“A eso se reduce todo: a nada”
Parece demoledor que todo se reduzca a nada. Pero si tuviéramos la nítida conciencia de que todo se reduce a nada quizás viviríamos más de acuerdo con cómo y qué queremos vivir.
De un libro de relatos espero que sean microuniversos que comparten una atmósfera en común, una especie de sello personal o marca de la casa de quien los ha escrito. Y espero que los finales de cada relato no descompongan ese microuniverso creado, sino que los enriquezca sin romper la armonía creada.
Dos aspectos destacan en estos relatos: la sutileza narrativa de Berriault y el trato amable, cuidado y profundo de los personajes. Lo que hay entre líneas, ese espacio intermedio entre quienes somos y quienes queremos ser, lo que deseamos y lo que tenemos, la vida que queríamos y la que realmente vivimos (queriéndola o sin quererla), la necesidad de que nos vean tal y como sentimos que somos, la búsqueda de la identidad... En esa zona se desenvuelve Mujeres en la cama.
Detrás de esa amabilidad con la que Berriault construye sus personajes, está el enigma que somos cada persona, ese filo punzante que nos mantiene siempre alertas, incómodos, conscientes de que algo falta, algo falla, algún desierto que necesitamos poblar o quizás convertir en vergel y no sabemos cómo o quizás no sabemos dónde o quizás pensemos que es una alucinación, algo que no nos pertenece.
Y así, bajo una apariencia calma, fácil, transitas por los relatos sabiendo que hablan de raíces, de heridas, de vacíos e insatisfacciones, de secretos y silencios, de esos espacios en los que se dobla una esquina. Las crisis personales se contemplan como puntos de inflexión, esos momentos cruciales en los que pasamos de ser cóncavos a convexos o viceversa, en cualquier caso ya no volvemos a ser exactamente los mismos.
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