martes, 16 de julio de 2019

Un domingo en el campo (Pierre Bost)


Aquel sol como un líquido o un polvo, que no se comía los colores, no, es mentira lo que dicen, sino que los volvía vivos, plenos, a punto de estallar, como si cada uno fuera una pequeña criatura que solicitaba caricias, o una palabra que había que comprender
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Una de las cosas que más me agobia en Instagram es la urgencia por la novedad (hablo de libros, claro). Miento, lo que me agobia es la rapidez con la que luego la novedad deja de existir. La vida efímera de los libros. Se nos olvida su perdurabilidad, que siguen ahí, que no por no ser ya novedad deja de ser un libro para ser leído. Y, así, libros magníficos quedan en el limbo, sepultados por novedades, muchas de la cuales tienen una calidad, no voy a decir dudosa (que también), pero sí ligada al único valor de ser novedad.
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Todo esto viene por esas pequeñas joyas que pasan desapercibidas y que, sin embargo, leerlas son un regalo sanador, curativo, que apaciguan y calman. “Un domingo en el campo” es uno de esos libros.
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Qué magnifica radiografía del transcurrir interno, de las distintas realidades y puntos de vista de un mismo hecho o situación. Qué realismo más bello. Qué verdad más verdadera. Que delicia más divertida y tierna. Cuánta resignación ante la inevitabilidad de la muerte que, a más cercana está, más lejos está la estación de tren. Esa lentitud inevitable, pero también consciente, del final de una vida.
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Ingeniosa, irónica y fresca, esta novela es un retrato de las relaciones familiares (también de la vida) con un encanto agridulce, feroz y sensible. La grandeza de los pequeños gestos que no esperan recompensa. ¿Sabéis del valor de esos gestos?

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