jueves, 25 de julio de 2019

El reino de las mujeres (Antón Chéjov)


Quiero un amor tan delicado e inmaterial como un rayo de sol
Anna, la protagonista de “El reino de las mujeres”, se siente en tierra de nadie. Ni de aquí ni de allá. Ni de arriba ni de abajo. Ni de los ricos ni de los pobres. No importa que suba y baje escaleras, es irrelevante, no encuentra lugar ni siente que pertenece a nada ni a nadie, todo le aburre y le resulta ajeno porque, ay, si no hay amor, no hay vida. La mujer de final del siglo XIX si no ama y es amada, es un ser incompleto. Anna cree que es una persona inferior y vacía porque únicamente el amor de un hombre dará paz y sentido a su vida.
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A estas alturas no voy a descubrir a Chéjov, un maestro en el relato corto, un valor seguro para cualquier lector. Nunca decepciona, nunca aburre. Artista del realismo narrativo, personifica la sutileza detrás de lo sencillo y habla de lo común sin necesidad de deformarlo ni de ser desmesurado. Un estilo literario nada forzado ni distorsionado, suficiente para sugerir el evidente conflicto y patetismo de Anna.
Con una narrativa mundana y un tono controlado y deliberadamente medido, con Anna en el centro de gravedad, Chéjov ejerce de testigo (que no de juez) y deja al lector el resto. Porque es para el lector, y no para sí mismo, para quien escribía Chéjov. Su habilidad para mostrar lo que apenas parece un boceto, un instante común y cotidiano y hacer de ello algo trascendente y relevante está al alcance de muy pocos.
Los relatos de Chéjov son siempre un espacio inquietante dentro de la zona de confort lectora, hablando de lo complicado desde lo sencillo. En eso Chéjov, y perdonarme el exabrupto, es el puto amo. En “El reino de las mujeres” muestra lo ordinario sin adornos, renunciando al artificio pero no a mostrar las contradicciones y la complejidad del ser humano.
No esperéis tramas ni finales. Imaginaros a Chéjov como un fotógrafo captando una escena de lo más común y corriente. Miráis esa fotografía, una escena más, aparentemente anodina… y sin embargo intuís que hay algo extraordinario, profundo y complejo en ella. Eso es Chéjov, su mirada y su manera de mostrar la realidad.

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