“¿Sabes una cosa que he aprendido en la vida? La mayoría de la gente no se fija en nada, y si se fija, no le importa”
Esto va así: cuando los demás estáis de vuelta, entonces yo voy allá donde habéis estado. Y sé que habéis estado ahí, en ese espacio ahora solitario que estuvo ampliamente habitado por vuestra presencia observadora, escudriñando donde ahora solo queda un lugar desértico y escucho el silencio allí donde clamó vuestro aplauso.
Toda esta retórica para deciros que por fin llego a este libro por el que tantos y tantas habéis pasado hace tiempo. Que la unánime alabanza que supuso Lucia Berlin provocó que me mantuviera al margen, expectante, porque me desenvuelvo mal en multitudes, fiestas y celebraciones, pero es que me mareo con facilidad cuando hay mucho ruido y me resulta difícil discernir entre la melodía y el estrépito. Necesito el silencio como contraste para escuchar más activamente.
Así que cuando la fiesta acaba o está ya en sus últimas sacudidas, llego yo. Con cierta timidez porque me impone mucho la juerga y las celebraciones masivas. Me aturde, aunque envidio la capacidad del disfrute multitudinario, ese festivo hermanamiento. Y así, ligeramente apocada, con la incómoda sospecha de si voy a ser el bicho raro que no alcance a ver lo que tantos han visto y no encuentre el entusiasmo adecuado, empecé la lectura.
Y quizás fuera ese respeto al aplauso común, al reconocimiento global, pero me costó. Las expectativas, Ana, me decía. Pero dónde estaban ya las expectativas si el tiempo las había borrado hasta casi la extinción. Terca soy un rato y eso hace que a veces aflore en mí una virtud de la que carezco: la paciencia. Así que bajé la persiana, quedamos mano a mano Lucia Berlin y yo. Y nos encontramos, claro que sí. La encontré, encontré a Lucia Berlin y me pareció tan hábil, tan rápida, tan eficaz. Me enterneció, me llegó sin estruendo, con mucha inteligencia. Admiré su resistencia, su humor fino que nunca pierde la cara a la realidad, el insaciable apetito de vida, la melancolía y sensibilidad soterradas tras una aparente ligereza, la sutileza emocional y su divertida y desordenada energía.
Me uno al mancomunado aplauso.
Me pasó lo mismo con este libro. Y es que soy un poco paco-contra y basta que sea taaaan popular para que no me atraiga. Total, que ahí está, arrinconado. Pero si a ti te gustó me voy a animar. Preciosa reseña, Ana.
ResponderEliminarEs que tanta algarabía en redes sociales siempre mosquea un poco, pero como comentó alguien en Facebook, a veces la algarabía es porque el libro es realmente bueno. Y este es el caso. Si te animas, comenta qué te parece ;)
EliminarAcabado. Tienes razón, qué bien escribía esta mujer. He reído y llorado lo que me dio la gana. El que más me removió fue "Espera un momento". Estoy así, pochilla, viendo el verano desde el sillón de un hospital y este relato me vino bien para quitar ese nudo que se me estaba atascando ahí, por la garganta. Sí que mereció la pena, y hemos llegado a tiempo. Gracias Ana.
ResponderEliminarHola Teresa. Me preguntaba cómo te iba. Siento que sigas en ese sillón, aunque me alegro que los libros sigan siendo una buena compañía. Me fascina cómo algunas lecturas llegan en el momento adecuado y me agrada que Lucía Berlin te haya ayudado a deshacer ese nudo, llegando a tiempo. Reír y llorar es algo que provoca este libro de una forma genuina. Gracias a ti y mucho ánimo con lo que sea que estás lidiando.
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