viernes, 20 de marzo de 2015

Reloj no marques las horas


En casa de mi madre, al lado de una falsa chimenea, hay un reloj de péndulo. Y es curioso, porque a nadie de mi familia nos gustan los relojes ni los despertadores, pero en nuestras casas siempre hay varios, silenciosos y tímidos pero efectivos.

Este reloj de péndulo es especial. Era EL RELOJ, el único válido, el que nos daba la hora y marcaba nuestros tiempos. Mi padre se encargaba cada noche de darle cuerda y revisarlo con pulcritud. Recuerdo con nitidez inmisericorde el sonido al marcar las horas, sonaba como una campana, de ahí vendrá mi fijación por ellas (las campanas). Ecos auditivos de otros tiempos y lugares.

Este reloj era nuestra referencia, si se retrasaba todos llegábamos tarde a nuestras citas. Si se adelantaba, éramos los primeros en llegar. Siempre nos sobraba el tiempo cuando se adelantaba el reloj de péndulo. Y siempre sabíamos qué hacer con el tiempo que nos sobraba. Y buenas excusas cuando nos faltaba.


Pero un día el reloj se paró. Ya nadie le dio cuerda. Hace muchos años, demasiados, que marca siempre la misma hora, las 5:52 h. Al principio parecía que el tiempo había dejado de existir, que en nuestro mundo sólo había las cinco horas cincuenta y dos minutos de la mañana o de la noche. Una especie de tiempo sin tiempo, un segundo durando una eternidad o una eternidad condensada en un segundo, dependiendo del cuerpo de cada cual. Pero siempre esa hora bruja: 5:52. Dos veces al día el reloj marcaba con acierto la hora. Y así un día y otro, un año y otro, una vida y otra.

A veces, cuando mis emociones se arriman a los extremos, desde la distancia que dan los kilómetros y el tiempo, soy capaz de visualizar el reloj con todos los detalles, veo en mi mente la esfera de cristal, el péndulo, las agujas del reloj marcando una y otra vez la misma hora, oigo las campanas a las horas en punto, el sonido al darle cuerda. Y entonces la magia hace lo suyo y el tiempo se detiene.

Un tiempo sin tiempo, mi vida por ese reloj. Si decidiera cambiar los relojes por pájaros de cristal quizás volaría por la vida en intensos e infinitos círculos o en ágiles zig-zag fuera del tiempo y el espacio.

Deshacer la trama del tiempo es una buena apuesta: no luchar contra él, sino confundirlo, ignorarlo, como innoble que es.

La libertad puede tener muchas caras, pero estoy segura de que no tiene la cara de un reloj, ni siquiera la cara de un reloj de péndulo, ni su voz es el inapelable tic-tac que tanto me fatiga y fatiga mi memoria.

Si el tiempo es un invento, inventemos ahora el destiempo, el a-tiempo, el tiempo sin tiempo. Un tiempo vacío, para el que se va, para el que vuelve, para el que se queda, para el que olvida y para el que recuerda. Un tiempo con amnesia para que la sangre desemboque en el océano, entre el abandono y el encuentro, un mordisco a la memoria.

Un tiempo sin tiempo para remontar la vida y, desnuda, llegar a la cumbre y abrazar la luz mansa al encontrar unas raíces en el cielo abierto. Y desplegar las alas y volar, privada de experiencias y recuerdos.

Acaso la vida tenga a bien hacer que mis alas tracen un vuelo hasta el manantial de un tiempo sin tiempo mientras la esperanza me alcanza. O tal vez la vida era esto, el transcurrir del tiempo, una tregua sin descanso entre un tic y un tac.


Si alguien me regala un tiempo sin tiempo le querré todo el tiempo. Lo que viene siendo… un siempre.

Acaso la vida.

(©AnaBlasfuemia)


lunes, 16 de marzo de 2015

El Powerbook (Jeanette Winterson)


Título original: The Powerbook
Traductora: Ángels Gimeno-Balonwu
Páginas: 288
Publicación: 2000 (2004)
Editorial: Edhasa
ISBN: 9788435008907
Sinopsis: El powerbook de Jeanette Winterson combina la gran tradición narrativa universal con las posibilidades abiertas por la informática, y particularmente por internet. Y no sólo por el hecho de que el argumento gire en torno a un cruce de mensajes entre dos personajes que ocultan su verdadera personalidad, sino sobre todo porque la sensación de fugacidad, de inmediatez y de distancia está muy bien logrado mediante el empleo de diálogos rápidos, esquemáticos y contundentes, tan ambiguos y espontáneos como los que pueden leerse en un foro de internautas.


Winterson. ¡Pues claro! La autora que me trajo La niña del faro. Que me gusta a mí hacerme esperar. Y no iba a ser La pasión, La mujer púrpura, El guardián del tiempo, Escrito en el cuerpo, Fruta prohibida… no iba a ser cualquiera de sus libros más conocidos y recomendados (y que adquirí de forma compulsiva después de La niña del faro). No. Que a una no le gustan las líneas rectas, así que… El Powerbook. Venga, Ana, dale. Comienzo a leer:

Para evitar que me descubran, sigo huyendo. Para ser yo quien descubre, sigo incansable.

