domingo, 30 de junio de 2019

El nombre en la punta de la lengua (Pascal Quignard)


He escrito para sobrevivir. He escrito porque era la única manera de hablar callándose

Leo a Quignard para sobrevivir. Leo a Quignard porque es la única manera que tengo de que el silencio hable por mí.

Descifrar el lenguaje a partir de su fracaso. Aprendes palabras, las retienes, las olvidas con una constancia inevitable, las vuelves a rescatar. Encontrar la palabra correcta en la que lenguaje, vida y mundo coinciden, “toda palabra recuperada es una maravilla
El silencio empujando las palabras que están al acecho, rescatarlas del olvido que somos, ser memoria que elige y no memoria que almacena. La poesía de encontrar las palabras extraviadas pulverizando el silencio y nombrando la palabra ausente. No más crispación.

El desbordamiento de leer a Quignard me ayuda a entender el nombre de algunas cosas, dando nuevos significados al misterio de la vida. Extraviarse en él es una liturgia de silencio y soledad, de arrebato y admiración. Con la misma precisión que aquello que me obsesiona, las palabras de Quignard remontan a través de mí y se despliegan como una mano amiga.

Quignard escribe, callándose, para ir más allá de las palabras, para crear lenguaje y hurgar en él. Porque es desde su fracaso que nos damos cuenta que no poseemos el lenguaje, que no es tan inherente al ser humano como creemos. El lenguaje nos puede abandonar, lo hace cada día que se queda el nombre en la punta de la lengua.

Si Quignard no existiera habría que inventarlo. Me gusta ser invadida por su existencia porque me recuerda que la lectura no es una experiencia tranquila.
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Eximirse del lenguaje, no ser ya uno mismo, no pensar, no desear, eso es el nirvana

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