, medirnos


El amor… qué sentimiento más universal. Y, sin embargo, que sentimiento más impreciso y voluble, más personal. ¿Dónde están los límites del amor? ¿Quién pone esos límites? ¿Necesita límites o solo una forma definida, cerrada? No seré yo ni quien le ponga límites al amor ni quien cuestione a quienes los pongan. Mi obstinación es tener claro si los límites que yo pueda poner son límites propios o ajenos. Es decir, si están basados en mis valores y criterios o en imposiciones externas (sociales). Hasta ahora he sido bastante respetuosa conmigo misma sin dejar de serlo con los demás (algo que ni ha sido fácil ni se ha entendido).


No podía negarme, aunque por aquel entonces yo siempre decía que no. No, no y no. No a todo, un no universal”


Una se cree que tiene ya todos los libros que necesita para leer el resto de su vida, dejando un margen estrechito a novedades de autores a los que se es fiel, o a recomendaciones de personas muy concretas. Y de repente alguien a quien conozco de hace mucho, lo suficiente como para mantener en el tiempo y la distancia una cercanía estrecha, de cuidados mutuos y de confianza, me recomienda un libro. Siendo ambas lectoras pero de universos literarios diferentes (aunque con raíces comunes) una recomendación de la una hacia la otra o de la otra hacia la una sólo puede ser un libro especial, concreto, un rara avis, la excepción a la regla. Y me habló (sin decirme nada de él) de este libro.


Si hay una palabra que defina esta lectura es “perturbación”. Si hay dos palabras, la siguiente sería “desasosiego”. Porque es así, lees, avanzas en la lectura y deambulas entre la perturbación y el desasosiego. Pero sigues leyendo, porque esas emociones son externas a mí, son sociales, educativas, también morales. Estructurales. Impuestas. Pero me gusta rascar en la superficie, utilizar ese hacha que rompa el mar helado. Además Elisabet Riera lo pone fácil, eso de avanzar pese a la desazón. Lo pone fácil porque (d)escribe muy bien: transparente, poética, nítida. Desenmaraña aquello que para muchas personas puede ser un ovillo difícil de deshacer. Maneja los tiempos, te da respiro, te coge de la mano sin apretarla ni exigirte. Y te dejas llevar, con lo que a mí me gusta  (a veces) dejarme llevar…


No es fácil la delicadeza con ciertos temas, mantener ese difícil equilibrio del funambulista que camina por una cuerda muy floja, muy inestable, una cuerda que tiende a expulsarte (hacia un lado o hacia el otro). Riera te ayuda a caminar por esa cuerda y avanzar por ella, como si nos dijera “vamos hasta el final y, entonces, sólo entonces, juzgas”. Así que avanzas con vértigo pero también con determinación.


Oh, Lolita de mi corazón. ¿Alguna vez te había hablado de Nabokov? Mucho me temo que sí


Habrá quien se quede (quien quiera quedarse) con que “Luz” es una versión lésbica del “Lolita” de Nabokov. Es lo fácil, también lo demagógico. Pero “Luz” es más que eso, es más que el deseo. Es el origen del deseo, es el vacío que hay detrás de ese deseo. Es el silencio arrasando con todo lo hablado, lo que se calla imponiéndose a las palabras. Esos silencios familiares impuestos por un pacto que nunca fue acordado ni escrito pero que pesan como una losa y lastran vidas. 


El abandono es un sentimiento muy poderoso, difícil de digerir. Te deja para siempre una mancha en el corazón, un punto oscuro que no suele verse y que sale a la luz precisamente cuando se ama. Con quién más se ama


La necesidad de matar al deseo antes de que se agote, antes de que se muera o que te abandone. Y luego seguir buscando un amor puro, muchas veces en relaciones fallidas. Porque estás herida y no puedes encontrar las respuestas porque desconoces las preguntas adecuadas.


Y de eso, de dónde nace el deseo, de la fuerza demoledora de las palabras no pronunciadas, de los silencios familiares, de penetrar en el dolor para entender el deseo y para entenderse a una misma, es de lo que va “Luz. Del amor, de la culpa, del perdón, de atravesar el dolor para encontrarse a una misma, de encontrar las palabras y poder pronunciarlas.


Con el amor no basta


Gracias, Elisabet


©AnaBlasfuemia