Me detengo durante un laaaargo tiempo en esta primera frase. Sonrío. La releo varias veces. Vuelvo a sonreír. Una y otra vez. Vaya manera de comenzar un libro. Sé que no estoy ante La niña del faro, pero tengo claro que Winterson es una autora especial para mí, que fluyo entre sus palabras como pez en el agua, como agua en el arroyo, como arroyo en el cauce, como cauce en el valle. Sé que esta extraña escritora me resulta transparente (o quizás soy yo transparente para ella), que me empapo de todas y cada una de sus historias, que su personal, diferente y peculiar forma de contar es un espejo en el que veo con nitidez cada detalle, cada línea, cada puntada, cada imagen. Tengo la sensación de que Jeanette Winterson escribe para mí. Como si le encargara historias a medida. Qué bien, qué bien.

Historias y verdades. O no. O historias y mentiras. Las dos cosas (porque una cosa y su contraria no se excluyen: malviven pero conviven). Lo comentaba hace poco: estamos hechos de historias. Así que crearlas, contarlas y que me las cuenten, es pura vida para mí. Convertir momentos en historias. Historias sin fin ni final. Winterson es una ingeniosa y hábil narradora de historias, en las que me siento como dentro de un traje que se adapta a mi cuerpo a la perfección, quizás como si fuera la piel de mi propia alma.

Las historias son mapas

Las. Historias. Son. Mapas.

Cuatro palabras combinadas adecuadamente son suficientes para que dentro de mí broten historias y mapas, cartografías imposibles y geografías probables, afluentes en dirección contraria, bifurcaciones, caminos sin peaje, atajos quiméricos… Cuatro palabras y miles de posibilidades. Cuántas cosas ha inspirado y movido dentro de mí esta frase: Las historias son mapas. Pues aplaudo, ¡qué le voy a hacer si no llevo sombrero y no me lo puedo quitar!

- Esto no es más que una historia.
- Yo a esto lo llamo una historia verdadera.
- ¿Cómo lo sabes?
- Lo sé porque yo estoy en ella.

Quieta. Os preguntaréis qué nos cuenta Winterson en este libro. Que nos gusta saber qué tenemos entre manos. Habla del amor. De disfraces. De verdades y mentiras. De lo real y lo virtual. De historias (¿de qué otra cosa iba a hablar Winterson?). La protagonista (o el protagonista, deliberadamente ambiguo, marca de la casa de la autora), Alix, es una escritora, una e-escritora, que desde su ordenador, vía e-mail, ofrece “libertad por una noche”; es decir, te escribirá una historia hecha a medida. ¿El problema? Que las historias son seres vivos que pueden atraparte, engullirte, y cuando quieres darte cuenta ¡zas! formas parte de la historia que estás contando y entonces la delgada línea entre realidad y ficción, lo real y lo virtual, se vuelve estremecedora e impresionantemente fina. O directamente salta en mil pedazos. Un riesgo que todo creador de historias y momentos tiene que correr. Y asumir. Patapúm. Jugar con fuego y quemarte. O no. ¿Quema lo vivido aunque lo vivido no sea verdad? Fuego con fuego no se queman, pero se apagan. Pero hasta entonces... arden.

Vivo en un mundo material, aparentemente sólido, y el peso de éste ya es suficiente. Los otros mundos que puedo alcanzar necesitan mantener su ligereza y su velocidad de la luz. Lo que yo traigo desde esos mundos a mi propio mundo es otra oportunidad.

Al igual que en La niña del faro la estructura narrativa habitual o esperable por lectores en zona de confort es inexistente. No hay línea argumental, pero Winterson es tan valiente como reconocible, libre en su forma de contar. El esquema es muy similar: una historia (más o menos) central y fábulas, leyendas, personajes históricos, reflexiones, que se mezclan constantemente, todas ellas reencarnando una y otra vez la historia de amor entre la narradora y la mujer que le solicita “libertad por una noche”...

Soy alguien que desea lo mejor de los dos mundos.
Una historia es una cuerda floja entre dos mundos.

Alix bien podría ser Silver, nuestra niña del faro, que ya adulta hará aquello que heredó y aprendió de Pew: contar historias. Pero como los tiempos corren que es una barbaridad ya no será a la manera tradicional, de boca en boca, sino acorde a los tiempos modernos: en el ciberespacio.

No hay amor que no perfore las manos y los pies.

Sólo he leído dos libros de Winterson, aunque me parece haber estado buscándola toda la vida, pero la sensación es que la columna vertebral de sus historias es el amor. Amor, nostalgia, soledad. Pasión. Límites. Mitología. Mundos privados. Identidad. Emociones. Historias. Vida. Oportunidades. Contado a su manera. Y su manera no es lineal, ni mucho menos una línea recta. Está llena de meandros y recovecos varios. No esperéis entonces un final cerrado, ni siquiera un final. Los finales no existen. Es cierto que sus reflexiones tienden a ser aforismos, cerrados y ligeramente adoctrinantes, pero en cualquier caso comulgo con su forma de sentir, aunque no siempre con su forma de pensar. Sentir y no pensar.

No puedo dar mi posición con exactitud. Las coordenadas cambian. No puedo decir “dónde”, sólo puedo decir “aquí”, y tener la esperanza de trazarlas para ti, átomo y sueño.

Las múltiples perspectivas y alternativas de Winterson, su mirada poliédrica (y poética), me resulta tremendamente atractiva, potente, sugerente, cercana e inspiradora. Mil veces me cuente la misma historia de mil formas distintas, mil veces terminaré un libro de Winterson con la certeza de que me reconozco entre sus páginas y me toca el alma como pocos autores. Me (con)mueve y motiva. Creo que he subrayado en este libro hasta el índice (que no tiene).

