“… y cierto día encaras un cúmulo de ciertos días que equivalen a la asunción de que moverse es lo mismo que ir a ninguna parte, y que eso es peor que, al menos, estar en algún lugar”.
Decía Borges que somos lo que leemos, aunque también se puede decir que leemos lo que somos. De algunos traductores bien se podría decir que son lo que traducen. No conozco personalmente a Ce Santiago, así que no puedo afirmar rotundamente que él sea aquello que ha traducido, pero sí que probablemente lo que traduce es la literatura que le gusta leer pero también la que le gustaría escribir. Pues bien, lo ha hecho: ha escrito un libro. De esos que se quedaron varados en plena pandemia, sin poder salir a navegar por las librerías. Hasta que el mar pandémico lo ha permitido. Ahora.
Si has leído algunas de las traducciones de Ce Santiago (William H. Gass, Gilbert Sorrentino, Djuna Barnes, Nicholson Baker, T.C. Boyle, Claire Vaye Watkins…) habrás hecho todo lo posible por hacerte con su primera novela, que es lo que yo hice, con muchas expectativas sobre qué esperaba encontrar.
No sólo no me ha defraudado. Es que hasta me ha emocionado el derroche de escritura excelsa, de riesgo, atrevimiento y autoexigencia. Ce Santiago exprime y experimenta con el lenguaje, deconstruyéndolo para volverlo a construir, insuflando vida a un lenguaje moribundo, dando forma a lo informe… haciendo literatura de esa que me hace aplaudir con las orejas.
El título del libro “El mar indemostrable” es toda una declaración de intenciones, o cómo una afirmación que asumimos como cierta (que el mar, al igual que la vida, no se puede demostrar) puede expresarse y, por tanto (en una curiosa paradoja), demostrar lo indemostrable.
La escritura de Ce Santiago es una escritura a borbotones, casi escupida, sudada como quien suda construyendo una catedral piedra a piedra con sus propias manos. Pulso, detalle, precisión, pasos seguros, ni un resquicio para lo inútil, superfluo, sobrante o innecesario.
“El mar indemostrable” es un fluir controlado del lenguaje (si es que el lenguaje se puede controlar): Ce Santiago saca del corsé a las palabras, las frases, los párrafos, la narración, los libera de ese contorno ceñido, apretado y limitado, con el que se construyen muchos libros. Pareciera que desdibuja las formas, pero no puede decirse desdibujar cuando crea imágenes, sensaciones, experiencias, pensamientos y emociones que reverberan y se amplían en el lector.
Ce Santiago tensa el lenguaje hasta encresparlo, juegos literarios con forma brumosa sobre los que avanzas palpando con las manos hasta topar con lo tangible y aferrarte a algo, aunque sea al agua. Porque agua (mar, el mar, la mar) es este libro (“sin forma y a la vez con todas”), agua salada con la cadencia de las mareas que nos deja a merced del oleaje y de las corrientes de la resaca, orillas que no son idílicas, porque este mar no tiene nada de romántico y sí de cruel, no hay sentimientos en el mar.
Nada en este libro es casual y si su autor pretendía transmitir el mar, la relación del hombre con el mar y del mar con el hombre, lo ha conseguido con creces, no solo a través del lenguaje, sino también a través del ritmo y la cadencia que a veces te llevaba y otras te traía, que pocas veces te mecía y más bien te bamboleaba, que te llevaba del silencio más espeso y a la vez respetuoso a leer fragmentos en voz alta, con una sonoridad contundente que te hacía recordar toda la inclemencia del mar y la rudeza inhóspita de la humanidad.
Cuando terminé de leer el libro me sobrevino una especie de mareo cinético, el que sientes al desembarcar: durante un instante bajo tus pies la tierra ya no es firme, la sensación de inestabilidad te fuerza a echar las manos al suelo, como sujetando un mundo que se mueve demasiado rápido para sostener a aquellos que lo habitan.
Generoso, Ce Santiago no escatima sus referencias literarias y las comparte a pie de página. He dicho antes que probablemente Ce Santiago ha traducido aquello que le gusta leer, pero también aquello que le gustaría escribir. Y, como esperaba, ha escrito a una altura elevada. Su primera novela es una novela experimental, trabajada, pero de una frescura y un vigor que renueva el panorama literario nacional, muy necesitado de escritores así. Qué bárbaro, Ce Santiago.