martes, 20 de mayo de 2025

El dedo en la boca (Fleur Jaeggy)


Si conviene callar lo que no se puede decir, entonces se puede también olvidar

¡Quieto parado todo el mundo! Que se pare el movimiento, los ruidos y sonidos, el bullicio, la agitación, las prisas y casi que hasta la respiración. Necesitamos toda la concentración posible, Jaeggy precisa de atención minuciosa, actitud atenta y reflexiva, ambiente de meditación profunda. Exclusividad. Todos los sentidos en alerta, focalizados en su lectura. Sí, Jaeggy, y este libro requieren de un esfuerzo notable por parte del lector, esto es así.


Si tuviera que concretar qué es “El dedo en la boca” diría que es sobre todo una atmósfera,  cerrada, densa y polifacética. No es una atmósfera emocional, porque la narrativa de Jaeggy no es sentimental, es una atmósfera mental. Y es esencial abordar la lectura desde ahí (al menos a mí me ayudó), con la evidencia de que nos vamos a adentrar en la mente de Lung (una joven de 20 años ingresada en una clínica que mantiene la costumbre infantil de meterse el dedo en la boca). Y la mente de Lung es una mente fragmentada, disociada, enigmática y sin un hilo conductor al que nos podamos agarrar. No nos queda otra que zambullirnos en su mente e intentar aferrarnos a ella sabiendo que es una mente distorsionada, alejada de una realidad que nos sirva de referencia.


Nada más empezar (no hay un momento de respiro ni un aflojar la multitud de simbolismos y señales e indicios, no hay nada gratuito en ningún momento) te percatas de que Lung alterna entre la primera y la tercera persona: un reflejo de la mente de Lung, una escisión evidente, una distancia del yo necesaria como estrategia de defensa. Este recurso es importante en la atmósfera que Jaeggy parece querer crear: una atmósfera onírica, delirante y claustrofóbica (la mente no deja de ser un espacio cerrado). La mente de Jung es un espejo roto en mil fragmentos que le impiden tener una imagen completa de sí misma.


He tenido que avanzar en esta lectura muy despacio, alerta a cada detalle. Ya en las primeras páginas aparecía en la mente de Lung un tren que me costó comprender qué significaba, hasta que me percaté que es un estado mental más de Lung, un espacio de introspección en el que no hay interacciones, una especie de fuga sin movimiento en la que todo queda suspendido para permitir a nuestra protagonista explorarse. El tren como viaje interior.


Será a su médico, un personaje silencioso que escucha, a quien cuente el primer relato, “Un petit vice contrarié”. Un relato dentro del relato en el que destaca un nuevo registro narrativo, ya no se trata de una narrativa fragmentada y alucinatoria, sino una narrativa más reconocible (pero igualmente espesa, oscura e intrincada) que consigue inquietar más por lo que sugiere que por lo que muestra. Este cambio de registro narrativo nuevamente parece un recurso de la mente de Lung para distanciarse de sus experiencias traumáticas y es continuamente utilizado en “El dedo en la boca”, lo que nos sirve también como clave para desentrañar a nuestra protagonista.


Como dije, nada en “El dedo en la boca” es casual ni anecdótico. Se trata de reseguir lo inconexo, el inconsciente, la mente quebrada, la cronología del trauma y la identidad confusa.


Y en ese mapa que intentamos (inútilmente) trazar de la mente de Lung seguimos atravesando simbolismos, como cuando habla de Armance, que parece ser una amiga a la que recuerda o  una compañera de la clínica. El nombre no es casual: “Armance” es una novela de Stendhal (que es mencionado por Lung) que nos ayuda a entender más a Lung. Armance es descrita (como todos los personajes del libro) de forma inconexa, desdibujada, trazos inconexos y velados que no nos ayudan a formar una imagen completa de ella. No sabemos si Armance es una confidente, una amiga o una rival, alguien de quien quiere alejarse o tal vez parecerse. Todo es velado. Pero Stendhal es la clave. No es Armance (a quien -en el libro de Stendhal- Octave, un hombre torturado, ama profundamente), sino Octave con quien Lung parece identificarse más (la mención al calendario nuevamente no es casual): Octave que llega a tachar los días del calendario, explicando su decisión sin necesidad de explicarla. La soledad de Octave, su desesperación, sus gestos mínimos, los deseos reprimidos, la imposibilidad de una comunicación plena…


La escena de “Fagocitación” en la que Lung se “encuentra” con una niña en un tranvía es devastadora e inquietante. La niña, que está llorando, no es vista por Lung hasta que la niña le muerde la mano. No es una niña inocente, parece acusar de algo a Lung (“¿Y si un ser no puede ya ejecutar su propio gesto irremediable?”). No consigo descifrar si es la niña que Lung fue a lo que no llegó a ser, en cualquier caso la niña tiene una seguridad y una fortaleza que Lung claramente no tiene.


