martes, 9 de julio de 2019

El dolor (Marguerite Duras)


Fuera de esta espera, ya no hay existencia
Qué dolor tan espeso y denso esta espera de Duras. Un dolor de una profundidad insondable, inhumana, que provoca un desmoronamiento anímico y físico casi suicida. “El dolor” trata de la espera y del modo en que Duras atrapa esa espera con las palabras. Una espera que es desesperación oblicua. Que es miedo. Que es movimiento.
Espera a su marido. Ya no lo ama. Pero elije la espera. Una espera brutal, insoportable, que desordena el pensamiento, el cuerpo, el tiempo, la conciencia y hasta el espacio. El espacio de una ausencia con una presencia constante. El espacio que ocupa el dolor, donde no hay aire para respirar.
No es un diario. Es literatura, también vanidad. Una amalgama de sus experiencias y sus ficciones. Todo es posible, lo normal y lo inesperado, lo ordinario y lo extraordinario. Es la guerra, es el final de la guerra que no acaba cuando se dice que se acaba. El odio y el resentimiento desdibujan la frontera con el amor, todo se amalgama en una masa llena de tajos hirientes como agujas clavadas en la retina.
Una lectura incómoda porque Duras no esconde nada, porque el dolor desagrada, el propio y el ajeno. Un dolor elegido, una espera elegida, fuera de ella ya no hay existencia posible. Solo queda el sufrimiento, nada más. El dolor.
No, insisto, “El dolor” no es un diario, es un conjunto de textos en los que se produce un desplazamiento, un movimiento, no sólo de la primera a la tercera persona, sino también desde la autenticidad más íntima hasta la argucia literaria, audaz y renovadora, tan propia de esta escritora.
Marguerite Duras, esa autora que escribía desde sus llagas y vivencias, que no escribió sobre nada que le fuera ajeno, que aulló en cada palabra. Que no escribió, sino que se escribió. Desesperada, sublime y encantadora.

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