Cuéntame una historia, Winterson. Y ella va y me la cuenta. ¡ A mí! La historia. No una, sino varias. O no varias, sino una. Así da gusto. Y como ya no confío en los hechos ni en las palabras, sino en el tiempo, le agradezco profundamente el que ha dedicado a contarme (sí, a mí) El Powerbook. Y a vosotros os agradezco el tiempo que dedicáis a leerme. Gracias. Tiempo es lo que tenemos.
Me sentí como si hubiese entrado atolondradamente en la vida de alguien por azar, hubiese descubierto que quería quedarme y entonces, dando tumbos, sin una pista, ni un indicio, ni una manera de terminar la historia, hubiese vuelto a la mía.

Gracias, Winterson. 

Si os gustó La niña del faro, os gustará este libro. Si no os gustó, seguir de largo. O darle una (otra) oportunidad. Si no sabéis si sí o si no, pues quién sabe. Lo que el corazón os diga. Siempre. El corazón (y no el algodón) no engaña. ¿O sí?

Nota: No me agrada, pero debo de decirlo. La edición y la traducción dejan bastante que desear. Una lástima, siempre me parece una falta de consideración al lector las ediciones atropelladas y descuidadas. 

lunes, 9 de marzo de 2015

Mis amigos (Emmanuel Bove)



Título original: Mes amis
Traductor: Manuel Arranz Lázaro
Páginas: 152
Publicación: 1924 (2003)
Editorial: Pre-Textos
ISBN: 9788481915501
Sinopsis: Con unas pocas pinceladas de genialidad, Emmanuel Bove nos presenta a Batôn, herido de guerra que recorre el París de principios del s. XX, y a "sus amigos", aquellos que su imaginación ansía y proyecta en todo aquel que se cruza en su camino, pero cuya felicidad constituye, a la vez, la mayor de las ofensas. La búsqueda del alienado Batôn, abocada al fracaso, resulta sin embargo cercana y reconocible. Una novela por descubrir que será particularmente apreciada por los solitarios y los perplejos.

Me resulta curioso mirar atrás y ver mi recorrido lector durante los últimos años. Es como si viera una senda por la que he caminado y veo imágenes no sólo de lo leído, también de lo vivido. Nadie como yo misma sabe bien cuántas historias hay detrás de los libros que aquí he comentado y de las blasfuemiadas deslizadas entre libro y libro. ¿Cómo iba a abandonar este blog que es… mi cuarto propio? Una campana bajo la cual me muestro a la vez que me escondo. Una cosa y la contraria. O sea, yo.

En este momento elegir lecturas no era tarea fácil para mí. El por qué escogí Mis amigos es un misterio. Estaba ahí y eso ya cuenta. Necesitaba coger ritmo lector, no abandonar una actividad que me acompaña desde siempre y que me ha dado tanto. He tenido momentos de bajón lector, pero nunca me había pasado como hasta ahora, que mis vivencias inhabilitaran de esta manera mi capacidad de leer. Sabía que si conseguía seguir leyendo recuperaría algo absolutamente valioso en mi vida, pero también que sería un paso necesario para rescatarme a mí misma.

Y sin embargo, escogí un libro que en principio no parecía sanador (no lo es). Pero que en la sinopsis pusiera que es una novela que será apreciada por solitarios y perplejos me dio el empujón. Porque si algo estoy en estos momentos es perpleja. También solitaria, pero más como una elección puntual en este proceso de curarme que como una realidad. Así que fue por el lado de la perplejidad que quise saber qué me iba a contar Emmanuel Bove, concretamente el personaje protagonista, Batôn.

A cambio de un poco de afecto, compartiría todo lo que poseo: el dinero de mi pensión, mi cama. Sería muy cariñoso con la persona que me ofreciera su amistad. No la contradiría nunca. Sus deseos serían los míos. Como un perro la seguiría a todas partes. No tendría más que decir una gracia, y yo me reiría; cuando estuviera triste yo lloraría con ella.

Lo cierto es que al empezar a leer Batôn no me caía bien. No me inspiraba lástima, sino rechazo (el mismo que termina provocando en los que intenta que sean sus amigos). Pocas cosas hay más patéticas, dramáticas y turbadoras que mendigar afecto. Creía haberme equivocado de libro, no iba a ser este el que me metiera en vereda otra vez. Pero de repente… clic.

Todos sabemos que no son sólo los libros, sino cómo los leemos. Yo empecé a leer Mis amigos malamente, desde un plano inadecuado. Y era como que no. Pero de repente lo vi: tenía que ver a Batôn no como un personaje real, con el que me pudiera identificar, sino como una especie de compendio, de caricatura, de esperpento, de pantomima, una representación. Alguien que contiene todos los matices, absolutamente todos, de la paradójica sociedad en la que vivimos: ¿por qué hay tanta gente sola?. Sí, claro, nos juntamos. Unos al lado de los otros. Pero nuestra campana, bajo la que nos cobijamos, permanece intacta. De soledad, del deseo de no ser solos (digo ser, no estar), de incomunicación, de matices, de errores, de interpretaciones, de gestos, de necesidades… De todo eso va este libro. Pero de una forma peculiar.

