“No se muere de haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez. Se muere de “algo”. No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia cuestiona al mundo”
Somos seres mortales y esta es la única certeza de nuestra vida, y aún así la muerte la sentimos como “una violencia indebida”, una sacudida que siempre nos sorprende con una ferocidad inusitada.
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Simone de Beauvoir, una de las mentes más poderosas y brillantes del siglo XX, no se escapa de esa violencia perturbadora y excesiva que nos arrasa con el fallecimiento de un ser querido. En este libro nos relata la agonía de su madre durante las semanas que transcurren desde su hospitalización hasta el día que fallece. El título en sí mismo puede parecernos un oxímoron ¿cómo puede ser dulce la muerte? pero cuando la muerte se convierte en una dolorosa y agónica tarea tal vez sea más dulce de lo que la imaginamos.
Necesitaría más espacio del que ocupa el propio libro y del que me permite Instagram, y tal vez también más fuerzas de las que presumo tener, para explicaros porqué este libro es de lectura necesaria.
El tema es crudo. Pero es Simone de Beauvoir y consigue una distancia, yo diría que perfecta, para narrar esos momentos tan terribles. Una distancia honesta, ajena a la demagogia y al morbo; una distancia con espacio para describir lo que sucede más allá de lo que una siente, sin dejar de cuestionarse, de observar, de inquirir, de esforzarse en comprender a una madre con quien mantenía una relación conflictiva y llena de contradicciones. Una distancia digna, equilibrada, emocional pero también racional, con compasión pero sin autocompadecerse; una distancia asombrosa, cabal y también levemente asustada y sorprendida de sus propias emociones, pero sin sentimentalismo.
Simone no dulcifica la dura realidad que supone la enfermedad terrible de su madre. Es el poder de la literatura, la fuerza demoledora de la escritura, las palabras que sustentan todos los abismos, la única vía para comunicar experiencias demoledoras.
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"A mí también me devoraba un cáncer: el remordimiento”
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