“Yo me preguntaba, pero olvidaba responder. Me soñé una vida, pero me olvidé de ser. Viajé alrededor del todo, pero me olvidé de partir: pues preso estaba aquí, en Aniara”
Nunca hasta ahora había leído nada igual a este libro. A esta joya hay que acercarse con delicadeza, tiempo, dedicación y respeto. Y, a ser posible, sabiendo qué tienes entre manos. No siempre la literatura de calidad, excepcional, ha de ser enigmática, compleja, hermética. Pero a veces lo es. Y aun así sabes que es de una belleza única, que entre sus páginas hay un brillo genuino, señero.
¿Cómo describir “Aniara”? Es ciencia ficción, es distopía, es poesía, es épica, es alegoría. Una parábola que sigue inquietando con el paso de los años. Una nave espacial que resulta perturbadora no sólo por su temática catastrofista (en realidad la catástrofe no es el desenlace sino el inicio de las reflexiones) sino porque ponernos en el epicentro de lo inimaginable (pero posible) siempre es angustioso.
Su narrativa, su lírica, es de un simbolismo críptico difícil de encasillar y de traducir a una estética narrativa reconocible. Inevitable que al trasladar este poema épico a otro idioma que no sea el original se pierda parte de su brillo y de ello tiene conciencia su traductora (Carmen Montes Cano) que decidió poner en prosa este poema llamado “Aniara”. Una decisión acertada, he de decir. Martinson crea un lenguaje pleno de significado, lo regenera, aunque con un barniz opaco y espinoso que, sin embargo, no hace más que dotar a “Aniara” de contundencia y de personalidad propia.
El lector de “Aniara”, al igual que la nave espacial eternamente perdida en el espacio, ha de encontrar su propio camino para transitar entre sus páginas y aceptar que hay dificultades intrincadas, casi irresolubles, cuando formas parte del problema.
Qué ínfima y pequeña se vuelve la perspectiva humana ante la infinidad del espacio.
“Efímera es la dicha: un premio fortuito y pasajero en días soleados. Lejos de la estupidez y la crueldad, brilla en los prados estivales la estrella del verano del amor, la flor del solsticio de verano. ¿No era esa la mejor razón para ser felices y buenos?”
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