Para ello, Bove no trata de contarnos una historia, sino de mostrarnos algo a través del cómo. Es decir, no hay un hilo conductor, una trama con inicio, nudo y desenlace. Es un tapiz, nos muestra varias imágenes, un espejo, traza un esperpento sarcástico para dar cabida a todas las tonalidades (grises) en un personaje grotesco, en momentos, en anécdotas y situaciones aparentemente fragmentadas… Y ¡alehop!, el débil y patético Batôn termina por mostrarnos nuestras propias miserias. Me encanta, qué le voy a hacer. En el cómo Bove también pone en marcha el juego sensorial, todos los sentidos en alerta gracias a la capacidad del autor para describir la realidad exterior con mínima pero contundente precisión, mientras parodia la interior. Percepciones en funcionamiento, que solemos ignorar pero que forman parte del paisaje, matizan y complementan la forma en que miramos y vivimos.

Una lectura atípica, como lo es la soledad y todo lo que la rodea. Sí, sí, la soledad es atípica. Cuántas cosas se hacen buscando no estar ni ser solos. La búsqueda de Batôn es patética, enternecedora, muy turbadora, contradictoria, pero es lo que todos buscamos: amigos, amor. Compañía. Sobre todo… encontrarnos. Y sin embargo en esa búsqueda hay tantos gestos equivocados, tantas interpretaciones erróneas, tantos malos entendidos, tanta desesperanza que me pregunto, una y mil veces ¿por qué lo hacemos tan difícil? Porque no somos fáciles. Bove nos da algunas respuestas, cada cual que encuentre la suya. Yo tengo varias.

Algunos hombres fuertes no están solos en la soledad, pero yo, que soy débil, estoy solo cuando no tengo amigos.

Un libro que me ha hecho reflexionar mucho y que, sin ser un libro en el que me haya encontrado, sí que he detectado alguna que otra clave. He aprendido y eso me lleva de nuevo a lo que aprecio y valoro: seguir leyendo. Además este libro tiene otra cualidad: es diferente, sorprende, esconde más de lo que muestra y sin embargo lo que esconde termina por pasar a un primer plano de forma tan imperceptible como contundente.

No es un libro para cualquier momento ni siquiera para cualquier lector. Pero cada cual sabe qué libro, cuándo y qué busca en las lecturas. Yo lo que leo, lo cuento. Y he leído, y contado, Mis amigos, de Emmanuel Bove. Y sigo leyendo ¿qué más puedo decir?

jueves, 26 de febrero de 2015

El nadador en el mar secreto (William Kotzwinkle)



Título original: The Swimmer in the Secret Sea
Traductor: Enrique de Hériz
Páginas: 96
Publicación: 1975 (2014)
Editorial: Navona
ISBN: 9788416259007
Sinopsis: Tras diez años de matrimonio, Laski y Diane están a punto de tener un hijo. La noche en que ella rompe aguas marca el inicio de un período de extrañeza, donde acciones tan comunes como calentar el motor de la camioneta o recorrer la carretera entre su cabaña y la ciudad, cobran una resonancia especial, fruto de la urgencia pero también por integrarse en una experiencia que cambiará sus vidas. Ya en el hospital, descubren que el bebé llega de nalgas...


Qué razón tiene Galeano. Galeano y sus frases (envolviendo caballitos de mar, historias mágicas y sorprendentes). Yo no seré historia, no haré historia, pero estoy hecha de historias. Muchas. Y este libro tiene, también, la suya. Y es por eso que una lectura que normalmente hubiera finalizado de una sentada, la hice en dos. La vida a veces es una metáfora de sí misma: ha sido como cruzar un precipicio en dos saltos. Algo que define muy bien mi momento personal. Un precipicio. Dos saltos. El batacazo es inevitable. Pero ¿cómo evitar la caída? Con la verdad del corazón. Y con tiempo.

Ella también ve dentro de mí; quizá vea la inquietud de mis días, como veo yo la suya. Sintió que estaban juntos, entonces, en un nivel nuevo, más viejo, más sabio, con el dolor como nexo de unión.

Hoy, bastantes días después, me levanté decidida a terminar el libro. Página 49. Hasta ahí la sensación lectora era “qué vacío”. Eso pensé y escribí cuando dejé la lectura en ese punto. Yo qué sabía... Pero la historia continuó. Y como dice mi niña del faro, “tuvo un final (siempre lo hay), pero la historia fue más allá de su propio final (siempre es así)”.

Y lo terminé. Joaquín Sabina dixit: “Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. La vida no se detiene. Nunca. Aunque la tuya lo haga. Comentaba en La orilla del mar que me costaba leer últimamente porque lo que leía siempre me decía algo a mí, a la persona, no solo a la lectora (aunque somos la misma). Y El nadador en el mar secreto también tenía algo que contarme. Dos historias. La que contenía en el interior y la que transcurría en el exterior.

Crujido.
Él sólo reconocía las olas que volvían a llevárselos a un lugar en el que estaban solos en un amor y una tristeza que nadie más podía compartir, solos y cada uno aferrado al otro en aquella realidad…

Historias… Kotzwinkle nos cuenta una historia en 96 páginas. En menos, pero quién necesita más... La escribió después de enterrar a su hijo, con lágrimas en los ojos desde la primera hasta la última página. Una historia triste. Un momento de su vida. Lo hace de forma sencilla y bella a la vez, quizás como es un poco el dolor, ese que transcurre por dentro, en el regazo de la intimidad. ¿Acabo de decir que el dolor es bello? Lo es, en cierta forma, cuando es puro, personal, profundo y honesto, cuando surge de la pérdida de aquello que se ama. Y digo que es bello porque el amor está ahí. El amor al hijo. El amor. Las lágrimas de Kotzwinkle se deslizan entre mis dedos y humedecen la lectura. Cuando el alma duele las lágrimas dignifican y limpian. Purifican.

