"..le dice que han tenido suerte de acabar allí, sí, allí, a pesar de sus grandes planes. Después de imaginarnos tantos sitios, lo cierto es que no nos hemos movido"
He comentado varias veces que detrás de un libro siempre hay, mínimo, una historia: la del día que lo compraste, por qué, con quién estabas (o no estabas), dónde... Este libro lo compré hace poco en Madrid. Había quedado en La Central de Callao. Cuál fue mi sorpresa (hacía bastante tiempo que no iba a Madrid) al ver que La Central que conocía estaba cerrada y que se había trasladado justo enfrente.
En la mudanza ha perdido la cafetería, sus rincones, sus escaleras, sus espacios, su esencia. Sorprendida y decepcionada, y ya que tenía que esperar, decidí entrar igualmente. Al menos se estaba fresquito. No sé si por la decepción y la tristeza, porque veía tan chiquita, distante e impostora a esta nueva Central, que me costó mucho encontrar un libro que quisiera llevarme. Estaba enfadada, la verdad. Desconcertada por este cambio ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? Al final, apremiada porque estaría al llegar la persona con la que había quedado, agarré este libro. En mi mente lo cogí porque el título me recordaba a otro: "Flores raras y banalísimas", un libro sobre la relación entre Elizabeth Bishop y Lota de Macedo. Nada que ver: la sinopsis de "Flores extrañas" (engañosa, pero no mentirosa) apunta a un thriller o al menos a un misterio.
Estamos en un pueblo irlandés, allá por 1973, donde una joven adolescente desaparece repentinamente. El caso es que en ningún momento tememos por su vida, lo que tememos es por los motivos de su fuga. A partir de esa situación arranca esta historia de historias, de tres generaciones, de la Irlanda rural, familias, costumbres, religión, razas, chismorreos, padres e hijos, parejas, amores y no tan amores, hombres y mujeres, pérdidas... En fin, la vida.
"Flores extrañas" es una novela de personajes, sin duda. De buenas personas (la mayoría de ellas). Y la prosa de Donal Ryan me ha gustado: reposada, descriptiva en la medida justa, poética sin caer en la exuberancia, bastante melodiosa e incluso cinematográfica, una escritura luminosa y amena, con el lirismo justo y una creación de atmósferas que me pareció fascinante.
Me gustaban los personajes y esa radiografía sosegada que Ryan iba haciendo de ellos, componiendo un relato cuya trama me parecía bastante evidente al principio pero que se fue desdibujando a medida que avanzaba la lectura y nuevas voces se iban añadiendo. Eso sí, todo gira en torno a Moll, la adolescente que de buena mañana se subió al bus y abandonó a su familia. Y hay evidentes, y no tan evidentes, referencias bíblicas. Estamos en Irlanda.
Según leía intentaba entender porqué esos personajes que al principio me parecían tan bien dibujados y tan entrañables, tan queribles, sin embargo a medida que se incorporaban nuevas voces (Joshua, Honey) se me iba desconfigurando todo y las nuevas voces se volvían más imprecisas, menos entendibles y menos creíbles. Más superficiales. No, rectifico: no es que fueran superficiales, es que su construcción, la elaboración de estos nuevos personajes, me pareció más superficial e imprecisa, menos sólida.
Y Moll, que a lo mejor es cosa mía, pero no la he terminado de entender. Pero no comprendía, sobre todo, cómo es que el autor parecía haber ido perdiendo su capacidad para desentrañarnos a sus personajes, para que la trama nos importara menos que lo que les sucediera a ellos, o poder seguir en su compañía, en sus emociones y recuerdos, en su día a día. Lo único que se me ocurre es que, no sé si pretendiéndolo o no, Ryan también quiere que veamos cómo la sociedad avanza hacia un perfil más etéreo, menos definido, con valores más frágiles y motivaciones más tupidas. Y eso pasa con "Flores extrañas": que pierde sus formas definidas y acogedoras, su ritmo, aquello que te hacia sentir cómoda en la lectura. No es que suceda algo que te inquiete. Es la narración que cambia, se enmaraña y se dispersa.
Y tengo una sensación extraña, el libro me ha gustado y lo he leído con agrado pero siento que no está bien cohesionado, que se abren muchas ramificaciones que luego son abandonadas o dejadas simplemente ahí, como un esbozo. Pero esa falta de cohesión no sé si es porque no he sabido leerlo o porque era una pretensión del autor. Vamos, que no sé si esa ruptura que hay en "Flores extrañas" es algo intencionado o si simplemente se le fue de las manos y dejó de importarle a dónde quería llegar, o empezó queriendo ir a un lugar y por el camino se perdió. Yo que sé.
Tal vez soy yo la que me perdí en algún giro narrativo o el calor me ha derretido mi linda y única neurona, pero tengo este libro entre las manos y no sé si mirarlo como si fuera una flor extraña o una flor banal. Mientras dejo que el tiempo dictamine qué hacer con esta flor, si plantarla o abandonarla, aquí os lo he (y me lo he) contado.
No lo conocia asi que gracias por la reseña.
ResponderEliminarGracias por compartirlo, saludosbuhos