"Ella sabía lo que era tener paz, lo que era experimentar la paz. Lo que suponía entablar una alianza entre la percepción y la razón. La emoción y el discernimiento"
Y, así, entre percepción y razón, emoción y discernimiento, vuelvo a acercarme a un nuevo libro de Pilar Adón. Preguntándome qué nueva vuelta le dará a su universo narrativo, qué nuevos matices y giros, consciente de que su universo es muy personal pero nunca idéntico a sí mismo, porque la gama narrativa de Pilar es variada pero absolutamente reconocible. Pocos autores pueden conseguir eso: que si leyeras un libro suyo sin saber quien lo ha escrito, reconocieras inmediatamente la mano que ha escrito ese texto.
Me pasó algo curioso, una frase ("El dibujo de una mariposa era la imagen de una mariposa y no la propia mariposa") me recuerda a un pintor que me fascina: Magritte. En mi salón bien visible hay una postal de un dibujo de Magritte, una pipa, y un texto: "Ceci n'est pas une pipe". Más adelante se nombra a Magritte, pero el pellizco de las coincidencias ya está ahí y se irá encadenando según avanzo en la lectura. También me resuena Ingerborg Bachmann y su "Tres senderos hacia el lago". Cuando leo a Pilar, no sé la razón, mi memoria y sus conexiones, mi mente y sus ramificaciones, se activan con una facilidad que me pasma.
"El ahogo y las dudas que había odiado toda su vida porque lograban convertirla en un ser pusilánime, cuando eso era justo lo que no quería ser. Pusilánime"
Hay una conexión entre los libros de Pilar, en realidad hay varias y son bien conocidas así que no voy a repetirlas, pero hay una que me atrae especialmente por su subjetividad y por cómo (y de qué distintas maneras) reaccionamos cuando lo sentimos y porque es una de las emociones que además compartimos con los animales: el miedo. Cómo aborda y combina Pilar el miedo y esos otros elementos comunes en su obra tiene algo turbadoramente hermoso.
Sí, me abduce la escritura de Pilar, me sumerjo en esa atmósfera de apariencia insana que agobia o, cuanto menos, inquieta. Esa es su fuerza, su poder de convicción: esa capacidad para impregnarnos de una atmósfera cerrada y claustrofóbica incluso en espacios abiertos, de una libertad que te ata, de la imposibilidad de comunicación pese al uso del diálogo, de esa violencia invisible y soterrada pero palpable que es amenaza pero nunca se materializa ni se expresa abiertamente. El entorno no es apacible, pese a que si pones una lupa no ves nada fuera de lugar. Quizás haga falta alejarse para poder ver de cerca qué es lo que inquieta y poder señalar los distintos elementos que por separado parecen estar en su sitio pero si lo ves de fuera hacia dentro, desde la distancia a la proximidad, empiezas a percibir el origen del miedo.
No sabes si lo que sucede está en su cabeza o es una realidad, si es que no se establece ese pacto entre percepción y razón en Coro, la protagonista que decide un día coger el coche e irse, sin más, quizás buscando que sus padres decidan llamarla por un único nombre (le pusieron varios: Coro, Mag, Mae) y así pueda por fin dejar de descifrar códigos, estados de ánimo y razonamientos. Coro busca algo tan humano como el equilibrio (y un poco que la dejen en paz). ¿De qué está hecho el equilibrio en el ser humano? Cada persona tendrá o conseguirá el suyo, tan personal como aquello que causa el desequilibrio. El equilibrio tiene unos mimbres que, al igual que el miedo, está lleno de subjetividades. Pero el equilibrio sólido (y flexible), el definitivo, está hecho de verdades que nos tenemos que decir a nosotros mismos. Sin anestesia.
Hay que dominar distintas posibilidades (técnicas, narrativas, emocionales, incluso personales) para que una historia aparentemente trivial termine siendo luminosa. A veces puede parecer que Pilar cuenta distintas versiones de la misma historia, distintos puntos de vista y miradas de una historia circular. Pero lo cierto es que el mundo narrativo de Pilar no tiene grietas pero tampoco concesiones a lo comercial, algo que es de agradecer en estos tiempos de frivolidad e intrascendencia literaria.
En "De bestias y aves" (como es propio de Adón) lo explícito es suplantado por la ambigüedad y esto provoca inevitablemente que el lector no sea un espectador pasivo, que tengamos que buscar nuestra propia interpretación de lo que acontece, deja a nuestro albedrío las conclusiones y el sentido que queramos hallar en lo relatado.
Adón es de esa estirpe de escritoras que moldea su propia narrativa al margen de cualquier convención, es fiel a su poética, no es servil ni complaciente con las exigencias de sus lectores. Como dentro de esa narrativa pisa con firmeza y nada como pez en el agua y además le resulta eficaz para contar su universo, se mantiene fiel a sí misma a la vez que perfecciona su esquema y va depurando y profundizando (a modo de introspección) en ese espacio "adoniano". Es verdad que tengo la sensación de que cada vez más Pilar hace guiños explícitos a sus lectores, no sólo a quienes somos más fieles a esta autora, sino también a aquellos que se aproximan más a su obra. Como si nos tendiera una mano (o a lo mejor es que yo antes no la veía, todo es posible) para adentrarnos en la historia de Coro y ese universo de Adón en el que en sus libros anteriores entrabas más abruptamente. Eso sí: una vez dentro ya que cada cual se apañe como sea.
Deambular por el universo "adoniano", plagado de simbolismos, precisa de agarraderos que he encontrado con más facilidad en "De bestias y aves", quizás porque esos simbolismos están más equilibrados, quizás porque Adón ha querido facilitárnoslo o quizás porque respiro en estas atmósferas que crea Pilar como los delfines cuando se sumergen: creando dos regiones en los pulmones, de forma que la región inferior se comprime y la superior guarda el aire retenido. Ya puedo entrar en apnea sin riesgo de colapsar.
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