lunes, 29 de abril de 2019

Ojos azules (Toni Morrison)


El amor nunca es mejor que el amante

Niña, fea, negra. Negra, fea, niña. Fea niña negra. Negra niña fea. Niña fea negra…. Da igual como lo ponga, en un orden u otro o incluso de forma desordenada. Todo parece ir en contra, junto o por separado: niña (mujer), negra, fea. Una bomba de relojería dentro de otra bomba de relojería que está dentro de otra bomba relojería. El resultado ya os lo podéis imaginar. No has elegido nada: ni nacer mujer, ni la raza, ni tu aspecto físico. Todo te viene dado. Y tienes que sobrevivir. Porque además eres pobre. Y tienes 11 años. Y sabes que lo que necesitas es tener unos ojos azules, porque si te parecieras a Shirley Temple todo el mundo vería tu belleza.

Una lectura que exige implicación del lector, que aceptes el desafío, la crueldad excesiva, los elementos puestos en juego: la rabia, la crueldad, la marginación, la violencia, la comprensión, la ingenuidad, la brutalidad, la tragedia. Todo muy abrumador, pero Toni Morrison nos deja libertad para que desarrollemos nuestras propias ideas, para que cuestionemos los cánones y estándares de la belleza.

Aunque hay varias voces narrativas una de ellas, la de Claudia, es especialmente amable, resabiada, lúcida y alucinada a la vez, como lo son muchos niños. Será esa voz, en muchas ocasiones, la que dé un respiro al lector por su lenguaje fresco y espontáneo y por su mirada ingenua y reflexiva

La narrativa de Morrison es muy seductora pese a lo angustiosa que puede llegar a ser por momentos su lectura. La compleja y fragmentada construcción de Ojos azules y sus múltiples perspectivas narrativas resultan sin duda un atractivo añadido que Toni Morrison iría perfeccionando en sus novelas posteriores. La misma autora reconoce en su epílogo: “Mi solución -fraccionar la narración en partes que deben ser reensambladas por el lector- me pareció una buena idea cuya ejecución hoy no me satisface. Además, no funcionó: muchos lectores quedaron afectados, pero no conmovidos” Exactamente eso. Aun así, brillante.
P.D.: Las páginas 28 y 29 contienen la mejor descripción que he leído en mi vida de lo que siempre he sentido y pensado respecto a las muñecas.

viernes, 26 de abril de 2019

Cuánto azul (Percival Everett)


Si te guardas un secreto durante el tiempo suficiente, al final simplemente ya no se puede contar o se niega a ser contado
¿Guardar un secreto es mentir?, ¿cuánto mide un secreto, cuál es su tamaño, su dimensión, su estructura?, ¿a quién pertenece un secreto? Los secretos son como muñecas rusas, guardan otros secretos dentro de ellos. Abres uno y encuentras otro que a la vez esconde otro y todo así, hasta que el peso de la gravedad de la culpa tritura a los secretos y, por ende, a quien los guarda.
La estructura narrativa es diáfana: tres hilos narrativos y muchos secretos. Tres historias en una, lo que hacen un total de cuatro o lo que es lo mismo: distintas versiones de un mismo “yo”, el del protagonista, Kevin Pace.
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La agilidad de los diálogos, el ritmo vivaracho y el humor subyacente no oculta ni confunde la profundidad que hay detrás de la aparente ligereza narrativa. Los diálogos no sólo están como instrumento para favorecer una lectura dinámica, sino que son también una herramienta que utiliza el protagonista para explorar sus propios recuerdos. El entramado narrativo, los distintos hilos argumentales y temporales se sostienen hábilmente gracias al ritmo rápido, los diálogos, la ironía, que van resolviendo las distintas tramas para finalmente hacerlas encajar entre sí, resolviendo la atmosfera de intriga creada.

Quizás los personajes que acompañan a Kevin quedan algo desdibujados, demasiado al servicio de la voz del protagonista. Pero son sus recuerdos, es su memoria la que recorremos para llegar al centro mismo de un Kevin que intenta encontrar las partes necesarias de su propia historia, que se entremezclan con (e impulsan) su proceso creador.

