“La penitencia se revelaba, finalmente, mucho más pesada que el pecado mismo. Y el espíritu, que ama las congruencias, se hallaba desconcertado. Lo verídico de la ficción flaqueaba allí donde imponía, al margen de toda verdad inteligible, la realidad en todo su horror. El poema no podía salvar a su poeta”
Ficción verídica o verdad ficcionada, “Hiere, negra espina” es un hermoso homenaje al amor sufriente y afligido, a las relaciones prohibidas, al poeta Georg Trakl y su hermana Gretl y a una relación incestuosa, un amor ilegal que no se juzga, sólo se expone y recrea desde el respeto y la admiración de Combet hacia Trakl.
Algunos libros piden ser leídos a la luz del atardecer, cuando el crepúsculo vespertino proyecta luces y sombras, una magia de colores saturados, iluminación imprecisa y contrastes definidos. Instantes del día que son suaves aleteos de belleza y ensoñación. Lecturas que necesitan, reclaman, una luz espléndida, única, que resplandezca y a la vez se desvanezca.
Cada día tiene su hora de belleza y justo ahí hay que leer “Hiere, negra espina”, en la semiconsciencia crepuscular donde espacio y tiempo se confunden y se crea un mundo propio, no atado a lo preestablecido. En el fulgor de un espacio inexplorado, en la ambigüedad de la luz peligrosa en la que algo se desata y se dirige no se sabe si hacia algo luminoso y silvestre o hacia una trampa mortal ávida de carnaza.
No es sólo la historia de la relación entre dos hermanos, es el lenguaje con el que se habla sobre el destino fatal y compartido, como un bello juguete que adquiere una forma tenebrosa una vez que es abandonado, alejado de su objetivo y su razón de ser y que luce sin brillo en una atmosfera de caos y polvo. El irremediable encuentro con el precipicio después de alcanzar la dicha plena, de encontrarse para perderse. Esa fatiga de lo inevitable.
Que no salten las alarmas, no hay juicio moral. No hay vergüenza ni redenciones, solo un destino compartido, secreto e insensato, un devenir hacia el abismo. Y una sensibilidad exquisita en la prosa y la narración de Combet.
“Se parecía como una pasión se parece a otra, con su ascensión demoníaca y su caída mortal”
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