“Hoy y ayer, ahora y mañana, antes y después existen solo en el cerebro, voluble prepotente que pone el antes aquí y el después allá”
Magris y Trieste. Magris y el mar. Magris y el tiempo. Magris y la nostalgia, tal vez también el desencanto. Magris fronterizo, como su ciudad (Trieste) y el mar y la vida y el crepúsculo.
“Tiempo curvo en Krems” está compuesto de cinco relatos. Cinco relatos y cinco protagonistas también fronterizos, si entendemos lo crepuscular como la frontera entre el día y la noche, la noche y el día, cuando la luz del sol se expande en todas las direcciones y los contornos son más nítidos gracias a esa luz irradiada desde un único punto, una fuente lumínica poderosa que nos regala una breve pero intensa iluminación que permite ver contornos y estrellas.
Es curioso que se haya aceptado la expresión “el crepúsculo de la vida” para referirse a la edad de la senectud, tomando como referencia el crepúsculo vespertino y no al matutino. Un apagarse la luz después de ese canto del cisne que es un crepúsculo. El ocaso de la vida. El final sentido como algo no sólo inevitable, sino también cercano; la desaparición más o menos inminente, atisbada en el horizonte cuanto menos.
En cualquier caso, el crepúsculo siempre es un período de tránsito. Como lo es Trieste, ciudad fronteriza y, por tanto, de tránsito, un cruce de caminos. Al igual que lo son los protagonistas de “Tiempo curvo en Krems”, todos ellos en el “crepúsculo de la vida”, gestionando esa frontera, ese momento vital en el que has vivido más de lo que vas a vivir. La etapa en la que estaba (y sigue estando, afortunadamente) Magris cuando escribió estos relatos.
Parece inevitable que en esa etapa de la vida se haga un balance, una especie de peregrinación por los recuerdos, a los que observas, valoras, cuestionas y tal vez se llegue a algún tipo de pacto con ellos. Igual de inevitable que enfrentarse a la fragilidad y convertirla en vulnerabilidad, alcanzando un equilibrio estable en el que se pueda asentar la memoria y enfrentarse a la vida que te quede por vivir sin culpa, sin cuentas pendientes (sobre todo con uno mismo) y con la serenidad que te permita disfrutar de lo grande en lo pequeño.
El relato que da nombre al libro (“Tiempo curvo en Krems”) sirve también de frontera entre los relatos restantes, dos previos y dos posteriores. No parece casualidad. Todos los relatos tienen vasos comunicantes que los atraviesan: Trieste, el crepúsculo, el mar (inmenso, extremo, casi amenazante). Y el tiempo.
“No es verdad que se vaya a abolir el tiempo, como promete o amenaza el Apocalipsis hablando del futuro -un tiempo del verbo, no la abolición del tiempo, sino un proliferar, mezclarse, contradecirse de todos los tiempos posibles copresentes-; la vida, o la muerte, es una mota de polvo vertiginosa”
Tiempo y causalidad. Cuestionarse el espacio-tiempo. ¿Lo que fue sigue siendo? El antes y el después. Tiempo circular, tiempo lineal, tiempo curvo, tiempo desordenado. Tiempo subjetivo, tiempo emocional, tiempo involuntario. ¿Quién llega a comprender la vida, la memoria, los recuerdos, el tiempo? Al final nos narramos a posteriori, con lo cual dejamos un resquicio inevitable a la ficción, al tiempo curvo y a la memoria curva.
Hay que habitar el tiempo, no el cronológico ni el biológico, sino el tiempo intangible, el de las experiencias, las emociones y los recuerdos. Habitar ese tiempo curvado como un río, nunca lineal, curvas inquebrantables desde las que replantearnos nuestra relación con el tiempo, la identidad y la memoria.
Siempre suma leer a Claudio Magris, que convierte su erudición en un anzuelo para capturar el interés, la curiosidad, el aprendizaje y la reflexión del lector (al menos de esta lectora). Hay en Magris una profundidad emocional e intelectual que siempre es una recompensa. Heridos pero no derrotados, así es el crepúsculo.
“La verdad siempre es algo mentirosa”
Gracias, Magris.
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