Hay una batalla en curso, la más humana: la del protagonista consigo mismo, con los secretos que arrastra y que va desentrañando para llegar al mayor secreto de todos, aquel que posiblemente él mismo había olvidado o no quería recordar. No saber olvidar nos lastima, pero a cambio se consigue saber quiénes somos, lo que somos, aquello que olvidamos, pero también lo que no podemos olvidar: nuestros secretos (que a veces funcionan con un curioso efecto dominó: se cae uno y arrastra a los demás)

miércoles, 24 de abril de 2019

La compasión difícil (Chantal Maillard)


¿Y aún seguiréis confundiendo el poema con la sensiblería? ¿A qué llamáis amor, a qué, belleza?
Es bastante arduo clasificar este libro, ensayo fragmentado, poesía viva, filosofía introspectiva. Es Maillard, quien la ha leído lo sabe. Qué difícil es hablar de sus libros. Qué complejidad intentar siquiera delinear las punzadas, pormenorizar su inmensidad, la vastedad del precipicio. Qué ajuste de cuentas hace Maillard consigo misma en este libro tan cabal y honrado. Cuánta sufrida generosidad para conseguir esta compasión tan difícil. “MEDEA: ¿Quién te culpa? LA MUJER (balbuciendo): Yo. Yo me culpo. MEDEA: ¿Quién ha de perdonarte? LA MUJER: Yo. MEDEA: Y ¿quién es “yo”?”
Y en la travesía de esa culpa que no es una causa sino una consecuencia, ese perdón que no es perdón sino compasión, ese saber quién es “yo”, está lograr esa compasión difícil. ¿Qué es la compasión difícil? No aquella que compadece a la víctima, sino la que compadece al verdugo. La compasión que acompaña y que transciende todo código y creencia. Porque si oímos hay que acudir a los abismos, ese lugar en el que víctima y verdugo coinciden.

Disminuir el ansia, el hambre, como acto de rebeldía, encontrar la belleza (¿a qué llamamos belleza?). No, no creáis, creer es delegar en otros aquello que nos importa, no hay que creer en nada para respetar al otro. No hay que creer. Hay que CONFIAR. ¿Cómo conseguir la compasión difícil? A través del conocimiento de una misma. Y a ese conocimiento solo se llega, doy fe, a través de la soledad más estricta y absoluta. Transcender el “yo”. Por eso es tan espinoso lograr esa compasión: porque renunciar a la historia personal, abdicar del “yo”, empaparse en la soledad más severa y profunda requiere de mucho dolor, de trocar de victima a verdugo, de dialogar con tu yo más abismal y recóndito, descender hasta la raíz de las emociones (abajo, abajo, más debajo de mí). Ha sido una lectura intensa, emocionante, conmovedora e impactante que me ha hecho mejor persona. He aprendido porque aprender es reconocer pero también recordar.  La literatura puede ser muchas cosas, pero también es un compromiso con la verdad. Ejerzamos el derecho de pensar, aunque sea leyendo.

lunes, 22 de abril de 2019

Indigno de ser humano (Osamu Dazai)


Los seres humanos no pueden relacionarse más allá de la rivalidad entre ganar y perder. A pesar de que colocan a sus esfuerzos etiquetas con nombres grandilocuentes, al final su objetivo es exclusivamente individual y, una vez logrado, de nuevo sólo queda el individuo
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Luchar contra la depresión, la desesperanza, la melancolía, sentirse al margen, es una lucha íntima, silenciosa, incomprendida y siempre personal. También solitaria. No se suele hablar de esos vacíos, esas heridas que portamos no con orgullo, pero sí como algo irreparable. Es más fácil luchar contra algo si se puede comprender su funcionamiento.

Osamu Dazai hace un análisis introspectivo y muy revelador sobre un ser solitario, complejo, marginado por su propia naturaleza, incapaz de asumir la cotidiana hipocresía de una sociedad que le aterra.

