miércoles, 7 de mayo de 2025

Réquiem por un campesino español (Ramón J. Sender)

Mosén Millán no conocía el vicio de la ingratitud”


Claro que no, Mosén Millán no era ingrato, ¡cómo iba a tener el vicio ese, podió!. El problema era a quién o a qué le debía gratitud: al poder, al dinero, a la jerarquía.Y así es cómo una virtud se convierte, ya no en vicio, sino en iniquidad.


Si hay un réquiem entonces hay un difunto por medio, hay una misa y hay un cura. Esta misa en concreto nadie la ha solicitado, ni siquiera los familiares del difunto. Es cosa del cura, Mosén Millán. El difunto era Paco el del Molino. Paco, así sin apellido, el del Molino. Paco, que ni tenía apellidos ni amistad con las familias pudientes de la aldea. Tres eran las familias pudientes. Pudientes: que tienen poder y riqueza (y tierras, aunque no papeles que lo demuestren). Tenía amistad, eso sí, con el resto de la aldea. 


El cura espera, espera rezando, a que familiares y amigos acudan al réquiem. El monaguillo recuerda bien a Paco: lo vio morir. Y recuerda que Paco no lloraba. Mosén Millán no solo recuerda la muerte de Paco. También recuerda su bautizo, su comunión, su boda. 


Mientras espera y reza el cura no comprende que nadie acuda ¡pero si todo el mundo quería a Paco! Bueno, tal vez don Gumersindo, don Valeriano y el señor Cástulo Pérez no le querían tanto. Oye, que casualidad: las tres familias “pudientes”.


El cura espera, reza y recuerda. Se querían, el Paco y el cura. De niño Paco hasta se sentía seguro a su lado. Pero Paco empieza a hacerse preguntas. Preguntas lógicas, inocentes, piadosas, sobre la pobreza (porque los aldeanos eran pobres, pero los que vivían en las cuevas lo eran aún más) y los arrendamientos de pastos. Preguntas sanas, justas, bondadosas, humanas. Y entonces ya no se siente tan protegido por el cura, no lo admiraba ya tanto. Hay una quiebra de confianza ahí, porque ¿qué tiene que decir nuestro cura sobre todo esto? Que por algo serán pobres, que hay desgracias peores que la pobreza, que si Dios permite la pobreza y el dolor será por algo. Por algo será, claro.


Había oído decir que aquellos señoritos de la ciudad iban a matar a todos los que habían votado en contra del rey


En fin, sucede lo que ya es historia de España. Y a Mosén Millán no le preocupa que maten a campesinos, a mujeres (“Como el médico estaba encarcelado, no era fácil que se curaran todas”), que dejen sus cadáveres en las cunetas, que las ejecuciones se produzcan siempre de noche… No, a este cura lo que le preocupa es que los maten sin darles tiempo para confesar. En cuanto “consienten” que les de la extremaunción ya le debe parecer suficiente… A mí todo esto me suena a lo que Arendt llamaba “la banalidad del mal”.


Paco se esconde. ¡Cómo se le ocurre suprimir los bienes de señorío, que los montes sean de todos y no se pague por ellos, que el arriendo de pastos vaya al municipio y mejore la vida de los aldeanos!. Así que ahora los señoritos de la ciudad buscan a Paco. Y Paco tiene que esconderse, no queda otra. Y recordemos quelos curas no mienten ni engañan y además tienen la virtud de la gratitud. Gratitud a quienes le regalaron una verja de hierro de forja para la capilla, a quienes le pagaban las reparaciones de la bóveda del templo (¡hasta dos veces!, cuánta generosidad, calderilla de rico)


Mosén Millán descubre el escondite de Paco y le promete que lo llevarían a un tribunal y lo juzgarían (con justicia, se supone). Y Paco, qué inocente, se entrega (cuántas veces la inocencia es castigada). Conocía Mosés a Paco el del Molino de toda la vida: le bautizó, le dio la primera comunión, le casó… Solo le faltaba algo: darle la extremaunción. 


En el pecado llevas la penitencia, Mosén Millán. Ni un réquiem te librará de la culpa y los remordimientos por tu complicidad con las fuerzas del poder y tu pasividad ante la injusticia. No hay redención. No, no acudirán al réquiem exculpatorio quienes querían a Paco. Solo quienes le mataron.


En “Réquiem por un campesino español” no hay lirismo ni sutilezas literarias. Es una narrativa llana, simple, sobria y directa. Una narrativa que relata casi de forma esquemática, con la fuerza y contundencia del realismo no carente de toda una profunda simbología, una alegoría en toda regla que resiste el paso de los años y las relecturas.


Gracias, Ramón J. Sender.


©AnaBlasfuemia

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