Dolor y mar. El mar como umbral entre inicio y fin. Un fin sin final. Utilizar el mar como metáfora del amor, de la esperanza, los sueños, la alegría y el dolor parece un recurso fácil. Lo es. El mar da tanto juego… Pero que sea fácil no supone necesariamente que se haga bien. Kotzwinkle lo hace bien. Su lenguaje es evocador y sugerente. Sin tretas. La verdad de los sentimientos no las necesita. De alguna forma frases sencillas, escuetas, que te encuentras en muchas lecturas (“Todo irá bien”. “¿Quieres algo? –No, sólo a ti”. “Yo sólo quería estar contigo, Diane, los dos viviendo juntos sin problemas”) consiguen removerme. Eso enlentece mi lectura, así que tomo asiento en mi propio mar interior y secreto, mientras que con una mano acaricio las paredes de mi faro imaginario. Y leo.

El viento te hace libre. Los vientos y el sol te hacen grande.

Cuando empecé a leer el libro no sabía de qué iba. Órdenes son órdenes y yo (a veces) soy obediente. Una vez que lo tuve en mis manos (...) las pistas no eran muchas, salvo las del corazón. Nada más empezar ya sabes qué te va a contar. Así que la curiosidad se desplaza del qué al cómo. Por ahí me tenía que ganar. Y es fácil ahora ganarme, que hasta las comas y los acentos me sugieren y evocan… todo.

Me gusta contar historias, me fascina que me las cuenten. Kotzwinkle me cuenta la suya. Una de las muchas que tendrá y le harán, como todas las personas. Podría ser un cuento sin hadas, brujas ni titiriteras. Aunque sí con un lobo feroz: la muerte. Contar la muerte no es tarea fácil. Contar la de un hijo que se va cuando apenas ha llegado es… tremendo y desgarrador. Contarlo con la dulzura con que lo hace Kotzwinkle es un arte. Quizá la clave está en que cuenta la historia desnudando su alma. Y eso me gana. Siempre.

Ha sido una sensación muy fuerte y estoy intentando fluir con ella.

No es un libro que al terminar deje una sensación agradable. Pero sí una sensación humana. Quizás esté sobrevalorado. Puede ser. Pero la fuerza de una lectura está en lo que sugiere y provoca a cada lector. Yo soy carnaza ahora mismo. Termino pensativa, movida, tocada, frágil… O quizás es que así empecé la lectura. En cualquier caso, por la historia interior del libro, o bien por la exterior, ha sido una lectura especial.

Al terminar la lectura acudí a un artículo sobre este libro de Rosa Regás que en su momento no leí para llegar a la primera página sin nada previo. Qué cosas. Leo: "Mientras leía este extraordinario libro, pensé que nada ha de ser más reconfortante, nada más emocionante que conocer un episodio fundamental de nuestra vida si nos lo narra la persona que amamos, la que puede decir igualmente que es su propia historia la que está en juego". Amén, Rosa, amén. Cuéntame una historia y no me sentiré sola.

Sólo hemos de seguir adelante, con los ojos abiertos, contemplando con atención lo que hacemos, sin pensar en nada ajeno a la tarea. Entonces, fluimos con la noche.

Sabré hacerlo. Gracias por el libro. Y por esto, por aquello, por lo otro y por todo.

****************
¿Vuelvo? Nunca me he ido, no del todo, como casi siempre que me voy algo (poco o mucho o todo) de mí se queda. Los libros siempre me han dado, vuelvo a ellos para encontrarme. Y contarlo. Y contarme. Quiero dar las gracias a todas y cada una de las personas que habéis dejado cariñosos mensajes de apoyo y ánimo hacia mí en el blog o en mi correo. Todo suma. Gracias de corazón.

miércoles, 28 de enero de 2015

Ana Blasfuemia, la titiritera


Hoy me escondo en una ecuación de silencios porque es una forma de hablar. Mañana hablaré sin silencios, porque es una forma de callar. Si sabes escuchar, y no sólo oír, pasa, tengo algo que contarte.

A veces sueño con que el silencio y las palabras son marionetas en mis manos. Abro y cierro el telón a mi antojo, monto el teatrillo en la plaza y acuden los niños. Los puros. Los que saben jugar de verdad. La bruja descansa porque su marioneta aún no está en el baúl de mi yo titiritero. Pero pronto los niños gritarán y aplaudirán, porque la bruja estará en el baúl y será una más de las historias que quiera contar. O callar.

Es fácil, cómodo, permanecer en silencio… siempre que la conciencia se quede tranquila. Claro que las miserias humanas son frecuentes (¡aterradoramente frecuentes!), y hasta la injusticia más nimia ahoga nuestras voces. Pero si no tengo miedo, al menos seré dueña de mis palabras. Y también de las tuyas. Sí, también de las tuyas, porque por eso soy la titiritera, manejo los hilos, los muevo a mi antojo, no lo oculto, no hay nada vergonzante en ello… Yo también me dejo manejar sin sonrojo. No por cualquiera. Pocos son los escogidos, muchos los que pasan de largo.

Hay un mundo que no es el de los felices. Ellos también forman parte del teatrillo… la vida es muy cabrona… ¿cómo lo entenderán los niños? Escuchad, niños, la vida da vueltas de campana y se columpia al más pintado. La vida está en cada esquina, con su cara y con su cruz. Mirad bien, porque la bruja también es de este mundo. Ahora preguntaros ¿quién maneja los hilos, ella o tú?.