Es una lectura incómoda, pese a que la prosa de Dazai es nítida, directa, despejada y muy controlada, muy bien medida. Se me hizo necesario transcender más allá de protagonista (Yozo, un alter ego de Dazai) para avanzar en la lectura, puesto que Yozo me fatigaba, como fatiga una jaula sellada o un laberinto sin salida. También de fondo estaba una misoginia que me repelía. Pero no puedo (ni debo) juzgar, he de leer con los ojos de Osamu y además es cierto que la incomprensión de Yozo no solo era respecto a las mujeres, sino respecto a la humanidad en general.

Es de una crudeza y una sinceridad casi inhumana, tal vez por ser la soledad tan humana. No hay final feliz, no hay luchas heroicas, ni un resurgir cual ave fénix, ni una festividad del ser humano. Es un libro descorazonador y, por tanto, necesario.

miércoles, 17 de abril de 2019

El amor dura tres días (Frédéric Beigbeder)


La mejor manera de no echar de menos algo es olvidarlo

Beigbeder es un provocador. Busca serlo deliberadamente. Quizás ese esfuerzo en ser tan fanfarrón es lo que a mí se me atraganta más. Prefiero las bravuconadas espontáneas, las que no necesitan señalarse a sí mismas para que nos fijemos en ellas. Beigbeder es un activista de lo superficial disfrazándolo de frases que resuenan e impactan. O sea, que “El amor dura tres años” ha sido un pinchazo como lectura. Aunque también puedo decir cosas a su favor, como que es un libro que no carece de autocrítica, que caricaturiza al snob francés, que cumple el papel de entretener, que es una lectura divertida, fluida…

Beigbeder no descubre nada nuevo bajo el sol (ni siquiera bajo la luna) y es absolutamente trivial pese a la inserción de frases bonitas, que las tiene. Es como si Houllebeq se hubiera tragado a Coelho. La mejor descripción de este libro la hace el propio Beigbeder (sin pretenderlo) en el título de uno de sus capítulos: “Un cínico de novela rosa”. Eso es autocrítica y lo demás cuento, eh.

La lectura de este libro no dura tres horas. Eso también es una ventaja. Y lo olvidas en tres minutos.

lunes, 15 de abril de 2019

El presentimiento (Emmanuel Bove)


Nada hay nada más engañoso que las buenas intenciones, porque crean la ilusión de ser el bien mismo
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¿Se puede combatir el mal con el bien? ¿Cuánto sacrificio requiere hacer el bien? ¿Se puede romper con el pasado? ¿Cómo luchar contra la inevitabilidad del destino?

Bove tenía una gran capacidad para encontrar un sólido equilibro entre prosa y personajes. No es sorpresa que detrás de sus personajes hay una profunda e intrincada psicología que ilumina esos paisajes más brumosos e inexplorados del alma humana.

En este mundo de prisas y vertiginosa información, Bove siempre pone una pausa, una lupa que intensifica las heroicidades invisibles y discretas. Esa imagen del antihéroe que se enfrenta a la mediocridad nunca se nos presenta cara a cara, pero todos los elementos narrativos están al servicio de ella.

El protagonista de esta novela, que nos recuerda levemente al Bartebly de Melville, no soporta la hipocresía, no es un revolucionario ni un personaje estridente ni histriónico, busca un antídoto contra el mal, escapar de la maldad. ¿Puedes rebelarte contra el mal y salir indemne?

Bove, como Beckett, tenía un único personaje, para qué más con ese talento increíble para crear minuciosos cosmonautas del espacio interior humano. “El presentimiento” es un libro muy representativo del universo de Bove, con sus historias sutiles y sus conmovedores antihéroes.

domingo, 14 de abril de 2019

El pensamiento del afuera (Michel Foucault)


El sujeto que habla no es tanto el responsable del discurso como de la inexistencia en cuyo vacío se prolonga sin descanso el derramamiento indefinido del lenguaje
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¿Qué sucede cuando no hablo? ¿qué sucede cuando el lenguaje se aleja de sí mismo?: que se convierte en un afuera, desnudando su propio ser y encontrando su vacío. "Afuera" no como exterior sino como intervalo, incluso como dispersión. “Hablo, miento”. En el vacío la palabra se hace a sí misma, ya no hay sujeto que habla, sino la palabra de la palabra.

