“Los seres humanos no pueden relacionarse más allá de la rivalidad entre ganar y perder. A pesar de que colocan a sus esfuerzos etiquetas con nombres grandilocuentes, al final su objetivo es exclusivamente individual y, una vez logrado, de nuevo sólo queda el individuo”
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Luchar contra la depresión, la desesperanza, la melancolía, sentirse al margen, es una lucha íntima, silenciosa, incomprendida y siempre personal. También solitaria. No se suele hablar de esos vacíos, esas heridas que portamos no con orgullo, pero sí como algo irreparable. Es más fácil luchar contra algo si se puede comprender su funcionamiento.
Osamu Dazai hace un análisis introspectivo y muy revelador sobre un ser solitario, complejo, marginado por su propia naturaleza, incapaz de asumir la cotidiana hipocresía de una sociedad que le aterra.
Es una lectura incómoda, pese a que la prosa de Dazai es nítida, directa, despejada y muy controlada, muy bien medida. Se me hizo necesario transcender más allá de protagonista (Yozo, un alter ego de Dazai) para avanzar en la lectura, puesto que Yozo me fatigaba, como fatiga una jaula sellada o un laberinto sin salida. También de fondo estaba una misoginia que me repelía. Pero no puedo (ni debo) juzgar, he de leer con los ojos de Osamu y además es cierto que la incomprensión de Yozo no solo era respecto a las mujeres, sino respecto a la humanidad en general.
Es de una crudeza y una sinceridad casi inhumana, tal vez por ser la soledad tan humana. No hay final feliz, no hay luchas heroicas, ni un resurgir cual ave fénix, ni una festividad del ser humano. Es un libro descorazonador y, por tanto, necesario.
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