Tenemos brujas, princesas, malvadas, hadas, sirenas… Están todas. Ella también. Está toda la lista completa. A Pew no se le escapa nada.


Quiero ver vuestros rostros, vuestra mirada desnuda, vuestra alma, esa que se muestra al desahuciado. El arlequín ahoga mis sinsabores y hasta me da esperanza. Nunca vi a nadie que se partiera tanto la cara por su vida, por la vida. Hace que yo me parta la mía. Quizás queráis verla. Esta rota. Y sonríe.


El arlequín me enseñó que el uso de la dialéctica no siempre está de parte del que lleva la razón. Que una cosa es ser lista y otra ser honesta. Yo era tonta. Todavía lo soy. Escogí ser honesta. Y empecé entonces a manejar en el teatrillo a títeres en los que la bruja era una malvada con don de palabra, que utilizaba la inteligencia, el raciocinio y la dialéctica para humillar. Era la suya la cara del traidor, del que te mata por nada, por puro placer. Sí, hay gente así.


Y mientras, el arlequín defendía lo suyo, porque amar no es ningún crimen. Y muestra también la cara de la inmundicia para que escojamos, en cada esquina, la cara de la vida. La vida, la de verdad, es sólo para valientes. Como el amor (el de verdad, ese desconocido)...

 
En este teatro de títeres, el arlequín cruza el espejo, no cuantifica expectativas, sabe que es un todo o nada, un cielo o infierno. Cree en la justicia, la honradez y el ajedrez (dos palabras que riman). Cree en el amor, en ese amor al que los demás miran como si fuera un bicho raro.


Fuera del teatrillo la vida real me mira y me exige un talento diferente, quizá me pida hipocresía o utilizar palabras que todos entiendan. Pero aquí, en este teatrillo de titiritera de tres al cuarto una no habla, sino que se comunica, experimenta, juega, es una puerta a la imaginación porque imagina y verás…. Me siento libre aquí porque nadie manda, aunque lo intente. Prefiero estos laberintos de títeres y marionetas, de geografías por conquistar, en donde las personas se asoman, miran y eligen si se quedan o si se van. Una puerta peligrosa, me susurra alguien… ¿Quieres pasar? ¿Y quedarte? Es un todo o nada, recuerda… Cielo o infierno.


Juegos de palabras, que quizás (sólo quizás) turben, impulsen, emocionen, conmuevan o al menos muevan. No hay límites en el teatrillo. Todas las marionetas se muestran desnudas. Pasen, vean y participen si es que se quieren arriesgar. El miedo se queda fuera. Si me quieres y te atreves, sígueme. Mi mano no va a soltar ningún hilo aunque le corten los dedos. Decirte que… aquí está, aquí sigue, Ana Blasfuemia, la titiritera.

(©AnaBlasfuemia)



jueves, 1 de enero de 2015

La orilla del mar (Véronique Olmi)

Título original: Bord de mer
Traductor: José Luis Sánchez-Silva
Páginas: 112
Publicación: 2001 (2002)
Editorial: Lengua de Trapo
ISBN: 9788489618978
Sinopsis: Ella vive sola con sus dos hijos de 9 y 5 años y por primera vez los lleva de vacaciones. Van a ver el mar en lo que debería ser una escapada festiva. Nada más normal. Sólo que no están de vacaciones y no tienen ni un céntimo. Sólo que es invierno y llueve continuamente. Sólo que los niños están desconcertados y quieren volver a casa. ¿Qué hacen pues en el hotel más miserable de una ciudad inhóspita? ¿Qué esperan de ese mar ingrato? ¿Por qué acechan los sueños de los demás? Todo se va resquebrajando mientras aparece el caos interior de una madre incapaz de enfrentarse a la realidad. De cualquier modo, mañana ya nada tendrá importancia.

A veces la felicidad depende de bien poco, algo de calor después de la lluvia y parece que la vida te sonríe

Me cuesta leer últimamente porque todo lo que leo parece decirme algo a mí, a Ana. No a la lectora, sino a la persona. Como siempre, en definitiva. Pero ahora más. Y esto es lo que me ha dicho este libro y esto es lo que os cuento.

Esa soy yo, cuando me siento sola creo que la gente desaparece.

Brutal.

No me voy a andar con rodeos: Una lectura tan cruel como bella.

Por dios, qué libro más angustioso, qué desazón, qué tristeza, qué bien descrito y qué bien escrito todo. Cálmate Ana, serénate un poco. Intenta explicar por qué con este libro te desangras y, sin embargo, es necesario leerlo.

Si además está claro. Lees la sinopsis y ya sabes qué te va a contar. No hay engaños. No esperas otra cosa que lo que lees. Lo que no esperas es el cómo. Cómo vas leyendo cada página, una, otra, una detrás de otra, se te encogen las tripas, gimes leyendo y, sin embargo, no paras. Te desangras en cada página, una sangre blanca, la sangre del alma, que se va extendiendo a tus pies y que al finalizar la lectura está toda fuera de tu cuerpo. Negro por dentro, blanco por fuera. Sin sangre en el cuerpo. Sin la sangre del alma.

El pensamiento es un mal bicho, a veces preferiría ser un perro. Seguro que los perros nunca se preguntan cuál es su sitio ni a quién tienen que seguir.