Situarse fuera y encontrarse al final, más allá de todo, de nada. Si pienso, dentro; si hablo, afuera. Evitar el bucle y despeñarse hacia el interior descifrando el rumor: “que una vez que haya alcanzado el límite de sí mismo, no vea surgir ya la positividad que lo contradice, sino el vacío en el que va a desaparecer; y hacia ese vacío debe dirigirse, aceptando su desenlace en el rumor, en la inmediata negación de lo que dice, en un silencio que no es la intimidad de ningún secreto sino del puro afuera donde las palabras se despliegan indefinidamente”

Leer a Foucault es una experiencia tan inextricable como pura.

viernes, 12 de abril de 2019

Punto Omega (Don DeLillo)


Cada momento perdido es la vida

Una vez alcanzado el punto más alto de la evolución de la consciencia, nada queda material y todo es espíritu. El Punto Omega es el final o tal vez un principio, pero todo principio (salvo uno, tal vez) viene precedido de un final. ¿Dónde queda lo espiritual, en un mundo cada vez más material y diligente, apresurado? Corre, corre, no vayas a pararte y te dé por pensar y, sobre todo, por mirar.

Si bien la historia es aparentemente sencilla, la estructura de “Punto Omega” es compleja y profunda. Lo que DeLillo narra está por encima de la trama. Reflexivo en lo que dice pero también en lo que omite. El extrañamiento, lo cotidiano (lo devorador de la rutina), la soledad, el silencio, la mirada, las raíces. La vida, eso que pasa mientras creemos que vivimos.

Una lucidez inquietante la de DeLillo. No os preocupéis por la resolución de la trama (la resolución siempre será el Punto Omega) sino por la ansiedad y la inseguridad provocada. Terminaremos exhaustos, derrotados y quién sabe si a partir de ahí podremos regenerarnos si forzamos la mirada, si nos fijamos mucho y bien, porque las respuestas pueden estar en “la profundidad de las cosas tan fácil de no ser percibida en la costumbre superficial de ver

Ver/mirar

La vida no se puede reducir a palabras, nunca, porque la verdad transcurre en soledad (“las demás personas son un conflicto”) y la vida transcurre buscándonos a nosotros mismos mientras miramos de reojo a la muerte. Si lo difícil lo es porque lo estamos haciendo mal, tal vez lo fácil sea como un haiku: breve, sencillo, poético. E introspectivo.

Don Don DeLillo, a sus pies.

©AnaBlasfuemia

miércoles, 10 de abril de 2019

Mujeres en la cama (Gina Berriault)


“A eso se reduce todo: a nada”

Parece demoledor que todo se reduzca a nada. Pero si tuviéramos la nítida conciencia de que todo se reduce a nada quizás viviríamos más de acuerdo con cómo y qué queremos vivir.

De un libro de relatos espero que sean microuniversos que comparten una atmósfera en común, una especie de sello personal o marca de la casa de quien los ha escrito. Y espero que los finales de cada relato no descompongan ese microuniverso creado, sino que los enriquezca sin romper la armonía creada.

Dos aspectos destacan en estos relatos: la sutileza narrativa de Berriault y el trato amable, cuidado y profundo de los personajes.  Lo que hay entre líneas, ese espacio intermedio entre quienes somos y quienes queremos ser, lo que deseamos y lo que tenemos, la vida que queríamos y la que realmente vivimos (queriéndola o sin quererla), la necesidad de que nos vean tal y como sentimos que somos, la búsqueda de la identidad... En esa zona se desenvuelve Mujeres en la cama.

