"Los nobles sentimientos de los que tanto nos jactamos no pretenden sino ocultar el temor no confesado a no ser capaces de soportar una pérdida. Inseguridad por los cuatro costados"
"La muerte del adversario" es un libro tremendamente sutil. De entrada no sé ni siquiera cómo catalogarlo ¿novela? ¿ensayo? Diría que es un ensayo que se ha puesto el traje de novela para conseguir hacerse más accesible al lector. Un juego literario para mostrar un brutal y desasosegante duelo identitario entre el adversario y su victima.
Voy a poner un poco de ubicaína: Hans Keilson (escritor y psicoanalista germanoneerlandes y de origen judío) comenzó a escribir "La muerte del adversario" en 1942, en plena IIGM. Tuvo que enterrar su manuscrito hasta que pudo retomarlo finalizada la IIGM. Así que, aunque no lo menciona ni una sola vez, podemos imaginar quién es el "adversario". Con estos mimbres Keilson profundiza sobre la naturaleza del odio. He de decir que leí este libro al mismo tiempo que voy releyendo a poquitos "Masa y poder", de Elías Canetti, y ambos libros se hermanaron con una espontaneidad a la que no me pude (ni quise) resistir.
A lo largo de mi vida me he sentido excluida muchas veces, me han hecho sentir que no era "de los suyos". Me costó reconocer que quien (o lo que) me hacía sentir así eran "mis adversarios", que me causaban daño e impotencia pero también me proporcionaban una fuerza que he tardado mucho en atrapar y gestionar, en comprender que esa rabia, ese rencor, terminaría por ayudarme ("Por poco que ames tu vida, vas a transformar el odio que hay en ti; justo allí donde tú eres tu propio enemigo y adversario")
El protagonista de "La muerte del adversario" adopta inicialmente una actitud contemplativa, de inacción, incluso comprensiva. Ponerse en el lugar de su adversario forma parte de la autorreflexión, del aprendizaje. El suyo, inicialmente, es "un odio tímido, blando e infame", es un odio fruto del miedo, de no saber darle la importancia que tiene aquello a lo que tememos. Es un odio pequeñito, hijo de la condescendencia con el autoengaño. Pero hay situaciones en las que hay que poner una línea roja a esa complacencia con uno mismo: hay que aprender a odiar al adversario. El sufrimiento que te causa tu rival no puede convertirse en una trampa que te estigmatice y rompa el mundo y sus valores, su decencia, su humanidad. Si la esperanza es insensata, desesperada, entonces odiemos sin miedo a confrontarnos con nosotros mismos y con el "adversario". Un odio transformador.
Keilson analiza a su adversario tanto de forma individual como de forma colectiva, es decir, el otro como una estructura, una organización. Pese a esa visión empática, de ver al adversario como un ser humano con conductas y pensamientos que son reconocibles, Keilson es consciente de que hay una toma de decisiones ineludible: hay que elegir lo correcto. Siempre. Y para elegir lo correcto debes conocer lo incorrecto, para elegir la bondad has de comprender la maldad, el mal que algunas personas son capaces de hacer. Para elegir no puedes seguir mirando hacia otro lado, hay que acudir a esa batalla:
"Las montañas de sentimientos enfriados que uno mismo se coloca sobre los hombros son más fáciles de sobrellevar que los destellos de un peligro que invita a la batalla"
Hans Keilson no es capaz de odiar, su inquebrantable honestidad le lleva a una incapacidad de enfrentarse a una realidad a la que no se atreve a nombrar. Pero esa misma honestidad le lleva también a mostrarnos cómo la bondad, la sensibilidad, la inteligencia, pueden convivir perfectamente en una misma persona con el autoengaño y la necedad.
"La muerte del adversario" es un libro incómodo para los tiempos que corren. El porqué de esta perturbación queda resumida en una frase del libro:
"Esto es, nosotros somos. Y el simple hecho de que seamos le basta para sentirse agredido"
Un libro mayúsculo de la editorial Minúscula.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este blog NO se hacen críticas literarias ni mucho menos reseñas. Cuento y me cuento a partir de lo que leo. Soy una lectora subjetiva. Mi opinión no convierte un libro en buen o mal libro, únicamente en un libro que me ha gustado o no. Gracias por comentar o, simplemente, leer