Esta parte del libro, “Fagocitación”, es realmente increíble. Lung menciona a la niña, a su tío Jochim (a quien también se refiere como “padre”) y a su madre Marween. Dos personajes (Jochim y Marween) que han dejado en Lung una huella permanente, el uno por una proximidad invasiva y la otra por lo contrario, una indiferencia gélida, tal vez alguien “defectuoso”. Y la niña fagocitada, absorbida por esas dos figuras que la dejan sin un espacio propio. Esa niña que mira fijamente a Lung. Esta parte de “Fagocitación” es especialmente densa, pese a sus pocas páginas está llena de todo aquello que construye (o destruye) un yo patológico, lo que no se dice ni se comprende.


Reconozco que a estas alturas de mi lectura ya estaba agotada y consciente de que Jaeggy es un “ochomil” literario, pero ¿sabéis cuando una se pone cabezota y aunque esté sin aliento ni oxígeno sigue ascendiendo? Pues así yo. No es fácil, porque Lung no exterioriza sino que interioriza, se devora a sí misma sumergiéndose en su interior. Ahí, dentro de su cuerpo y su mente está todo. Cerrado al exterior porque Lung percibe que los afectos son contagiosos, infecciosos, vive los vínculos como una amenaza.


Otra figura inquietante (no hay nada que no lo sea en este libro) es la de “Neutral” que no queda claro si es un personaje real en la vida de Lung (tal vez un compañero) o una proyección de ella misma o de alguno de sus estados mentales. Lo inquietante de “Neutral” es que representa el vacío más absoluto, ese en el que ni se siente ni se padece ni se vive. No hay emociones, no hay pertenencia, no hay “contagio”, no hay empatía, no hay inquietud ni heridas. No hay nada, calma chicha. A mí me resulta amenazante, la verdad.


A partir de ahí el texto se me hace realmente cuesta arriba; en esa disolución del yo por la que avanza Lung ya me quedan pocos recursos mentales y poca energía para avanzar entre tanta, tantísima, simbología. Me recupero un poco al final, después de las pistas que me da el relato “La mona albina”, con la aparición de Nathan (¿otra proyección del yo fragmentado de Lung?). Un Nathan al que Lung estaría dispuesta a eliminar si llegara a los 30 años (“Su ausencia tal vez implicaría un vacío”) y tal vez eliminar también a esas otras figuras decisivas en la vida de Lung: Joachin, Marween, Armance…


El último texto, titulado “Diálogos para el final del libro” me recomponen ligeramente, lo suficiente como para finalizar con cierta dignidad personal. Es, realmente, un diálogo entre Lung y Nathan. No un diálogo habitual, claro:


L. Hablo por hablar.

N. Tú hablas sólo para hacer.

L. Pero hacer es una manera de decir.


Intuyo (ya al borde de la extenuación) que este diálogo final es un compendio de muchos de los temas abordados hasta ahora: el exceso de experiencias internas, los “contagios”, la disociación, la consciencia versus la inconsciencia, el aislamiento mental, la saturación, la inutilidad del habla, la voz fragmentada, los silencios y gestos que alteran el mundo interior… La inactividad.


Y hasta aquí mi lectura de “El dedo en la boca”, la primera novela que escribió Jaeggy. Y que NO recomiendo como lectura para empezar a acercarse a esta lectora. Es un libro muy para fans de Jaeggy y aún así supone un esfuerzo que si no llega a ser por la brevedad (86 páginas) hubiera sido casi imposible de llegar al final porque es tan fascinante como agotador (e incomprensible en ocasiones). Y la fascinación en este caso es provocada por la escritura de Jaeggy aunque se sostiene por la brevedad. Pero que estoy rendida a esta autora, sí, lo digo.


Gracias, Fleur Jaeggy.


©AnaBlasfuemia


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