"La muerte es una máquina de crear arrepentimientos"
Y el arrepentimiento es hijo del sentimiento de culpa, añado.
A ver cómo cuento esta lectura. Verán, me gusta mucho la literatura del duelo. Joan Didion, Paco Umbral, Piedad Bonnet, Chantal Maillard, son algunos de los autores que han abordado su duelo personal y lo han reflejado en libros que para mí son de una belleza increíble. Una belleza muy humana. Entiendo el miedo a la muerte, ¿cómo no entenderlo?, por eso busco en este tipo de lecturas perder ese miedo: porque sé que así viviré la vida con mayor consciencia y conciencia. Si ignoro a la muerte no seré ni estaré plenamente viva. Por eso no evado el tema (también es verdad que a la fuerza ahorcan, pero eso es otro tema). No creo en que aquello que ignoras o invisibilizas, deje de existir.
La segunda razón de porqué llegué a este libro está en la portada: como podéis ver en la foto pone "Premio Goncourt 2011". Os recuerdo algunos de los ganadores de este premio: Proust, Malraux, Gracq, Beauvoir, Romain Gary, Michel Tournier, Modiano, Margueritte Duras, Ben Jelloun, Maalouf, Jean Echenoz, Pascal Quignard, Houllebecq... ¿veis por donde voy, no?
La tercera razón fue algo que me llamó la atención: Michel Rostain nos va a contar el duelo por su hijo adolescente, fallecido de una meningitis fulminante, pero lo va a hacer dándole la voz a su propio hijo fallecido.
Tengo un profundo respeto por la literatura del duelo, porque quien escribe sobre una experiencia tan traumática lo hace desde un dolor tan terrible como íntimo. Compartir esa vivencia me parece de una generosidad infinita. La lectura de "El hijo" no se escapa de ese respeto ni de la inevitable e impactante emoción en un par de pasajes. Pero.
Antes de entrar en ese "pero" a lo emocional y a lo literario, voy a exponer algo que me mosqueó cuando lo comprobé a mitad de la lectura. Y es que me dio por comprobar la lista de ganadores del premio Goncourt y ¡no estaba Michel Rostain! Me quedé anonadada, así que seguí buscando y bueno, sí, lo había ganado, concretamente el "Premio Goncourt... a la primera novela". Ah, vale, miro esta lista y compruebo que salvo a Hélène de Monferrand, a quien se le concedió el premio en 1990 por "Las amigas de Hélóise", no conozco a nadie (disculpen mi ignorancia). Bueno, es una anécdota, pero sentí que me la habían colado o al menos bajado el listón un peldaño.
Anécdota aparte, estaba claro que algo no iba bien: salvo un par de pasajes en los que la emoción es inevitable, la lectura de "El hijo" era de ese tipo de lectura estancada, farragosa, que tienta abandonar. No lo hice porque por alguna extraña razón hay libros (cada vez menos) que me empeño en terminar aunque sepa que su destino final no va a ser perdurar en ninguna de mis abarrotadas estanterías. Puedo decir que han sido, como mínimo, dos las razones por las que este libro ha sido un "no" para mí:
1) La voz del hijo fallecido. Algo que había sido un ingrediente atractivo resultó ser el mayor de los obstáculos durante toda la lectura. Porque todo el tiempo es, en verdad, la voz del padre. Por múltiples detalles: porque aunque Rostain intente que, al ser la voz del hijo fallecido la que nos habla, queden reflejados los duelos tanto del padre como de la madre, esto no es así. Todo el tiempo es el duelo del padre. Incluso añadiría algo más, y esto puede sonar un poquito cruel: los hijos adolescentes son siempre un poco desconocidos para sus padres, algo muy normal en ese periodo vital en el que se suele sentir a los amigos como más familia que tu propia familia. Esto no implica que un adolescente no pueda tener una relación maravillosa y cercana con sus padres, pero habrá también aspectos que solo compartirán con sus amigos y no con ellos. Y ese "hueco" está muy patente en "El hijo" porque, aunque Rostain lo intenta, no es capaz de saber qué ni cuánto desconocía de su hijo, lo cual no ayuda a que la voz narrativa funcione. Creo que literariamente le vino grande esa elección.
2) Mientras leía, sobrevolaban en mi cabeza algunos de los libros leídos sobre el duelo, pero hay uno que lo hacía especialmente: "Ahora" de Brigitte Giraud, un libro (que me gustó muy mucho) que escribió a raíz del fallecimiento de su pareja en un accidente de moto. Acudí a mí misma: releí lo que había escrito en el blog sobre esa lectura. Y así fue cómo conseguí entender la segunda razón por la que me estaba defraudando la lectura de "El hijo": la liturgia de la muerte. Algo que Giraud consigue reflejar de una forma más fluida y directa y además con un manejo de las voces narrativas mucho más eficaz. Giraud 1- Rostain 0
Curiosamente, a Brigitte Giraud le han concedido el Premio Gouncourt en 2022 por su novela "Vivre Vite", que en España ha traducido la Editorial Contraseña y que es un libro escrito 20 años después del fallecimiento de su pareja, a raíz de la venta de la casa que habían comprado juntos, momento en el que decide "hacer por última vez un balance".
Qué cosas, ¿verdad?. El libro de Giraud ya está en mi punto de mira. El de Rostain, que, ojo, no deja de ser un libro muy digno, lo dejaré en algún lugar en el que espero que quien lo encuentre sepa apreciarlo mejor.
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