Véronique Olmi ha escrito este libro con una sensibilidad tan precisa como sobrecogedora, una ternura intensa y cruel. Como es la vida. Como es la verdad. Intensa. Cruel. La vida y sus caras. Y Olmi nos muestra una de ellas, una cara que nos cuesta ver, que nos duele ver. Y lo cuenta de una forma fascinante. No es que te de una bofetada, es que te da una hostia en toda la cara y encima le das las gracias. Por abrirte los ojos, por crecerte la mirada. Porque nunca me había pasado que terminara de leer un libro y la lluvia me empapara de esta manera, calada hasta los huesos, todas mis entrañas sumergidas en lluvia, el pelo empapado, el frío húmedo en los dedos, lluvia en los ojos. Arrasada (que parece un estado natural en mí últimamente).

Así es como hubiera debido pasar el resto de mis días, en la cama con mis hijos, mirando el mundo como se mira la tele: de lejos, sin ensuciarse, con el mando a distancia en la mano, lo hubiéramos apagado a la primera putada.

Véronique Olmi apunta directamente al centro de la verdad. Quita capas de una cebolla que nos mantiene fuera, cómodamente fuera, y nos mete en el centro del alma de una madre. Y nos cuenta su verdad. Esa verdad que nos angustia y no queremos mirar. Y nos removemos inquietos durante la lectura, viendo venir la dentellada y a la vez sin resistirse a ella.

Hay que leer este libro porque nos señala con el dedo. Precisamente por eso. Te señala con el dedo justo cuando corres presta a mirar a otro lado, alegremente, después de que tú hayas señalado con el dedo y soltado sentencia. Entonces viene Véronique Olmi, retuerce tu dedo y mete el suyo en tu ojo. Te lo abre y dice ¡mira!.

No juzgar, JAMÁS, a una madre.
Hay frases mágicas.

viernes, 19 de diciembre de 2014

84, Charing Cross Road (Helene Hanff)

Título original: 84, Charing Cross Road
Traductor: Javier Calzada
Páginas: 128
Publicación: 1970 (2002)
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433969828
Sinopsis: En octubre de 1949, Helene Hanff, una joven escritora desconocida, envía una carta desde Nueva York a Marks & Co, la librería situada en el 84 de Charing Cross Road, en Londres. Apasionada, maniática, extravagante y muchas veces sin un duro, la señorita Hanff le reclama al librero Frank Doel volúmenes poco menos que inencontrables que apaciguarán su insaciable sed de descubrimiento. Veinte años más tarde, continúan escribiéndose, y la familiaridad se ha convertido en una intimidad casi amorosa. Esta correspondencia excéntrica y llena de encanto es una pequeña joya que evoca, con infinita delicadeza, el lugar que ocupan en nuestra vida los libros... y las librerías.

Este debiera ser el comentario de una lectura conjunta. Entiéndase por lectura conjunta el leer exactamente a la vez. Dos personas que aman los libros y que leen, sienten y viven igual.

¿Empezamos?
¿Hasta qué página?
¿La 42?
Vale, perfecto.

Y así todas las páginas. En tres días. A la vez. Lectura conjunta. Con. Junto a.

Así fue leído este libro. Así nos encontramos a una Helene que nos enamoró con su fuerza, su vitalidad, su inteligencia, su soltarlo todo así… brrrruuuummmm… Y con un Frank al que nos parecía que le faltaba un hervor, tan contenido y reservado. Tan distintos ambos, tan iguales en su amor por los libros.

Y así, de la mano y sin soltarnos, fuimos leyendo esta historia de amor (amor a los libros, amor a las personas), de amistades sólidas, de personas que se encuentran sin encontrarse, de afectos llenos de ternura. Poco a poco Frank se va haciendo querer. Constatamos que, bendita sea, ahora las distancias se acortan gracias a las nuevas tecnologías. O eso pensábamos en ese momento, que las distancias son más cortas…

Pero no son las distancias, son los afectos. El cariño, el amor. Que sea a la vez, como un baile acompasado, da igual que el ritmo cambie, los pasos siempre van a la vez…. Eso es lo que se carga las distancias. No los correos, ni los aviones ni los trenes ni los barcos ni toda la tecnología actual… Es que sea a la vez. Al mismo paso. No uno delante y otro detrás. Sino a la vez, ella vehemente, él prudente. Dos formas distintas, un amor común (los libros), el mismo caminar milimétrico.

Helene y Frank van de la mano, aunque parecen ir con tiempos distintos. Ella impetuosa, irónica, rápida, directa, sin filtros. Él despacio, frío incluso, sin perder el norte, comedido, ¡¡los libros, los libros!!…. Parecían dos pasos distintos. Y no lo eran. Eran el mismo. Y en ese encuentro mágico en torno a los libros se van sumando personas (eso sí que es sumar): la propia mujer de Frank, sus compañeros de trabajo… 20 años de intercambio epistolar sin llegar a tocarse… ¡¡20 años!!

¿Quieres leer un rato conmigo?
Claro. Página 82.
Hasta el final.
Hasta el final.
(mierda)
Me he quedado de una pieza
Terminamos?
Sí.

Todo encaja, lees… leemos… y de repente… nos quedamos sin aire. A la vez. Allí y aquí. ¡No puede ser!. (No nos pasará, no nos pasará…). La fragilidad de las cosas. Todo parece sólido, atado, indestructible. Y se nos olvida que todo es quebradizo. Un instante y, zas, todo cambia. Todo acaba y todo empieza en un instante. La vida es impredecible. La solidez de lo aparentemente nimio y la fragilidad del… ser.