Detrás de esa amabilidad con la que Berriault construye sus personajes, está el enigma que somos cada persona, ese filo punzante que nos mantiene siempre alertas, incómodos, conscientes de que algo falta, algo falla, algún desierto que necesitamos poblar o quizás convertir en vergel y no sabemos cómo o quizás no sabemos dónde o quizás pensemos que es una alucinación, algo que no nos pertenece.

Y así, bajo una apariencia calma, fácil, transitas por los relatos sabiendo que hablan de raíces, de heridas, de vacíos e insatisfacciones, de secretos y silencios, de esos espacios en los que se dobla una esquina. Las crisis personales se contemplan como puntos de inflexión, esos momentos cruciales en los que pasamos de ser cóncavos a convexos o viceversa, en cualquier caso ya no volvemos a ser exactamente los mismos.

domingo, 7 de abril de 2019

Esta salvaje oscuridad (Harold Brookey)


“Así terminó mi vida. Y empecé a morir”
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Para Harold Brodkey, un escritor considerado de culto, el estilo, la forma, lo era todo. Mitómano, narcisista, culto, audaz y pretencioso hoy en día pocos conocen su obra. Y precisamente será en este libro donde todas sus titánicas pretensiones literarias, el estilo narrativo, los experimentos lingüísticos ... no son nada, no sirven de nada. No obstante si hay una forma de comprender a Brodkey será recorriendo su obra a partir de este libro, en donde si hay algo que destaca es el compromiso de Brodkey con su propia obra y con sus ideas.

La honestidad de Brodkey en "Esta salvaje oscuridad" es brutal y para ello parte de considerar la muerte como algo ordinario, algo que forma parte del ciclo de la vida. No hay remordimientos de lo vivido, ni mucho menos autocompasión ni lamentos, lo cual podría percibirse en ocasiones como frialdad si no fuera porque no esconde las contradicciones que vive durante su última etapa: dolor y felicidad, fortaleza y debilidad, pensar a veces que ha vivido una vida plena y otras sentir que todo ha sido en vano… Eso es, en muchos aspectos, "Esta salvaje oscuridad": el autorretrato de un hombre fuerte en el momento de mayor debilidad.

Brodkey era una persona combativa y no iba a desentenderse de su propia esencia ni siquiera en la última etapa de su vida y, así, rechazará de forma tajante la compasión y el consuelo y no renunciará a la ironía cortante y afilada ni esperará ser comprendido.

El retrato de su relación con su devota mujer, la novelista Ellen Schwamm, es de las recompensas extras que contiene este libro. Al final, y siempre, lo único que hay es el aquí y ahora. A la hora de enfrentarse a la muerte no queda otra que examinar el presente desde una oscuridad tan salvaje como desconocida y ante la que la identidad construida durante toda la vida apenas tiene cabida.

viernes, 5 de abril de 2019

Rondó para Beverly (John e Yves Berger)


“Te fuiste hace cuatro semanas. Anoche volviste por primera vez. O, para decirlo de otro modo, tu presencia sustituyó a tu ausencia.”

No sé si hay una forma correcta de decir adiós sin que se quede una sutura permanente. Posiblemente la mejor forma de despedirse sea no hacerlo, revivir a la persona que se ha ido, hacerla presente a través de los recuerdos (volver a pasar por el corazón). Llenar el vacío sin lamentos, rescatando lo bello, lo vivido. 

"Rondó para Beverly" es una pequeña joya. Una delicia. Contiene dibujos del propio Berger y de su hijo Yves, que también escribe al principio y al final de este libro de apenas 50 páginas. Yves es pintor, y su aportación es más valiosa en ese sentido que en lo escrito. Pero John Berger, ay, con esa forma de transmitir tan personal que tiene, tan hermosa y certera, tan directa.

Lees cada línea, contemplas los dibujos, la piel erizada, las lacrimales palpitando. Con esa blandura que te da el amor verdadero, la delicadeza, la generosidad. La universalidad de los duelos.

Este conmovedor homenaje de Berger a su mujer fallecida es de esas preciosidades que te da la literatura. Se lee con el agradecimiento de quien es consciente de que leer a Berger siempre te convierte en lector afortunado pero también en mejor persona.