Es curioso. Creo que la grandeza de este libro está en lo que pone el lector de su parte. En la ternura de lo que no se ve en las palabras escritas. En lo que nos llega de esa relación sin verla, sin leerla en verdad. Es el calorcito por dentro de las relaciones bellas entre las personas, que intuimos, que sentimos. Esa calidez. El encuentro de almas. El amor por los libros.

Luego, la vida, pone lo suyo. O lo quita.

Cuando Helene finalmente pudo viajar a Inglaterra la librería de Frank ya había cerrado. El encuentro con la familia de Frank parece que fue bastante decepcionante, según transmite una de las hijas de Frank y la propia Helene. Qué triste, la cálida amistad no perseveró lo suficiente…

El libro es hermoso. La lectura conjunta lo hizo aún más hermoso si cabe.

Luego, la vida…

Este es el último libro que leí. Hace semanas. No he vuelto a leer. Sólo poesía, ensayos, cosas sueltas. Sobre todo mucha poesía, ese lugar de la literatura al que se llega y se vuelve con el alma desnuda. Y como estoy así, con el alma desnuda, es por lo que este blog también lo está.

Decirte que... ¡¡los libros, los libros!!

(©AnaBlasfuemia)


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domingo, 30 de noviembre de 2014

Reto de Escritoras Únicas: Zelda Fitzgerald


Zelda Fitzgerald (Montgomery, Alabama, Estados Unidos, 1900 - 1948)… ¿Quién es Zelda? ¿Qué hace aquí?. Zelda Fitzgerald, nacida Zelda Sayre fue una escritora estadounidense. ¿Escritora? ¡Pero si sólo escribió un libro, Ana!. Pues yo digo que un libro ya hace a una escritora. Incluso ninguno. Pero como Zelda escribió uno, opté por incluirla en la lista de Escritoras Únicas. Una escritora única que escribió un único libro.

Que no se me olvide deciros que fue esposa y musa de Francis Scott Fitzgerald, escritor que espero sea más conocido por los visitantes de este blog. Relación que, inevitablemente, marcó su vida. La de ambos.

Zelda fue una mujer única también, moderna y adelantada a su tiempo, a sus tiempos, vivió y reivindicó la vida desenfadada de los años 20: fiestas, bailes, alcohol, literatura, jazz, viajes, pintar, creatividad… Una vida vivida a tope, cada día una aventura. Sin freno. No fue él el infiel. Fue ella. ¿Infidelidad? Cuántas cosas se podrían decir de lo que significa ser fiel o infiel. En cualquier caso, sería el amante quien deja a Zelda y Scott Fitzgerald el que la acoge de nuevo, disculpándola. Y retoman su ritmo frenético de fiestas, peleas, escándalos, alcohol…
Zelda era una mujer llena de energía, energía que necesitaba ser liberada y vivida. Y eso hace: vivir al día, como si no hubiera mañana. No lo hay. No hay futuro. Con 30 años sufre una depresión. Más tarde, le diagnosticarían esquizofrenia. Tuvo dos intentos de suicidio: el primero cuando la abandona su amante. El segundo cuando, celosa de la estrecha relación entre Scott y Hemingway, acusa a su marido de homosexual y de tener el pene pequeño… Scott se acuesta con una prostituta para demostrar lo hombre que es y Zelda se tira por unas escaleras (no se rompe nada, el corazón ya lo llevaba roto).

La depresión de Zelda cada vez es más grande, comienza a ingresar en psiquiátricos. Le diagnostican esquizofrenia. Curiosamente la enfermedad y los sucesivos ingresos despiertan su creatividad. Escribe Resérvame el vals, el único libro que escribió. Algo que no sentó nada bien a Scott Fitzgerald, porque el libro de Zelda (autobiográfico) contiene mucho material del que él estaba usando para escribir Suave es la noche. Scott la obliga a eliminar capítulos y la ayuda a reescribirlo. Aunque, digo yo, si ambas novelas eran autobiográficas y hablaba de ellos ¿no es normal que hablaran de lo mismo?. Pues no lo sé. Habrá que leer ambos libros para saber. En cualquier caso, una vez que Scott dio el visto bueno a la novela de Zelda, él mismo escribiría a su editor: “Aquí está la novela de Zelda. Ahora es una buena novela, quizá una muy buena novela. Tiene los defectos y las virtudes de una primera novela… Se trata de algo absolutamente nuevo.

Scott y Zelda seguirían teniendo encuentros y desencuentros. Ella intentaría volver a pintar. Entra y sale de psiquiátricos. Entra y sale de la vida de Scott. En 1940 fallece Scott, víctima de un infarto. Zelda no acudirá a su entierro. Sus ataques e ingresos a los psiquiátricos cada vez son más frecuentes. En 1948 en el hospital psiquiátrico en el que está ingresada se produce un incendio. Fallecieron 9 personas, Zelda era una de ellas.

Y como diría mi madre: así se escribe la historia.

Con Zelda Fitzgerald termina mi lista del Reto de Escritoras Únicas. Todas ellas mujeres, escritoras y únicas. Para mí ha sido un lujo y un placer conocer más a alguna de ellas y mejor a otras que ya conocía. Cualquiera de las 30 escritoras en total (de las tres listas), todas, deben de ocupar un lugar en nuestras estanterías.

Nota: Tengo el blog ligeramente en standby. Y, os habréis dado cuenta (o lo mismo no…), que no visito vuestros blogs ni, por tanto, os comento. Iré retomando poco a poco. Ahora las manecillas del reloj son de plastilina y el tiempo tiene otro compás. Volveré. A ritmo de plastilina.